LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

DEDICADO AL CINE PERUANO QUE AÚN NO EXISTE

Wednesday, March 05, 2008

ALGO SOBRE JOEL & ETHAN COEN


Antes de que aparezcan aquí varios textos sobre la última de los Coen, presentamos éste, sobre una de las películas que más admiramos de este par de hermanitos.


El Hombre que nunca estuvo, de los Hermanos Coen


Si una película puede salir toda entera de un rostro, si una película puede ser, o es, en principio, y al fin, un solo rostro, entender ese rostro, descifrarlo, será, entonces, entender la película. El dilema de este personaje de cuyo rostro hablo no es ser o no ser. Es ser y no ser. Ser pero no ser. Ser sin ser. Ser sin estar. Estar sin ser. Dónde estás, Ed Crane.

Un rostro como un grito ahogado y sepultado y congelado y petrificado y olvidado mudo de perplejidad ante un universo extraño que es incomprensible y que nos es ajeno y que no tiene que ver nada con nosotros y que no tiene nada que decirnos y al que tratamos de decirle algo y no nos escucha y que trata de decirnos algo pero no podemos escucharlo.

Instintivamente sabe que de nada serviria gritar. Nadie escucharía sus gritos. Nadie lo entendería.

En esta película hay plenitud. La plenitud del vacío, la plenitud del absurdo, el éxtasis del sin-sentido.

Como un sabio contemplando, que se convierte en un espejo, lo que el rostro de Ed Crane refleja (no lo que es él) no es otra cosa que un abismo glorioso, insondable: la estupidez humana. Es decir, la materia más preciosa del cine de los Coen.

Pero Crane lo hace todo con una intensa pureza, la pureza de una víctima, una pureza trágica. Que también (en segundo lugar) resulta cómica.

Crane no es ningún estúpido (sabiduría de su voz en off) aunque de hecho lo parezca. Pero sí, tiene la cara. Pero si tiene cara de… Sí, en un universo de apariencias, eso es todo lo que importa.

Como si su ausencia fuera lo más presente en él, Billy Bob Thornton nos entrega una actuación que parece consistir en vaciarse de sí mismo hasta llegar a un desconocido punto extremo en que empieza a llenarse y de paso a llenarnos del inefable sentimiento de la nada.

Una curiosa, indescifrable mezcla de Keaton y Bogart convive en esa fascinante construcción fisonómica.

Hay, en Crane, en algún extraviado momento de lucidez fantástica, como la sospecha de un error monstruoso, una vaga, inquietante sensación (ya metafísica en el fondo del letargo), de estar precisamente en donde no debería estar, y con quienes no debería estar, de habitar, inocentemente, el universo equivocado. ¡El mundo no puede ser esto! Te engañaron, Crane. Esto no puede ser la vida.


Crane es como alguien que se quedó a la espera de algo innombrable que le dé sentido a todo. ¿El amor? Algo que no llegó nunca. Esa espera de algo que nunca está es lo que le da sentido de la película.

En el mundo de los Coen las personas normales son en realidad un aborto de la naturaleza. Personas personajes con un paisaje mental minimalista. No hay aquí ningún personaje “negro” y sí no pocos demasiado grises. La maldad no está centrada en un personaje sino en la naturaleza misma de ese universo que se complace en el absurdo.

La película de los Coen nos transmite, no sin humor, y no sin horror, la grisura de estos seres, su mediocridad sin redención. Densidad de lo gris, la máscara de la nada.

Nunca una fotografía en blanco y negro reveló de manera tan brillante la esencia de lo gris.

…y esos planos, estáticos, que duran más, en ellos y en los actores la sensación da cámara lenta sin cámara lenta; planos que si duran más es para que sientas que no hay más, que no hay nada.

…y esos fundidos en negro, son agujeros negros. Cuando la película se mete en ellos sentimos que podría no regresar nunca.

Crane es y no es de este mundo. Es consciente de algo que los otros no (una excepción: el abogado-filósofo). Él percibe algo más, es un hombre capaz de sentir los abismos (no solo de reflejarlos) y que aspira a lo sublime (el subplot de la niña pianista, que acaba en el más sublime de los ridículos). Crane está abierto al mundo como misterio –y, aunque sea, de manera fugaz- a sensaciones extrañas. Como el misterio de por qué el cabellos siempre vuelve a crecer (oh, peluquero metafísico). Como la cámara en esos planos contemplativos, casi budistas, enriqueciéndonos con serenidad melancólica sobre las distintas posibilidades de corte de cabello en las distintas cabezas de los distintos niños. Del aire de los planos, de la belleza de la luz, se desprende casi impalpable un aura mística, un algo, que nos remite a otra cosa.


En otro momento, la aparición del ovni nos trae a la memoria a Ed Word, absurda y tierna cita-homenaje. (Bueno, pero Crane no es el Simón del desierto de Buñuel, que de la columna solitaria se sube al avión que lo lleva directamente al alegre infierno del mundo moderno, representado por una discoteca, en una de las vueltas de tuerca más desconcertantes y jocosas que yo haya visto.) Se abre aquí una posibilidad de escape al género fantástico, a la ciencia ficción. Así podríamos irnos con él a otro mundo, a otra película. Esto da la idea de una potencial variación, rápida, alegre, festiva, y a colores, en vez de lenta, triste, tranquila, digresiva, y en blanco y negro (tan ocupada en captar y capturar, en descender sin descanso hacia lo más negro de lo gris).

Pero la película no va a detenerse sino hasta llegar al corazón del absurdo. El final, el naufragio en la nada definitiva no puede sorprendernos, pero sí nos llena de melancolía. Y la nota romántica, el último chiste cruel no se hace esperar. Para que el patetismo resulte insoportable, tenemos a Crane soñando con reunirse en el otro mundo con su esposa, que no es otra que la mujer que nunca lo amó. O, si se quiere, sueña otra vida. Que su mujer sí lo amó. Que se encontrarán en el más allá. Y entonces la silla eléctrica es el único ovni que sí que va a llevárselo esta vez. Luego de esto, se encienden las luces, uno huye como puede de la sala, no sin antes agradecer a los Coen por haber pasado un rato tan divertido… Lo que quiero decir, antes de huir como pueda de este artículo, es que hacer películas sobre la nada no es nada fácil. (Y además “vestida” con un lindo fotogénico bikini gris). Y los Coen lo han conseguido. Nos inunda una compasión infinita por el escándalo de nuestra insignificancia (la de él y la nuestra) y curiosa, paradójicamente, chau Crane, es una sensación liberadora. Y, no menos importante, los Coen, como si nada, sonríen sobre el abismo.

“La cara de uno es un vaticinio que siempre acaba por cumplirse”. (Antonio Muñoz Molina, El Invierno en Lisboa).

“…yo mismo pude esconder siempre mi desgracia bajo la superficie, pude hacerla invisible, y cuanto más desgraciado era menos se podía notar esa desgracia en el exterior (y en el interior) de mi ser, y como mi ser no ha cambiado, hoy ocurre lo mismo que entonces, casi siempre consigo ocultar mi estado interior real con un estado mostrado exteriormente que no da ninguna clase de información sobre mi estado interior, esa cualidad es un gran alivio”. (Thomas Bernhard, El Origen).

“Mi cita preferida sobre la escritura es aquélla de Flaubert, cuando dice que al escribir Madame Bovary quiso en realidad aproximarse a una tonalidad gris, al color de un piojo de madera, para narrar la monótona existencia de todo el pueblo. Los detalles de la vida de Emma no le importaban, a tal punto que hasta último momento ella iba a ser una solterona. Ese gris era lo que verdaderamente lo obsesionaba, y yo lo entiendo”. (Roseleen Brown, en Entrevistas a Narradores Norteamericanos, de Tom Le Clair y Larry Mc Caffery).


Mario Castro Cobos


La Cinefilia No Es Patriota


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