COLIBRÍ (2011), DE LUIS BASURTO.
En “El Sabor de la Cereza” Abbas Kiarostami presenta un personaje que a lo largo de todo un día recorre el camino en su automóvil (al principio en la ciudad y luego en el campo), buscando a alguien que lo ayude a sepultarse una vez termine su suicidio, o lo rescate si éste falla.
Sin entrar a un análisis completo de la obra maestra de Kiarostami, quisiera destacar el aire ensimismado, falsamente sereno (más bien concentrado) de su personaje. Parece estar más allá de cualquier cuita, como si los conflictos, las frustraciones, e incluso las mayores ilusiones de una vida, no fueran sino pequeñeces irrelevantes que no ameritan distraer su atención. Me impresionó (entre otras cosas, claro) porque lo habitual hubiera sido encontrarse con un personaje flagrantemente desesperado, angustiado, doliente, desgarrado, en lo que se suele llamar una actuación “intensa”, y en vez de eso vemos, precisamente, una actuación muy alejada de lo común que no busca ilustrar la escena sino que, por el contrario, la contradice [i]. Pareciera que el señor Badii ya estuviera muerto y, por consiguiente, nada pudiera afectarlo, y que su búsqueda no fuera sino un trámite administrativo para dar término formal a un hecho que, en realidad, ya ha ocurrido hace mucho tiempo. Desde luego, esa actuación fue una de las más intensas que he podido apreciar.
Pero Basurto no sólo dibuja un personaje, sino además consigue contextualizarlo bien, pues lo vemos, también, llevar a cabo su rutina con el fondo de una Lima diferente a la del discurso oficial que nos presenta como las estrellas de la región en cuanto a desarrollo. Una habitación que tiene más de celda que de dormitorio, un auto que encierra al personaje quien ve desde su cabina el que hacer de la gente (cuántos de ellos con vidas sin sentido ni esperanza como la de él), y los márgenes arenosos de la ciudad. Aquí era fácil acudir al recurso barato de la sensiblería y el patetismo con que nos fastidian muchas realizaciones, pero, lejos de eso, Basurto mantiene con aplomo el sobrio tono narrativo que ha imprimido en su sobresaliente dirección de actores. Lamentablemente en el Perú esto sigue siendo un mérito, pues se juzga el tono narrativo con el mismo criterio con que se aprecian las actuaciones “intensas”.
Conozco personas que merecen todo mi respeto que se “aburren” con el largo paseo del señor Badii, paseo en donde no pasa nada; que piensan que el recorrido y conversaciones en un auto de “Diez” sólo indican falta de creatividad y de sentido cinematográfico; y que las carreritas de aquí para allá en la camioneta de “El Viento nos Llevará”, únicamente intentan justificar el presupuesto de esa (para mí) hermosa película. Sospecho que a esos queridos amigos el último trabajo de Basurto tampoco los convencerá. Mucho menos los podré convencer yo…
Soy culpable de creer que el cine puede retratar el espacio interior de un personaje (o de varios), que hay películas que ocurren en el ámbito de los afectos y emociones de sus héroes y menos en las locaciones y anécdotas que se narran, que no por ello dejan de ser importantes pues, en estos casos, se convierten en vehículos para asomarse a los abismos del alma. El Director de Fotografía, Marco Antonio Alvarado, traduce en tomas de justa distancia, suaves, de tibia y lánguida temperatura, el mundo de resignación y soledad de nuestro protagonista. Otro acierto.
Manuel Siles.
[i] Sobre este tipo de actuación y el uso de esos términos con relación a la actuación, sería interesante revisar lo que dice Eugenio Barba –respecto al teatro- en su obra “El Arte Secreto del Actor”.
[ii] Impecable Julián Vargas, actor Yuyachkani, profundamente conocedor del Odin Teatret, y amigo personal de Eugenio Barba.
[iii] Annie García es otro de los aciertos de Basurto. Me alegra especialmente, pues proviene de la Escuelita de Cine de Walter Canchanya. Proyecto autogestionario (casi heroico) que cuenta ya con una decena de años llevando el lenguaje cinematográfico a la periferia de Lima, cobrando un Sol por alumno.
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