LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

DEDICADO AL CINE PERUANO QUE AÚN NO EXISTE

Thursday, December 28, 2006

ANDREI RUBLEV (1969)


LA PASIÓN DE ANDREI
Andrei Rublev

Creo poder afirmar que conozco el cine de Tarkovski (¿lo conozco?, debo conocerlo para saber si tiene o no alguna vigencia.) Y no solo su cine; algo de su vida sé, he leído sus apuntes y me he enterado de sus frustraciones. Y es a raíz de todo esto que puedo decir que el cine de Tarkovski es completamente vigente, aunque prácticamente haya desaparecido.

I.
Veo nuevamente Andrei Rublev y termino convencido de lo siguiente: el cine de Tarkovski no se basa únicamente en largos travellings o en las imágenes “poéticas”. Desde luego, son parte del universo personal del cineasta, pero lo que hace a Rublev -y al resto de películas- sellos muy personales de Tarkovski es la lucha por responder las grandes preguntas y la profundidad a la que se puede llegar en ese intento.

Maestros: ¿Por qué las cosas no son como me las enseñaron?
Creyentes: ¿Cómo predicar el amor entre una raza maldita?
Artistas: ¿Para qué hablan cuando no tienen nada que decir?

¿Para qué nos hablaron de caridad, del arte, de la patria?
¿En qué creer? ¿Dónde depositar la fe?

Filosofar, finalmente, es entrar en diálogo con los grandes pensadores de la historia. Una película de Tarkovski no se dirigía ni a los productores de Mosfilm, ni al jurado de Cannes de entonces. Desde luego, tampoco a los peruanos de hoy. Su película discute con San Agustín, retrocede hasta Aristóteles, salta hasta la Divina Comedia de Dante y ya no se estira hacia Kant porque Tarkovski es ruso y tiene a Dostoievski y a Tolstoi para leer, aunque se alimente de Bach… Finalmente encuentra a Cristo y lo encara: Tu existencia no ha cambiado las cosas en el mundo.

Tarkovski, con no poca modestia, entra en diálogo con Cristo.


II.
Andrei Rublev era un chico sano. No solamente pintaba íconos religiosos: su vida misma era la de un monje: entregado al señor, rogando por la paz y creyendo en la fraternidad. Un día, sin querer, Teófanes el griego lo llama para que sea su asistente. Aquí empieza el drama Rublev. Aquí es donde decimos: si queremos llegar hasta el fondo, llamemos a las cosas por su verdadero nombre.

La envidia de los otros pintores es dolorosa, al menos para Rublev. ¡Qué ñoño este pintor! Llora porque su supuesto amigo no quiere acompañarle. Antes de partir, esa es su máxima expresión del dolor. Es un puro que aún cree en la amistad.

No pasará mucho tiempo hasta que la decepción lo invada: Primero, a causa de su joven asistente, artista arrogante que no guarda mucho respeto por el maestro, autosuficiente con su pequeño don en la pintura. Luego, debido a la histórica invasión tártara, llena de crueldades en todo el viaje. La compañía de Teófanes tampoco lo ayudó: el griego no dejará de disertar ante cada acto de barbarie. Veamos:

Rublev cuenta, indignado, que las mujeres “entregan sus cabellos” a los tártaros. Teófanes replica: “¿prefieres que las torturen a que entreguen sus cabellos? ¿Eso te parecería heroico?” “Eso sí”, dice Rublev… Ay, monje, tu ingenuidad es dulce.


III.
Avanza la película y Rublev cambia. No suena a nada nuevo en cuestión de narrativa. Lo más básico es que tu héroe evolucione durante la película. Pero Andrei Rublev no es tan sencilla. Sus capítulos transcurren entre temporadas largas y en algunos no sabemos siquiera del protagonista. En realidad sí, porque Rublev no es un pintor, sino una nación. Como Tarkovski. Casi como cualquier ruso. Casi como algún cristiano.

Eso tienen los rusos. Lo que para Occidente es la metafísica, para ellos es la historia. (Para Sudamérica, ¿qué sería?) Rublev es un hombre/nación y Tarkovski, que se desgarra por lo mismo, hace del pintor su alter ego: Un ingenuo al inicio, creyendo en el arte y en las bondades del espíritu (un monje del VGIK). Luego, el reconocimiento más allá de las fronteras (Teófanes-Venecia lo manda a llamar para premiarlo). Después, un tipo confundido porque no entiende que los hermanos pueden venderte, traicionarte, difamarte (la censura y burla de las autoridades, de los otros artistas, de sus propios pupilos). Finalmente, el voto de silencio (no pintar más: el anticipo al doloroso autoexilio de Tarkovski)

Rublev no lo entiende: ¿Por qué si Teófanes sabía de todo esto, de esta actitud villana tan extendida, de esta discordia que invade todo el continente, por qué entonces sigue pintando imágenes religiosas? ¿Con qué ánimos hace pinturas? ¿Cómo puede?

Elemental, mi querido Rublev: yo sirvo a Dios, no al hombre.


IV
Siempre me he quejado de esas también villanas críticas de cine que se la pasan describiendo la película. ¿Estoy cayendo en lo mismo? Aunque no se me ha pedido una crítica, sino decir por qué creo que el cine de Tarkovski sigue vigente. En ese sentido, reincidir en el tema de la fe en la humanidad es una razón para reclamar su vigencia.

Y, más que la fe, la vida. Cada película de Tarkovski es un gran ensayo sobre la vida, sobre los grandes temas de la vida, a partir, evidentemente, de su propia vida. Los temas son el sacrificio, la nostalgia, el perdón, la fe, la ilusión. Personalmente, me basta con que alguien reflexione sobre esos temas para concederle algún interés. Desde luego, Tarkovski va mucho más allá. No basta con escuchar a los personajes hablar de la fe o la humanidad. No, Tarkovski se exige en trabajar lo que, bien o mal, llamo el sentido interno de una escena. O, lo que se suele conocer como el punto de vista de un autor.


V
Repito, en su cine no basta con que aparezcan únicamente dos personas hablando sobre el bien y el mal. La escena debe proveer elementos que le confieran nuevos significados a lo que se está exponiendo:

Unos personajes caminan entre los árboles y de pronto empiezan a caer pequeñas plumas del cielo. Rublev les habla a sus “apóstoles” mientras que, detrás de ellos, un bote avanza y se golpea en un muelle. El pintor está bloqueado y arroja pintura sobre los muros blancos de la basílica; luego entra una mujer desquiciada y llora al ver esas manchas. Un caballo sin jinete retrocede y se tropieza sobre su lomo. Humo, ramas, lluvia… siempre hay un elemento que hace nacer esa impresión de irracionalidad natural que, justamente, reina en la vida misma.

Y no se trata solamente de “imágenes poéticas” por extrañas o incomprensibles. La poesía en cuestión es esto: aumentar el número de sentidos que tu escena pueda transmitir. Desde luego, digo “nada más que esto” pero no cualquiera lo hace. No cualquiera tiene la capacidad de enfocar la invasión de una ciudad y, de pronto, arrojar dos gansos al cielo, frente a la cámara. Revisa esa escena. Luego conversamos.

Tampoco se trata solamente de imágenes. Bien sabía Tarkovski que el oído entra en conexión de manera especial con la mente de cada espectador. Pasa del galope de los caballos a un coral y luego a un silencio y luego únicamente al sonido de una sierra tambaleándose al lado de un muerto. Lamento no poder expresarlo bien, pero la lucha entre una escena y otra parece partir por el aspecto sonoro.

Ver algo, oír otra cosa, añadir un elemento extra… esto que suena a confusión y barroquismo, es más simple de lo que parece. Y simple es elegante. Es un rostro, un sonido, una vela, y una cámara que ya sabe dónde terminará posándose. Cada escena es una gran clase de cine y la matrícula no cuesta mucho.


VI
Pero, regresando, ni es solamente sus preocupaciones sobre la existencia, ni es solamente su refinada destreza cinematográfica. Es la armonía de estas dos fuerzas conseguida únicamente a través de una constante reflexión sobre el arte y su destino como artista… Qué suerte. Para un ruso no hay problemas cuando se pone a hablar sobre su destino. Está en sus genes.

Constante reflexión, porque no es un cineasta que intentó alejarse de las teorías ya existentes. Estaba de acuerdo en que para filmar una escena debía de tener un punto de vista personal, pero lejos estaba de pensar que ese punto de vista se daba solamente por poner la cámara en tal lugar o iluminar de tal otra manera. Su punto de vista era crear vida, no para perfeccionar el arte ni, menos aún, para fines estéticos. Era el modo en que él percibía la vida.

Y si él, finalmente, lograba sentir emociones particulares ante su propia película, estaba seguro que en alguna parte del mundo otras personas también alcanzarían ese estado. Sabía muy bien que un artista no es un individuo solitario y elitista. El artista lleva en él la voz de una gran nación de abandonados (de ahí, su dolor al ser tachado tan prontamente por su medio cinematográfico). Andrei Rublev, recién su segunda película, ya estaba siendo censurada y pasó mucho tiempo para que se proyectara en muy pocos cines.

Desde luego, esta crisis confrontó a Tarkovski a nuevas ideas sobre los demás y sobre sí mismo. Él sintió muy fuertemente la crisis de la fraternidad y, como Rublev, su fe también tembló.

Y eso estuvo bien: una fe que no tiembla no es fe.

VII
Como en Rublev, una época ha desaparecido en el cine. Los cinéfilos de antes deben estar desesperados. Ya no están las grandes obras de antaño. La llegada violenta de los tártaros audiovisuales, y su nueva manera de amar, los obliga a repensar el cine.

El primer plano, novedoso y terrorífico en su momento, es ahora un signo de puntuación… pero no por eso es recurso del pasado. Tarkovski sigue vigente, aunque su estilo cinematográfico ya se haya imitado. En el cine, lo que envejece son las intenciones, y las del ruso siguen latentes.

Que Béla Tarr o Carlos Reygadas hayan aprendido los movimientos (el húngaro más que el mexicano), no significa que tengan el espíritu. El que se acerca, evidentemente, por mil razones, es Sokurov. Pero tampoco. Y está bien, ni Tarr ni Reygadas ni Sokurov pretenden ser Tarkovski (ellos quieren ser Tarr, Reygadas y Sokurov).

La vigencia de Tarkovski no viene por su estilo, sino por replantear sus preguntas, aumentar las nuestras y, por ahí, conjeturar alguna respuesta. Es decir, entrar en diálogo con él.

VIII
¿Qué es el arte?

La gran pregunta de Rublev solamente la puede contestar uno mismo. Tarkovski te dirá que el arte es alcanzar lo espiritual. Los artistas contemporáneos, encerrados en su mundo atormentado, te dirán que el asunto es individualista.

Como ves, las respuestas que te dan en la familia, en las aulas, en los medios de comunicación, en los libros, en las películas, siempre serán respuestas ajenas, externas, falsas. Tienes que vivirlo. Tiene que pasar por tu carne. No tienes que buscar tu tema. El tema va madurando solito. Tú no lo eliges, él te elige a ti y te hace su esclavo. Es, en el sentido más cristiano del término, una pasión.

Y si no existe esa necesidad de crear –y destruir-, si no sientes esa urgencia en ti, entonces renuncia. No te pierdes de nada y nadie te juzgará por eso. El juicio vendrá cuando te creas artista y resultes un farsante.

La verdad es solamente verdad cuando la experiencia lo confirma.


Fernando Vílchez Rodríguez

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2 Comments:

  • At 5:49 PM, Blogger hipoceronte said…

    Muy interesante el texto.

    Yo ayer acabé de ver Andrei Rublev.
    Igual es denso. No puedo negar que me costó digerirlo, pero vería otra vez la película.

    Tb sentí eso de exponer la parada del artista en este mundo. Qué hacer? Seguir, callar, burlarse?

    Muy pofunda toda la idea del film. Ahora voy por Solaris, pq las estoy viendo en orden.

     
  • At 10:58 PM, Anonymous Anonymous said…

    genial, me encanta como escribes, siempre me engancho con tus textos, no lo dejes. Gracias

     

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