LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

DEDICADO AL CINE PERUANO QUE AÚN NO EXISTE

Wednesday, December 14, 2011

COLIBRÍ (2011), DE LUIS BASURTO.




En “El Sabor de la Cereza” Abbas Kiarostami presenta un personaje que a lo largo de todo un día recorre el camino en su automóvil (al principio en la ciudad y luego en el campo), buscando a alguien que lo ayude a sepultarse una vez termine su suicidio, o lo rescate si éste falla.

Sin entrar a un análisis completo de la obra maestra de Kiarostami, quisiera destacar el aire ensimismado, falsamente sereno (más bien concentrado) de su personaje. Parece estar más allá de cualquier cuita, como si los conflictos, las frustraciones, e incluso las mayores ilusiones de una vida, no fueran sino pequeñeces irrelevantes que no ameritan distraer su atención. Me impresionó (entre otras cosas, claro) porque lo habitual hubiera sido encontrarse con un personaje flagrantemente desesperado, angustiado, doliente, desgarrado, en lo que se suele llamar una actuación “intensa”, y en vez de eso vemos, precisamente, una actuación muy alejada de lo común que no busca ilustrar la escena sino que, por el contrario, la contradice [i]. Pareciera que el señor Badii ya estuviera muerto y, por consiguiente, nada pudiera afectarlo, y que su búsqueda no fuera sino un trámite administrativo para dar término formal a un hecho que, en realidad, ya ha ocurrido hace mucho tiempo. Desde luego, esa actuación fue una de las más intensas que he podido apreciar.

Hay un parecido sabor de ello en el taxista[ii] que recorre las calles en “Colibrí”, la última película cortometraje de Luís Basurto, recientemente galardonada, junto con otras, en el concurso anual del CONACINE. También él se nos presenta como un desterrado del mundo, aunque en este caso sin la intención de escapar, sino asumiendo su posición en medio del mundo sabiendo que no pertenece a él. Lo vemos, más que agotando kilómetros en su recorrido por las calles, transitando por su día desprovisto de objetivos y sin esperar nada, asumida su marginalidad, como un paradigma de vacuidad.

Pero Basurto no sólo dibuja un personaje, sino además consigue contextualizarlo bien, pues lo vemos, también, llevar a cabo su rutina con el fondo de una Lima diferente a la del discurso oficial que nos presenta como las estrellas de la región en cuanto a desarrollo. Una habitación que tiene más de celda que de dormitorio, un auto que encierra al personaje quien ve desde su cabina el que hacer de la gente (cuántos de ellos con vidas sin sentido ni esperanza como la de él), y los márgenes arenosos de la ciudad. Aquí era fácil acudir al recurso barato de la sensiblería y el patetismo con que nos fastidian muchas realizaciones, pero, lejos de eso, Basurto mantiene con aplomo el sobrio tono narrativo que ha imprimido en su sobresaliente dirección de actores. Lamentablemente en el Perú esto sigue siendo un mérito, pues se juzga el tono narrativo con el mismo criterio con que se aprecian las actuaciones “intensas”.

En esa puesta minimalista hay un pico dramático (no es ningún descubrimiento que las narraciones contenidas no tienen por qué estar desprovistas ni de intensidad ni de dramatismo), la aparición de una mujer joven[iii], que lleva el cadáver de su hijo a sepultar. A mi juicio, con ella asoma en el relato un matiz naif que por un instante pareció colisionar con el desarrollo de la propuesta. No creo, por supuesto, que el tono naif por sí mismo signifique un demérito, pero dado lo anteriormente expuesto sí parecía disonar. Sin embargo, el acierto en la dirección de actores hace que el tono sobrio se imponga y no resbale por el facilismo de la concesión melodramática. Momento importante en cuanto a la actuación: cuando la joven madre llora la muerte de su hijo y en sus pocas lágrimas, junto con el dolor, los espectadores podemos encontrar una mansa ternura, desprovista del lenguaje convulso, afectado y explícito[iv] que normalmente ilustran ese tipo de escenas.

Luis Basurto también corre riesgos en cuanto a la estructura y fotografía, y las actuaciones no son lo único que nos recuerdan “El Sabor de la Cereza” u otras obras de Kiarostami.

Conozco personas que merecen todo mi respeto que se “aburren” con el largo paseo del señor Badii, paseo en donde no pasa nada; que piensan que el recorrido y conversaciones en un auto de “Diez” sólo indican falta de creatividad y de sentido cinematográfico; y que las carreritas de aquí para allá en la camioneta de “El Viento nos Llevará”, únicamente intentan justificar el presupuesto de esa (para mí) hermosa película. Sospecho que a esos queridos amigos el último trabajo de Basurto tampoco los convencerá. Mucho menos los podré convencer yo…

Soy culpable de creer que el cine puede retratar el espacio interior de un personaje (o de varios), que hay películas que ocurren en el ámbito de los afectos y emociones de sus héroes y menos en las locaciones y anécdotas que se narran, que no por ello dejan de ser importantes pues, en estos casos, se convierten en vehículos para asomarse a los abismos del alma. El Director de Fotografía, Marco Antonio Alvarado, traduce en tomas de justa distancia, suaves, de tibia y lánguida temperatura, el mundo de resignación y soledad de nuestro protagonista. Otro acierto.

He oído que la película de Luís Basurto cuenta el día de un taxista que mientras va a comprar un chancho tropieza con una joven que lleva el cadáver de su hijo a enterrar. Debe tratarse de otra película. La que yo vi, “Colibrí”, refiere la desesperanza, la falta de ilusión, no el conformismo sino la conciencia de la imposibilidad y del fraude que sólo nos busca como engranajes de un sistema que sin esclavos que produzcan y consuman no funcionaría. Y de pronto, un remanso de tranquilidad, una empatía dulce, sin pretensiones, un instante en donde es posible sentirse miembro de una comunidad pequeña pero por fin real porque está basada en la solidaridad del dolor y en la conciencia (otra vez) de la hermandad anónima entre los desheredados. Y después, de nuevo a lo mismo, a ser tragados por la calle, la noche, las luces, los autos, la gente autómata, el ruido, los discursos de ofertas y progreso y felicidad… Hasta que nos demos cuenta.

Manuel Siles.



[i] Sobre este tipo de actuación y el uso de esos términos con relación a la actuación, sería interesante revisar lo que dice Eugenio Barba –respecto al teatro- en su obra “El Arte Secreto del Actor”.

[ii] Impecable Julián Vargas, actor Yuyachkani, profundamente conocedor del Odin Teatret, y amigo personal de Eugenio Barba.

[iii] Annie García es otro de los aciertos de Basurto. Me alegra especialmente, pues proviene de la Escuelita de Cine de Walter Canchanya. Proyecto autogestionario (casi heroico) que cuenta ya con una decena de años llevando el lenguaje cinematográfico a la periferia de Lima, cobrando un Sol por alumno.

[iv] Digamos “intenso”.



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