LA DISOLUCIÓN DEL CINE COMO REVELACIÓN
El espejo (de Jafar Panahi)
Ya antes, en El globo blanco, veíamos a la misma Mina Mohammad Khani recorrer la ciudad en el día de año nuevo. En ésta, la primera película de Jafar Panahi, la niña sustraía a los transeúntes de sus trayectorias para hacerlos parte de una experiencia aparte en el centro mismo de esa tierra de nadie que es la vía pública de una capital. Se trataba de un ejercicio de observación en el que cada suceso y cada personaje eran absorbidos por una mirada sostenida a fuerza de asombro y tensión por lo que pueda pasar.
En El espejo esa misma mirada se sostiene a lo largo de la primera parte. Panahi coloca su cámara a la altura de la niña, quien ha decidido regresar sola a su casa ya que su madre no la ha ido a recoger al colegio. Y el curso de la observación se identifica con ella de tal manera que, cuando ésta se enfrenta a la gran urbe, asistimos a una experiencia de descubrimiento de un mundo fascinante pero también extraño, donde es difícil desenvolverse sino es con ayuda de los adultos. Sin embargo, el ir de un bus al otro, el agobio de los tiempos muertos, más un desarrollo repetitivo de sucesos, premeditadamente agotan el suspenso o la intriga y preludian lo que va a pasar. De pronto, la niña mira la cámara y decide abandonar la filmación de la película. Momento climático por excelencia, es también el centro y pliegue central que divide simétricamente -como cabe esperar en un ensayo especulativo como éste- la estructura del filme.
Pero Panahi sigue rodando y asistimos a las reacciones del equipo de filmación. Ha terminado la ficción. Es la primera prueba de resistencia para el cine, pero también la primera revelación cinematográfica pura: se derrumba una primera percepción de las cosas, todo un estilo, y nace otro. Vamos de una toma y una foto estándar hacia el irregular movimiento de la cámara en mano y al tono descolorido o la textura granulada. Nos colocamos en el momento de la incertidumbre absoluta. Pero todavía se mantiene la expectativa en torno al futuro de la película y lo que pueda pasar con ella, ya que ésta tiene su razón de ser en el seguimiento a la niña. Es aquí que el filme toma un rumbo decisivo, cuando el director decide que se siga a la pequeña actriz. El círculo se cierra de una manera paradójica, pero reveladora, ya que la historia, en el fondo, continúa siendo la misma que la de la ficción: la niña decide regresar sola a su casa luego de mandar al diablo el rodaje. Sólo que ahora el registro es documental, es decir: se va a filmar todo lo que suceda, lo que no está representado, planificado ni actuado. Seguro muchos protestarán ante este supuesto, pero al espectador no le debería importar si toda la subsiguiente segunda parte de El espejo ha sido en realidad planificada. Porque lo que está en juego es algo más importante, y tiene que ver con la naturaleza del arte, cuando sus propios mecanismos de representación se han cuestionado.
En efecto, ¿no es la primera parte de la película una ficción con calidad de documental, y no es la segunda parte un documental con calidad de ficción? Las categorías juegan a hacerse indiscernibles, porque ambas partes están esencialmente unidas, y una depende de la otra. Panahi ha utilizado los mecanismos de la ficción, y luego los ha desnudado con la única intención de explorar tres rostros: el de una niña, el de una ciudad y el del cine mismo. Y en este último caso la exploración la podemos entender como una búsqueda por lo específico del cine, indagación que consigue su objetivo al traspasar las diversas capas cinematográficas y confundirlas en una sola. Una travesía que tiene que ver con mucho más que pasar de la ficción al documental.
No hay mayor intriga que resolver en una película como ésta, cuando un cineasta se propone hacer de la deconstrucción de los mecanismos de la representación el verdadero espectáculo dramático; pero sobre todo cuando se sabe que en este desmontaje también se encontrará, o mejor aún, se descubrirá un nuevo rostro de la ciudad y de sus habitantes. Porque el confuso entrecruzamiento de imágenes y sonidos capturados en función al seguimiento de la niña nos devuelven una experiencia nueva de Teherán. Un nuevo realismo aparece, a la vez que un vibrante ejercicio autorreflexivo del cine.
Finalmente, el único rostro que se aleja es el de la protagonista, a quien ya vemos muy poco. Es su voz la que hace crecer el misterio de un personaje que de pronto nos niega sus ojos para ver. Porque si Panahi había insistido en adoptar el punto de vista de una niña para asombrarse con el mundo de la ciudad y con la errancia de la imagen cinematográfica, con la segunda parte de El espejo demuestra que ese mismo asombro pervive en su mirada de cineasta, cuando ésta ya ha decidido exponer la verdad de su propio reflejo.
Sebastián Pimentel
La Cinefilia No Es Patriota
1 Comments:
At 12:16 AM, Anonymous said…
Fuera Pimentel y Cordero.
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