LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

DEDICADO AL CINE PERUANO QUE AÚN NO EXISTE

Saturday, November 22, 2008

CERO EN CONDUCTA (1933), DE JEAN VIGO, POR PETER WEISS


Con Zéro de Conduite, de 1933, produce Vigo una obra de múltiples estratos: un informe sobre la vida en un internado francés, un estudio de la psicología infantil, un feroz ataque contra las escuelas, y un relato autobiográfico. En este film no queda ya nada de amargura social. La obra irradia un sentimiento de libertad. Los niños que se sublevan contra sus maestros son de antemano vencedores. Los adultos parecen indefensos hombres de paja, destronados por los irrespetuosos ojos de los adolescentes. Cuando los niños se sublevan, tienen que encogerse todos, maestros, padres, dignatarios y solemnes fantoches.

La obra se compone de breves impresiones, de inspiraciones instantáneas. Cada imagen es sorprendente, cada objeto lo vemos por primera vez. Solo vemos lo “actual”, y se nos sitúa en una proximidad inmediata.

Ya en la primera escena se expresa la espontaneidad y la improvisación: dos muchachos en un compartimento del tren que los lleva a la escuela, con la única compañía de un adulto que duerme. El adulto pertenece a otro mundo, está rígido, duerme, no ve nada. Se balancea como un muñeco, mientras los jóvenes dan comienzo a su arlequinada; se sacan de los bolsillos toda suerte de objetos, plumas de gallina, una trompeta de latón, un globo al que pueden reventar, hondas, cuchillos, y por fin dos grandes cigarros que encienden y con cuyo humo producen grandes oleadas de nubes. Hinchan barrigas imaginarias, se ponen los pulgares en los sobacos de invisibles chalecos y hacen tintinear invisibles cadenas de reloj. Se ríen del que duerme, y cuando el tren se para de pronto y el durmiente se cae del asiento, gritan: “¡Está muerto!”

La realidad es materia prima para la fantasía. Ahí tenemos la descripción de otro instante: uno de los chicos pasa una mañana de domingo en casa de su tutor. Está sentado en una silla, junto a la ventana, con los ojos vendados. No sabemos por qué los tiene vendados. La atmósfera de la estancia, sin embargo, parece insinuar que se trata de algún castigo. Al tutor no lo vemos. Adivinamos que está detrás del gran periódico abierto, junto a la mesa. Aunque sea invisible, vigila toda la estancia. El silencio es total. Lo único que se mueve es una chiquilla que recorre con las puntas de los dedos la tapa del teclado del piano. Luego la chiquilla extiende el brazo hacia una bola de vidrio que pende ante la ventana. Levanta la bola, desata con cautela la venda de los ojos del chico, y los dos se quedan, como conspiradores, mirando la bola, mientras que el periódico vecino a la mesa sigue inmóvil.

La revuelta en la escuela se prepara mediante innumerables menudos impulsos. Cuando al fin estalla, se propaga como una fuerza natural. En el dormitorio, triunfantes, los chicos se arrojan sobre el maestro que los vigila y lo atan, como un crucificado, a una cama. La rebelión expresa un extático sentimiento de felicidad. Rodeados por los torbellinos de nieve de las plumas de las almohadas desgarradas, los chicos dan vueltas por la sala, en una procesión de sueño. Al ralenti, oscilan en sus camisones de dormir. Con altas voces de soprano cantan su himno.

Desde el tejado, arrojan orinales y libros de texto al patio, donde se han reunido maestros, padres y jerarcas para celebrar una solemnidad. Los señores condecorados, los funcionarios que gesticulan con gravedad, el director, que es un enano chillón, los bomberos barbudos que han acudido a ejecutar ejercicios gimnásticos, son expulsados, y arriba en el tejado, jubilan los vencedores, en su fresca y prometedora libertad.

Los filmes de Vigo son una fuente de inspiración inagotable. Todo director aprende continuamente de ellos. Su influencia se manifiesta en los films de los italianos recientes, en los trabajos de los jóvenes franceses, en las nuevas películas independientes americanas.

Zéro de Conduite fue prohibido. Los films de Buñuel fueron prohibidos. Muchas otras películas de los vanguardistas fueron prohibidas. Eran demasiado peligrosas, demasiado iconoclastas. Podían poner en peligro el orden. Solo se proyectaron en museos del film, en cinematecas. Los poderosos exigen los vapores azules de la idealización. Temen la verdad sin deformaciones. Ponen por delante sus bambalinas, sus muñecos pintados y sus soldados marcando el paso. El aullido de la Tierra sin pan de Buñuel se ha transformado en un gemido ahogado.

La vanguardia tuvo que constituirse en movimiento clandestino. Los vanguardistas eran saboteadores, autores de atentados furtivos.

1955


La Cinefilia No Es Patriota

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