LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

DEDICADO AL CINE PERUANO QUE AÚN NO EXISTE

Tuesday, October 02, 2007

COSAS RARAS (SOBRE UN FILM JAPONÉS)

Hace unos cuatro años vi, en el Centro Cultural Peruano Japonés, un film potente que me provocó contradictorias sensaciones, un film que por alguna razón, recordé en las últimas horas. Encontré el texto (inédito) y sin más, lo publico ahora. (M.C.)



Promesa (Ningen no Yakusoku, 1986), de Kiju Yoshida

Yoshida, contemplando así a la muerte, en pleno trabajo, nos cansa sin descanso. Promesa quiere ser, y se quiere ver, implacable con el espectador. Modela el tedio como objeto antinarrativo, como un claro y directo instrumento de provocación. La muerte se toma su tiempo, Yoshida quiere ser fiel a ese tiempo, quiere hacerlo sentir. Una película puede ser irrespirable, me parece, a condición de que uno sepa por qué está ahogándose. Pero, ¿ésta no será más bien una película que juega a hacerse la muerta para ir en pos de la hermosa trascendencia? No creo mucho, sin embargo, en la seriedad por momentos cuasi mortal de una película como Promesa. Se toma demasiado en serio, para ser tan seria como desea que la tomemos. No creo más que relativamente en la sinceridad de su radicalismo. La creo un experimento, por cierto menos radical que provocador. Lo radical, y esto es obvio, era centrarse en la pareja de ancianos -Marionetas que la muerte agita a placer-.

El proceso de acabamiento de los dos viejos, solos, con el resto de los personajes en un muy segundo plano (o en ninguno), hubiera sido lo mejor, en consonancia con el supuesto radicalismo de la propuesta. La muerte vista más profundamente desde la vejez, desde la pérdida de la dignidad, desde el cuerpo humillándose a sí mismo, desde la humillación de ser reducido a la condición de despojo asqueroso y ridículo. Como una torpe máquina que se parodia a sí misma a manera de despedida. Desde las hilachas trémulas de lucidez. Ser más profundo en la crónica del deterioro, el diario de la descomposición, la conciencia que se diluye, en tránsito a la desintegración, eso es lo que yo hubiera esperado.

Promesa es un filme seco. Y líquido... Lo líquido: ojos húmedos, lluvia, orines, un lago, una bata sobre el cuerpo mojado de una mujer joven, un cuerpo de mujer vieja, sobado, limpiado, refrescado por un trapo, el agua de una vieja jofaina donde se reflejan un rostro viejo y un pasado. Lo seco. Los planos. Que lenta y fijamente miran nada. (Y eso es todo). Sentimientos profundos. No afloran. Silencios. Que se condenan a la soledad. Enclaustramiento más allá de la tristeza. Diferencia entre el horror y lo cotidiano abolida en la mineralización completa del instante. La inundación de lo seco (reacción visceral) nos ahoga de asfixia, nos sepulta, nos expulsa fríamente de este infierno.
La mujer que le dio la vida, la que lo llenó de vida (madre=pecho) ahora está llena de muerte, y en un momento de lucidez pide la liberación. Los pezones, los pechos ínfimos de la madre que el hijo ve sin saber qué ver, qué hacer, qué sentir, cambian de signo (tal vez no tanto) en la amante, con la bata mojada transparente, saliendo de bañarse, con los pechos eréctiles, que invitan y reclaman. El símbolo del agua, que es la vida, el origen, el paraíso perdido. La imagen del agua y de las algas en los recuerdos de los dos ancianos, imagen de una vida irreductible y permanente recuerda a Solaris, de Tarkovski. No es tanto la madre tierra, sino la madre agua, sobre la Tierra. Está también la jofaina, espejo de agua, espejo mágico, espejo de tiempo, vuelta al seno materno, viaje al inconsciente.

Las tres generaciones familiares están de acuerdo en que no tienen nada que decirse. La familia también es un cuerpo viejo que ya no aguanta. El horror con que reaccionan la mayor parte de los menos viejos ante la incontinencia urinaria, la confusión de la memoria, la locura incipiente, el rebusque en los cubos de basura, hazañas de los ancianos, es excesivo, hace pensar que la encarnizada observación de la muerte invisible cebándose en los cuerpos viejos, proviene de una voluntad documental, y que lo otro, la explosión emocional que chirría contradictoria se corresponde al melodrama barato, y que el resultado es un híbrido, algo propio más bien de una película típica de transición. Algo en el medio, no en el extremo.

Promesa cierra sistemáticamente todas las salidas por anticipado, porque es un laberinto que ya, desde antes de haber sido recorrido, estaba sellado; los personajes siguen hasta el final una línea recta, y punto. La película nunca se siente (así lo siento) tan a sus anchas, más ella misma, como cuando vemos los pasadizos del hospital. Tan limpios, relucientes, monócromos, ascépticos. Fascinantes en su perfección abstracta. La película no es libre, sensible a las sopresas del camino, sino determinista: una operación geométrica ya resuelta de antemano. Es Yoshida -no es la muerte- el autor de este teatro de marionetas.

Mario Castro Cobos






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