LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

DEDICADO AL CINE PERUANO QUE AÚN NO EXISTE

Saturday, October 27, 2007

EL NIÑO, DE LOS DARDENNE




El Niño

¿Defecto mío? No sé, tal vez sí. Pero, lo cierto es que, aún, las películas de los hermanos Dardenne me conmueven. El poder de una verdad, aun rozando la fórmula, todavía logra imponerse. No es ésta la más seca, dura o rigurosa de sus películas (El Hijo, de lejos, lo es), pero están todavía ahí. Los patios traseros de esa vieja cuna rechinante de Occidente, Europa, unificada y estratificada, -neo muchas cosas: neoliberal y neonazi a la vez-, esos patios traseros que no aparecen forzosamente en las guías de turismo a todo color, están todavía ahí. Y no por obra y gracia de la demagogia, sino por una necesidad natural. Cuestión de simple elección entre el aire y la asfixia, me parece. El cine de los Dardenne posee el deber de la incomodidad.


La orfandad (claro, los pobres como huérfanos, me dirán) moral, psicológica, espiritual, la fragilidad humana, revelada sin más, en la escena final (bressoniana, a más no poder, aunque con algo más de melodrama), es efectiva, emocional, hasta me atreveré a usar esta palabra: justa; como lo es el pálido brillo de una esperanza, sí; pálido, ya sé, pero brillo al fin. Llorar para de alguna manera renacer. (No me importa si el lector me juzga cursi). Llorar para luego poder, más profundamente, sonreír. (No me importa si el lector me declara idiota). Las lágrimas pueden llevarte más allá de ti. (Tal vez el lector ya no siga leyendo).


La idea de una redención, de una vuelta o refundación o (re)nacimiento de una conciencia, de un “despertar”, o del camino que hay que recorrer para llegar hasta ahí, hace de esta película, una que resulta más explícita y clara en sus intenciones, lo cual no tiene por qué ser un defecto. Aunque finalmente sí creo que lo es. Esa posibilidad de redención sobrepasa ampliamente lo social, en mi opinión, pero lo incluye también. La suerte de cómoda pobreza del protagonista no lo exime de responsabilidad. Liviano de posesiones, también pretende hacer lo propio con su conciencia. Aquí se cuenta cómo es que no lo logra.


Hay, en El Niño, un mayor grado de transparencia y uno menor de impenetrabilidad, comparada sobre todo con Rosetta y El Hijo, lo cual dudo que se trate de un progreso en la carrera de los Dardenne. Se trata de una película más accesible (término que no quiero que se entienda como despreciativo) y susceptible de ser “asimilada” (no tengo suerte con las palabras hoy). Esconde menos secretos. Esta “apertura” merece ser evaluada más de cerca.


Está claro que cada escena resulta una lección de economía de medios, de naturalidad y de precisión. La película te pone casi en ese estado de que “se cuenta sola”, reproduce bastante bien esa sensación mezclada de necesidad y arbitrariedad que da la vida.

El dominio es innegable, pero las reiteraciones también. Al ser una película más abierta, si se quiere, menos misteriosa, con más “aire” (con menos planos cercanos, y en esto parece un poco una vuelta a La Promesa), comunica menos ese clima de callejón sin salida. Ese clima de patio trasero.

Ser pobre en Bélgica no es lo mismo que ser pobre en Latinoamérica, como podemos ver. De otra parte, se ve la puesta en operación, aquí, de la magia de la transacción. A escala pequeña, los valores dominantes. Cuáles. Todo viene y va. Todo es efímero. Nada permanece. Un sombrero. Una casaca. Un hijo. Todo da vueltas. Lo que robas, es tuyo. Es la historia del ladrón que se roba su conciencia a sí mismo.

Bruno, Sonia, Jimmy. Papá, Mamá, Hijo. Familia, así le dicen. Niños los tres, eso está demasiado claro, es El Niño como un estado de la mente, y bueno, como familia, es una familia “niña” también. La idea de precariedad, económica y moral, es obvia. ¿Y quién será El Adulto aquí? ¿La conciencia del espectador? ¿La manera “objetiva” en la que se nos presentan los hechos? Provoco: en verdad el acercamiento seco, con menos cámara obsesivamente persecutora y nerviosa esta vez, no es algo “objetivo”.

Si Haneke radiografía Europa desde la clase media, con gloriosa “frialdad” –y nadie lo hace mejor que él-, los Dardenne lo hacen ocupándose de los desposeídos, de las “sobras” del sistema, proclamado como el único posible; el gran malestar en las sociedades del “bienestar” es un tema delicioso, que da horror, es central y urgente.

Los Dardenne de El Niño me recuerdan en cierta medida al Almodóvar de Volver, debido a que si ambas cintas complacen es en función de lo ya visto y no de nuevos descubrimientos.



Mario Castro Cobos



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