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Para tener temas de conversación hay que asistir al Festival de cine. Para hablar del Festival de cine hay que regresar al Centro Cultural. Para regresar a esa cuna de todo el saber hay que poner buena cara y mantener la serenidad. No importa que haya que entrar al edificio y descubrir que, vaya, la persona que ahí dicta Apreciación Cinematográfica es Sandrito, director de discutida película, amigo tuyo de siempre según todos -y a quien hasta ese momento en realidad has visto dos veces en la vida-. No importa que una vez llegados a la Sala de Prensa descubras, oh sorpresa, que uno de los ya acreditados para tu página, con el permiso de sabe Dios quién, es Alberto, omnipresente personaje en cuanta función gratuita de cine ocurra, poeta y crítico que quizás se describiría a sí mismo como “espécimen no neonato de la parafernalia carnavalesca que significa el Encuentro cinemero en mención”. Tampoco importa que veas el spot del Festival y descubras que, como estrella del evento, en medio de localísimas estrellas de cine, aparezca el cocinero que recicla chicharrones con camote y cautiva a los parroquianos de siete tenedores. De veras, nada importa excepto saber qué películas se podrán ver este año. Para ti, el Festival tiene dos motivaciones y dos nada más: Uno, las películas –largos, documentales, cortos, funciones especiales y hasta películas peruanas-; y dos, los posibles encuentros con cineastas, productores, críticos y cuanta gente tenga un discurso interesante qué decir. El resto, incluso los premios por venir, no significarán nada en poco tiempo. Más severo que tú, a Mario no le cuadra regresar a la Católica y escuchar los ensayados chistes de Edgar. Tú prefieres cerrar los ojos y recitar parafraseando Festival de Lima, / dos veces me senté en tu sala azul / para mirar mi vida. / Para mirar mi vida / y no por contemplarte, / porque necesitamos menos belleza, Alicia, / y más sabiduría.
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Las funciones de prensa son una monada. Termina una película y siete señores se detienen en la puerta a sentenciar un film. Hamaca paraguaya es atacada por varios flancos. “Se me cayó”, “pretenciosa”, “falsa”. Muchos salen con rostros de estreñimiento. En cambio a ti te gustó mucho y tratas de defenderla de manera balbuceante. Al rato detienes tu perorata: te enteras que a Ricardo, gurú de la crítica local, también le ha gustado. Basta que a él le guste una película para que la mitad de esa sala cambie su opinión antes que puedas decir mil nubes de paz cercan el cielo, amor, jamás acabarás de ser amor. Tu esfuerzo, pobre pero honrado, puede descansar por ahora. Sales caminando y revisas qué películas se proyectarán: No es que te entusiasmes, tampoco te decepcionas. La verdad, solamente te interesan tres películas: Stellet Licht, de Carlos, La soledad, de Jaime y Le petit lieutenant, de Xavier. Hace mucho rato la difusión del cine más atractivo del mundo no pasa por los centros culturales ni por el propio Festival, sino por la inacabable selección criterio collection que se encuentran en los puestos de Polvos Azules: Hsiao-hsien, Víctor, Abbas, Krzysztof, Takeshi, Mikio, Ming-liang, Stephen y Timothy, Jean-Luc, Satyajit, Theodoros, Leos, Claude, Lars, y amplia filmografía de Yasujiro, Ingmar, Michelangelo, Jean, Carl Theodor, Rainer Werner, los David, Alfred, Akira, Eric, John, Orson, Andrei entre otras extrañezas son los nombres que cualquiera puede conseguir para realizar, sin mucho aspaviento, en su salita privada, el mejor Festival que esta ciudad jamás tendrá.
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Rodrigo está agotado. En dos días lleva medio paquete de tabaco consumido y no deja de rolear el siguiente cigarrillo. El cine latinoamericano le ha causado dolores de cabeza. ¿Qué está sucediendo?, alza la mirada. Tú le cuentas que en el Festival local hay un problema con las personas que seleccionan las películas, que pareciera que hay unas señoras ahí metidas con suficiente poder de decisión. Así como existe la categoría Ficción, Ópera prima y Documental, Pablo sugiere crear la categoría Señoras. Rodrigo levanta los hombres y dice que todo lo que ha visto hasta ahora pertenece a la categoría Señoras. ¿Qué está sucediendo? Arman una idea: basarse en el Festival de Cine Independiente de Barcelona, pocas películas, quizá no más de diez en competencia, quizá no en el rubro “independientes” pero de trascendencia a nivel mundial. Que el trofeo cobre peso. Un evento más pequeño pero mejor, y una retrospectiva amplia de un cineasta importante en la actualidad. Que las señoras se queden en la Sala Azul (¿alguna institución interesada?) Martin bebe tranquilo. Para él, ex jurado en el Festival de Rotterdam, agotarse al ver muchas películas es natural. Asegura que, aquella vez en las Europas, no más de cuatro o cinco películas valían la pena de ser premiadas, y Rotterdam, sabemos, no es Lima. Incluso algunas premiadas entonces le parecieron reprobables. Fuera de eso, en una mesa de cineastas nadie habla de cine. Conversan sobre la fiesta de anoche, sobre el cocinero japonés que es leyenda mundial y vive aquí, sobre la fiesta de esta noche y sobre la incalculable cantidad de cigarros que se fuma Klaus por minuto. Al final, regresan al cine y comentan la muerte de I y de M. Hablan del cine sueco y tú les comentas de un director, Roy, que ganó la Palma el 2000 con una película que empieza con unos versos de Vallejo. “¿Se apellidá Anderson? ¿Otro Anderson más?”, pregunta Pablo. Andersson, corriges. Rodrigo sentencia: “Si te apellidás Anderson, de frente salís y hacés cine, no tenés más.”
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Klaus no sólo fuma demasiado. Además tiene el récord de regresar a su hogar solamente por tres semanas al año. El resto del año se rompe el lomo, pobre, asistiendo a Festivales. Klaus se reúne con Juan José y los amigos críticos de cine y les pide que respeten a Pancho. Pancho no olvida que además de cineasta es dirigente deportivo, así que se reúne con Jorge, ex técnico del Sporting Cristal, en la renovada cafetería del Festival, mientras que Juan Carlos, actual técnico del equipo mencionado, sufre para no perder la categoría. Con su diplomacia característica, Emilio expresa su desazón por el fin del blog que tanto astigmatismo te ha costado. Mientras, descubres que tu coeditor, después de semanas de sequía, prefiere publicar una crítica en otra página antes que en la de ustedes. Alicia dirige el área de Prensa y hacia ella van los periodistas para preguntarle por qué la credencial de prensa no servirá para el ingreso a las salas. Una muchacha de la organización alza la vista y dice que ella ha estado en Cannes y ha hecho su cola y pagado sus tickets y no entiende estas gollerías locales. María José te llama por teléfono: He visto una sección de Boxeo en el diario del Festival, ¿qué te parece la siguiente idea…? La felicitas y piensas que los jóvenes tienen un entusiasmo aún por descubrir. Paul Thomas ganó el Oso de Berlín y dijo que el cine era un arte para jóvenes. Según muchos dicen, la película de Augusto es una confirmación de esta cita. Luis Carlos pasea con una camarita por todos los pisos. “Te vas a convertir en el siguiente Polizonte si sigues así”, le dices. Él cruza los dedos y, esperanzado, te responde: “pucha, ojalá”.
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A Ramos no termina de gustarle el cine. Este ambiente de Festival no ha ayudado. Las películas son realmente olvidables, incluidas las argentinas. Vaya delegación, la argentina: Ariel les ha metido el dedo a los alemanes; Ana está en el límite justo de la autoayuda y la simpatía; y Carlitos se vislumbra como futuro realizador de comerciales en la selva, tipo café Altomayo. Si Argentina tiene su película sobre el Diego, Brasil saca su postal con Pelé. El año en que mis padres se fueron de vacaciones es la obligada versión anual de la dictadura que se exhibe en el Festival. Diego deja de promover detergentes para postular por partida doble al Spondylus a Mejor Actor, pero perderá ese rubro contra Julio quien, una vez más, no ha venido a Lima, para sempiterna decepción de su club de fans. Abres un libro con fotos de películas y a Ramos le brillan los ojos. “¿Lista?”, le preguntas. “¡Ya!”, se ríe. Empiezas:
- Kurosawa.
- No.
- Al Pacino.
- Me suena… ¿El que hace de mafioso?
- Sí. Casablanca.
- No.
- Chaplin.
- Mmmm… Espérate… Creo que La quimera de oro se llamaba su película, ¿no?
- ¡Ese mismo! Ahora, la decisiva, ¿lista?
- A ver.
- Hitchcock.
- ¡Sí! Me compré un libro de él además.
Se pone feliz y te da un beso. Rodrigo y Martin le estiran la mano pero ella prefiere no saludarlos sino de lejos. No le simpatizan los cineastas y a cambio de acompañarte al cine, tú entras feliz a las clases de Derecho Penal que le dicta César, el más prestigioso abogado de la mafia, en la de Lima. Lo puedes manejar y ella también. Pero esta vez ella está asustada: ha entrado contigo a ver una película de más de ciento cuarenta minutos, el tiempo justo que le conceden en casa para salir a pasear. Ella, inquieta, se entera de la duración, pregunta si hay entradas para otro momento, mira la primera escena (es un cielo estrellado que avanza hacia un amanecer) y luego parte del cine sin importarle que todo el mundo haya estado matando por esa misma entrada. Quieres ahorcar a alguien.
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Las estrellas reaparecen en el cielo y termina la proyección de Stellet Licht. Sin embargo, la sensación de plenitud que uno ha podido alcanzar con la toma final se rompe por la voz de Enrique, aka Chobi, voluptuoso crítico de cine que, aún con las luces apagadas, no duda en romper el silencio cósmico vociferando para toda la sala: “¡Pero si eso es Ordet, es purito Ordet!”. Te dan ganas de meterle un lapo. Arruinarle a uno así la sensibilidad debería estar castigado penalmente y buscas a Ramos con la mirada. Sin embargo, no está. Sólo ves Enrique y más Enrique. César, joven promesa de la crítica, confirma que en las funciones de prensa no es novedad escuchar gritos, frases, palabras sueltas o cualquier otro tipo de ruido nacido de las entrañas del buen señor. Guayo, productor de una-comedia-peruana, recuerda que Enrique se rió como nadie durante la proyección de esa-comedia-peruana. “Y, luego, claro, la hizo trizas en su columna”, añade el producer. Igual, sales emocionado de la proyección y por ahí vislumbras a Salomón. Te dan ganas de acercarte para preguntarle qué pasó con las proyecciones de medianoche y las funciones de a sol que prometió cuando la Filmoteca se convirtió en la Filmoteca PUCP. A la izquierda, encuentras a Ramos tomando un helado: “Mira”, te dice y no te queda sino mirar qué se trae, mientras le anuncias que nunca más desperdiciarás una entrada de esa manera. Te interrumpe mostrándote los libros que ha comprado. Las palabras se mezclan: Constitucional, Civil, Plebiscito, Jurídica, Perú, Decretos, Sociedad. Al final con una sonrisa enorme, te muestra el último libro: “¿Este es el que acaba de morir, no?”. El título dice: Para mí, hacer una película es vivir. “Te lo he dedicado”, dice mientras te abraza fuerte. Jo, cómo no quererla. Arriba, las estrellas aparecen.
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Exceptuando las películas de Lucrecia y de Lisandro, Carlos no se entusiasma por el cine argentino. Tampoco se entusiasma por haber ganado en Cannes. Es un poco más de lo mismo, mira al suelo, solamente que a otro nivel, pueden haber personas que has admirado y cuando los ves de cerca te decepcionan. Bebe una cerveza. A su lado siempre está Natalia, novia de Carlos y editora de su película. ¿Es verdad que la última película de Béla es decepcionante? Para nada, cabrón; cuando aparecen los personajes sí la película como que pierde, pero tiene unas tomas hermosísimas, de seguro te van a gustar mucho. El niño Gabriel es amigo de la pareja, los conoció en Europa, fue testigo de cómo la película casi no llega a tiempo para Cannes y tiene su nombre en los agradecimientos del film. ¿Han visto mi afiche? ¿Qué bonito, no? En efecto, hasta en el concepto del afiche la película de Carlos toma una enorme distancia del resto. Y lo sabe. En la Sala Azul, Melania lee en un papel el nombre del director, sus películas anteriores y le da pase. Carlos presenta su película en la Sala Azul y luego sale para esperar al público. Con Batalla en el cielo salían furiosos, veamos qué pasa ahora. Dos horas y media después, los espectadores empiezan a salir pero por la puerta que da hacia la calle. Carlos se los ha perdido y reniega un poco. Quiere el contacto, la conversación directa con quienes han visto lo que ha hecho. Si pudiera, quizás haría una encuesta. Más tarde, en la fiesta, Edgar, dominador de todas las escenas, se acerca, lo abraza, le bromea diciendo que su película es malísima –no tan mala como la basura de Los muertos pero muy mala al fin- y si el Festival la programa es porque entiende que es importante. Carlos le agradece la sinceridad. Al poco rato, Natalia y él toman un taxi hacia el hotel. Antes de despedirse, sigue contando detalles sobre la película. Así es como te enteras el verdadero nombre del perro de la película: Ollanta. Ansioso, te acuestas pensando en ver de nuevo esa película y escribir sobre ella tu último texto en esta página.
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Aldo ha hecho un spot que refleja perfectamente la mirada que tiene la organización sobre su propio festival: un encuentro interbarrial donde los vecinos olvidan sus austeridades al ver una escena donde sobra el romance melcocha. Eso es lo que muchos de adentro quieren que sea el Festival, eso y sólo eso y no, pues, no puede ser solamente eso. Hasta Pancho defendió la película de Lisandro en su momento, mira tú, sino no se exhibía. ¿Qué es el Festival? Se arma un escándalo por el afiche racista. ¿Qué hace Luppi en la fila y no un peruano? Momento, ¿es Luppi o Blume? ¿Y qué hace el cholo a espaldas del director de Diarios de Motocicleta? ¿Lo bolsiquea? ¿Revende entradas? ¿Entró a ver La gran sangre para encontrar las vivencias que no encontró el año pasado en Madeinusa? Más allá de inexactitudes, Alfredo da en el clavo: la imagen del afiche es discriminatoria. Punto. No hay floros, excusas, justificaciones. Edgar está molesto porque nadie valora las proyecciones de Oxfam, donde se impulsa la justicia social y esas cosas y en cambio acusan de racista a su festival. Gabriel Q se extraña que tú no comentes el tema en tu página. El mismo Gabriel Q que te había dicho que los textos personales, esas crónicas o esa entrevista a Luis Carlos no tenían sentido en una página seria... para luego, oh, vaya, públicamente, resultaba que tus textos sí tenían sentido, que contribuían al cine. El mismo Gabriel Q que te felicitó por cuadrar a Óscar, el que apeló al pacto de honor para exigir a su página no comentar las películas que Gabriel & Co quisieran libremente comentar. ¿Ahora viene a pedirte que te unas a la recolección de firmas antiafiche y si no tocas el tema es que te has vuelto frívolo? Kiai!!! Golpe de karate do. El único que te puede exigir que escribas un texto es tu coeditor (y él parece haber tomado interminables vacaciones), nadie más. En el afiche, el único que parece mirar al cholo es Fernando, pero más por una cuestión de estrabismo. Antes que acabe el día te encuentras con un suceso más delicioso aún. En la entrada de la película de Raúl, se lee un cartel que dice: Estimados señores: Les informamos que la película Tres tristes tigres que se exhibe hoy en la sala 7, aparentemente tiene un sonido defectuoso. La verdad no es así, el sonido se ha puesto adrede así por el Director de la película (es un “artista”), por favor entender que no es defecto de la proyección ni de la sala. Gracias por su comprensión. Atentamente, La Administración. Por la reputa madre.
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Alberto, el espécimen no neonato de la crítica y la poesía, acreditado como miembro de esta página, sonríe silencioso ante la pregunta crucial: ¿escribirás algo para la página al menos? Lo encuentras en la clausura del Festival. ¿Cómo es que siempre puedes ingresar a estos eventos sin invitación ?, tienes la duda. Él lanza un guiño y cuenta su secreto: todo consiste en esperar el momento oportuno. Palmas peruanas. Sobre el escenario, Augusto recibe el premio a la Mejor película peruana. Más bien, habría que darle un premio al esfuerzo por filmar su película los fines de semana, a lo largo de las estaciones. Ponte de pie y propón el nombre del trofeo: La estatuilla Primavera, verano, otoño, invierno y otra vez primavera va para Augusto… Más palmas peruanas. Micky ganó el premio de la Revista Cosas por su cortometraje y le dieron una suerte de llave gigante y monolítica. Carlos ganó el premio de la Revista Tren de Sombras por su película y no le dieron ni un diploma. Quizás para ambos sería más beneficioso una suscripción anual a las benditas revistas y punto. A la organización, urgente: esas ediciones en los vídeos del Spondylus, esas imágenes aceleradas del Festival con la musiquita de mambo-qué-rico-mambo, eso ya es prehistoria, por favor. Sube de nuevo Carlos al escenario. Premio, tras premio, tras premio. Le faltó uno, piensas: Mejor actor, para Cornelio.Todo termina como empezó y veinte minutos después todos salen de ahí por unas cervezas. Rodrigo sugiere eliminar esa categoría de Ópera prima, y hacer que todas las buenas películas, no importa si el cineasta es nuevo o un habitúe, compitan entre todas. Edgar les cuenta que será el último año que ocurra esa separación. Natalia y Carlos salen volando a tomar el vuelo de esa misma noche rumbo a México. Abrazos merecidos. Alguien le bromea a Carlos: el próximo año te tocará ser Jurado. Él contesta: yo no juzgo películas, las hago. Despedida. Luego, todo el mundo entra a la súper fiesta. Bebidas, bocadillos finos, sonrisas para las cámaras. Descubres que "están los que tienen que estar". Incluso Gabriel Q, que seguro andaba vigilante ante cualquier señal de discriminación durante los bailes. Al poco rato Martín pone cara de angustia: él es vegetariano y no hay quiche de espinaca. Esta vez todos los bocaditos son de jamón. Además se siente extrañado: es primera vez que lo han invitado y su película tuvo un problema en su exhibición. Le han prometido una retrospectiva para el próximo año. Mirá vós si será verdad. Ojalá lo sea, viejo. Vaya a buscar su lechuguita y regrese rápido que se acaba la cerveza.
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Pausa refrescante. Momento de ponerse serios –puede ser ironía-. Se terminó el Festival de Lima y se saltan a la vista varias conclusiones:
i. El Festival ha aumentado secciones, proyecciones, salas de exhibición. Hoy por hoy, abarca mucho pero aprieta poco. Hay películas que no tienen el nivel de estar en una Selección Oficial. Ver competir Stellet Licht al lado de títulos como Suspiros del corazón da vergüenza ajena. Las películas que le gustan a las amistades de Edgar deben tener su propia sección: Selección oficial para Señoras (con derecho al premio de la Revista Cosas). Tampoco pudieron reaccionar con respecto al fallecimiento de Bergman y Antonioni. Una buena película de cualquier de ellos vale media Selección Oficial –o más-. ¿No tenían espacio para una función de homenaje? Inaceptable.
¿En qué acertó la organización? Pues hay alguien que finalmente ha entendido que, a pesar de ser aún una pequeña aldea, el Festival necesita más relaciones internacionales. La muestra venida de Cannes con películas como La soledad, La petite Jerusalem, Héros, entre otras, ha sido un respiro de emergencia ante el inamovible cine latinoamericano. Más entusiasmo ha causado la presencia de la delegación del World Cinema Fund, una de las charlas más concurridas, especialmente por jóvenes cineastas. En mejorar rápidamente su selección y en cimentar las relaciones inicialmente alcanzadas es lo que debe estar en discusión entre quienes quieren que el Festival mejor. Y también, al parecer, hay que evitar la presencia de argentinos en los afiches.
ii. El cine peruano de ficción realmente existe por ímpetu individual. No he visto las películas peruanas pero, por opinión de masoquistas personas cuya apreciación valoro, entiendo que dichos filmes dejan mucho que desear. Una lástima, de veras, porque esta no es una frustración de tal o cual cineasta, sino de quienes se entusiasman por el cine peruano. Esta última línea puede sonar bastante nacionalista, pero basta ver –nuevamente- cómo cineastas tan distintos como Cuarón y Reygadas pueden no solamente coexistir sino apoyarse mutuamente –vean los créditos de Luz silenciosa- y obtener lo que, cada uno por su lado, ha luchado por alcanzar.
iii. Otra conclusión, más localista aún, es que nuestra crítica peruana no tiene mayor brillo o dedicación excepto –me da envidia decirlo- la actividad de Ricardo Bedoya. Si algo beneficioso ha traído este extraño mundo del blog al movimiento de la crítica local es reavivar a este señor, a quien hasta hace algún tiempo ya ni leía por lo repetitivo de su discurso, pero que ahora parece rejuvenecido, tras haber descubierto en su blog un medio que le permite explayarse mejor que en su columna dominical. La mejor cobertura del Festival de Lima la ha hecho él solo –con muchos puntos en los que discrepamos radicalmente- y junto a Emilio Bustamante, Mario Castro y dos o tres nombres más –todos mucho más jóvenes y ninguno de “su escuela”-, se distinguen claramente del resto de la crítica, que es más de lo mismo y hasta objeto de mofa por muchas personas.
iv. Mi última conclusión, la más feliz también, es descubrir que el cineasta Reygadas está cerca a realizar una película memorable (creo no ser atrevido si afirmo que esta última es la que quedará en los libros, hasta el momento). No solamente está por encima de casi todos los cineastas latinoamericanos –que no es gran mérito-, sino que es notoria la superación respecto a sus dos películas anteriores –que sí es gran mérito-. Como dijimos semanas atrás, este evento llegaba con un nombre propio bajo el brazo. Ojalá que llegue a buen puerto la negociación entre Mantarraya y el CCPUCP para que la cinta mexicana pueda quedarse y sea exhibida en las siguientes semanas.
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Quieres despedirte de esta página escribiendo un texto más, un apéndice sobre Luz silenciosa. Te sientas frente al computador, pero no te sale nada. Han aparecido muchos textos, pero ninguno alcanza a expresar lo que sentiste al ver esa película. Tu propio texto seguramente tampoco lo hará. Estás agotado. O piensas que ya no te interesa escribir para los demás, permitir que los demás lean lo que escribes. Ya ni sabes por qué lo empezaste a hacer o por qué no lo abandonaste cuando tiempo es lo que más te faltaba. No sabes nada. Quieres dejar este blog. ¿Renunciar? ¿Desaparecer? ¿O solamente necesitas vacaciones temporales? No sabes nada. No crees en entelequias pero igual pides ayuda: Dios, mándame una señal. El perro se echa a ladrar. Bah, eso es lo más obvio. Otra señal. Una alarma de automóvil suena. No te convence. Una señal más fuerte, pues. El perro aúlla y, de pronto, la tierra tiembla bruscamente. El suelo se mueve como nunca antes has sentido y las ventanas se sacuden estrepitosamente. Empezaste tu última crónica en la mañana y la terminas al entrar la noche, durante un terremoto. ¿Ahora qué caraxo significa esta señal? Todo el mundo sale asustado a las calles –los hombres, antes que nadie-, y en la televisión algunas mujeres se echan a rezar. En unas horas aparecerán las terribles noticias: casi quinientos muertos, demasiados heridos, construcciones destruidas, caos telefónico, criminales de alto riesgo que han fugado de prisión. Tu corazón de periodista todavía late y te quedas viendo las noticias hasta casi el amanecer. Tu madre llama del exterior, preocupada. Contactas con unos amigos y te animan a partir a Ica para ayudar a quien buenamente se pueda. Es obra del maligno, te dice tu tía, la evangelista. Tengo la respuesta lista, en la punta de la lengua: Yo creo, tía, que es obra de Dios. La realidad, lamentablemente, es más terrible, y me callo.
Fernando Vílchez Rodríguez
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