LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

DEDICADO AL CINE PERUANO QUE AÚN NO EXISTE

Sunday, April 06, 2008

CUENTO DE OTOÑO (1998), DE ERICH ROHMER

La "fe" en la realidad
Tal vez, como diría Tarkovski, ya no somos capaces de disfrutar de la lluvia, simplemente, con inocencia, sin buscar elaborar a continuación una simbología a partir de ella. Intelectualizamos el mundo. Odiamos la realidad porque no podemos aceptarla. O porque le tememos.

La naturaleza es el personaje, el ser (el mundo) que envuelve a los demás seres. El modelo. Cuanto existe. Desde los créditos, en Cuento de Otoño, antes de ser imagen, ella es, primero, antes que nada, un puñado (exquisito) de sonidos. La naturaleza, que no tiene una línea de diálogo -o que las tiene todas-, actúa como un fondo. Y está, a la vez, en medio de todo. Como sobre la cálida superficie de un cuaderno y en compañía de estos sonidos que emergen a continuación del silencio, podemos ver el nombre de la película y de la serie a la que pertenece, antes que la imagen de esta naturaleza que es simple, y que es única, que Rohmer ama tal como es, siendo eso, precisamente, lo que quiere mostrar. Nos invade con este inicio un sabor a diario, una apetencia de algo cotidiano pero íntimo.

Rohmer no usa el montaje picado con frecuencia porque no lo considera apropiado a sus propósitos, excepto cuando pasa una vista rápida por algunos escenarios, es el único momento de la película en que usa ese recurso (al inicio, como brevísma presentación). Le interesa en cambio la continuidad, una persistencia espacio-temporal del mundo. Y la naturaleza acompaña todo. Como símbolo de todo, o de nada, o mejor, como ella misma. Se diría que está y no está. La naturaleza es parte esencial de la puesta en escena. No sólo embellece o decora. Sería poco. Sería pasar por alto su sentido evidente y profundo. No somos otra cosa que manifestaciones de ella, parte de ella, ella habla, a través de nosotros. La película, "puesta" al aire libre, rodada en exteriores la mayor parte; la naturaleza está ahí, omnipresente, no apabullante. Es lo más simple que hay, presente, como parte de lo inexplicable. Lo simple, y lo inexplicable, indesligables.



Hablar; nada tan natural. Que aquello que uno diga no se corresponda de manera exacta con algunos gestos y con ciertos inciertos actos también es "natural". Entonces, necesario es que hablen, que se expongan, para verlos contradecirse. Sentados en torno a una mesa al aire libre: imagen clásica de Rohmer. Para empezar. La conversación ligera apiña trivialidades, cosas que en principio no nos interesan, que hasta nos caen pesadas, pero... No hay nada claustrofóbico, aunque algunos (yo mismo, en algunos momentos) puedan sentir claustrofobia por esos "espacios interiores" que son o pueden ser los diálogos, claustrofobia por esa "conservación del plano". El plano se sostiene y algún espectador querrá escapar, pedirá movimiento (desatendiendo el movimiento del diálogo mismo, de la situación), por favor, corta, pasa a otro plano, por qué no cortas, mueve tu cámara Rohmer, cambia de ángulo, haz algo, no seas tan realista. Diferénciate un poco de la realidad, no la dejes tal como está. Y calla a tus personajes.

La manera de mirar de este cineasta es clara, serena, transparente, directa, también discreta, de aceptación del mundo, las imágenes casi nos susurran, en medio de lo trivial, y sólo en medio de lo que supones trivial, encontrarás, de pronto, lo importante. Presta atención. Hay, cómo no, una relación, una unidad, necesariamente, no una separación entre aquello que nos parece trivial y lo que nos parece su contrario. Esta "fe" ante la realidad, de Rohmer, despierta sospechas. La cámara no se hace notar, puede quedarse quieta como un árbol o moverse apenas si es necesario. El ideal realista, la reproducción de la realidad ¿pura? sin intervención aparente del artista. "La realidad está ahí. ¿Para qué manipularla?" (Rossellini). Pero, ¿qué oculta tanta claridad -a la par compleja, en la exposición de los pensamientos de los personajes, que explicitan sus motivaciones, al menos aparentes-, cuál será el reverso de la transparencia, el abismo del otro lado de la racionalidad? Eric Rohmer nos muestra el misterio de sus personajes basándose en lo menos misterioso que hay en ellos, a saber, pues uno los escucha y ve hablar, explicarse, con gran tranquilidad y en abundancia. Pero los actos son a menudo bastante menos claros que las palabras.


En Cuento de Otoño las mujeres son las más activas, los hombres, en cambio, quedan en segundo plano, o para decirlo rápido: las mujeres deciden. Los hombres más bien reaccionan (si los dejan). No sólo las más activas sino, también, las más parlantes. No importa si son muy jóvenes, tienen a menudo además el don de la maquinación (el personaje de Rosine, y de otra manera, el de Isabelle). Pero la pasión destructiva y destructora no tiene razón de ser aquí. Los personajes de Rohmer no son los ardorosos y esforzados kamikazes de sus pasiones. Gustan pensar. Piensan con gusto. -Y, a veces, hasta por gusto-. Un acto en ellos parece el último eslabón de la cadena, el primero, rara vez. En Rohmer el momento de la acción, no es el momento. Es un momento. Pese a que la claridad -y calidad- expositiva de sus razonamientos suele ser luego relativa sin dejar de ser precisa, esa tensión o diferencia, con "el momento de la verdad" en la vida de sus personajes, es uno de sus temas. El discurso de sus personajes, claro y explícito, es siempre puesto a prueba.

Magali prefiere la imperfección de la imagen de los viñedos rodeados de hierba; respetarlos, dejarlos ahí, no fumigar, produce al fin un vino más perfecto, y eso es lo que importa. Rohmer, como su protagonista, no fumiga ciertas hierbas del viñedo de su obra. No fumiga su cuento para matar los momentos presuntamente "demasiado cotidianos" o "demasiado hablados" sin un gran interés cinematográfico. (Tendríamos que responder como Jean Renoir, si hay una cámara filmando, es cine). Al contrario. Necesita de la palabra como parte de la biología, los seres humanos hablando son para él irrenunciables. Eso, y no purificar el cine por el silencio. Su cine nos pregunta, entre otras cosas: ¿acaso lo único interesante es la "acción"? ¿Y la palabra? ¿Por qué es mejor perderse en la acción que encontrarse en el pensamiento -que no niega la acción, que más bien la convierte en más consciente y responsable-? A Rohmer le interesa la conciencia aclarándose a la luz del verbo en vez de oscureciéndose y/o agazapándose en toda la gama de silencios.

Veamos. La joven que, con todo derecho, no sabe lo que busca, pero que está consciente de eso, y consciente de la necesidad de un cambio en relación con su pareja anterior, que juega y que no juega con él, que quiere volver con ella: el profesor, que siempre preferirá a las jovencitas, la misma joven que juega y que no juega con su actual pareja, más joven, más simple, y nada filósofo; la amiga que quiere que su amiga sea feliz como ella y que actúa por ella ( y "de" ella) y que juega con fuego a sabiendas (a punto de crearse un "problema" al tratar de resolverle otro a su amiga de toda la vida). Ya se sabe que a Rohmer le apasionan los personajes conscientes de sí mismos, que saben detenerse "justo-al-borde". Pero, aunque esta sinopsis suena dramática, la película juega de principio a fin a capturarnos sin arrastrarnos. La mesura entonces casi vuelve a parecernos una virtud y no sólo una estética.

Mario Castro Cobos

La Cinefilia No Es Patriota


2 Comments:

  • At 4:49 AM, Blogger Alberto Lázaro said…

    Ayer vi la película: llevába tiempo detrás de ella y he encontrado un videoclub en el centro de Madrid con películas fabulosas. Personalmente, creo que es una de las mejores películas de Rohmer, la menos "dura" para alguien que se acerque por vez primera al director. Me gusta leer comentarios después de ver las películas, y el de este blog ha mejorado en mucho mi percepción de la película: ahora me gusta todavía más. Gracias.

     
  • At 9:03 PM, Anonymous mensajes claro said…

    No he visto aun esta pelicula aunque como comenta fraco parece que vale la pena verla , Me hechare unos dias haber si puedo verla.

     

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