LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

DEDICADO AL CINE PERUANO QUE AÚN NO EXISTE

Thursday, May 29, 2008

YO QUIERO MI TATUAJE (SOBRE EASTERN PROMISES)


¿Será que los virus que actúan como gangsters me gustan más que los gangsters que actúan como virus? Me hago algunas preguntas. ¿Hay algo que uno pueda considerar, o bien, rotundamente terrorífico, o bien, arduamente verbalizable -por ser tabú- en la última película de David Cronenberg? ¿Hay, acaso, algún giro temático que irrumpa brutal e inquietante, en el desarrollo de algún personaje, o que intrigue o perturbe de una manera especial? Yo veo que me inquieta lo contrario. La verdad es que la última mutación fílmica de Cronenberg tiende -lo cual me resulta, lo confieso, bastante atemorizante- casi a la normalidad.

Luego de las patinadas sin rueditas (a nivel comercial) que significaron, primero ExistenZ, y luego, también, Spider, se comprende que el dinero de los productores necesitara del dulce abrigo de un armazón más terrenal. Eso fue A History of Violence, de alguna forma. Poderosa en varios momentos, retrato de la Era Bush, y desinflada hacia el final por una buena sobredosis de pastiche, pero con un cierre memorable y escalofriante, A History of Violence parecía jugar con consistencia a ponerse obediente el guante para darle la vuelta mejor, pero, a pesar de eso, los fans de Cronenberg tendíamos a sentir que faltaba algo. Con Eastern Promises tal sensación se acrecienta.


¿Y qué faltaba?

Lo que más admiro del cine de Cronenberg me parece ausente o poco presente o presente de forma insuficiente en estas dos películas: ese fondo, salvaje e incontrolable, y casi innombrable, que emerge como la esencia oscura y reprimida o potencial o latente de la ‘naturaleza humana’. Esa extrañeza radical, empeñada en redefinir y/o expandir las posibilidades vertiginosas de lo ‘humano’. Casi nada. Eastern Promises, la película más reciente de David Cronenberg, cuenta una historia que es un poco menos violenta, bastante menos compleja, menos misteriosa, de menor duración, y, en definitiva, menos intensa desde el punto de vista emocional, sensorial e intelectual que A History of Violence. Al menos, tal fue mi experiencia.

Cronenberg asumió -prácticamente desde el principio- la experimentación y el riesgo como inalienables e irrenunciables marcas de su identidad creativa, sin que sus películas constituyan una obra de vanguardia en sentido estricto. No me importa lo que afirme una crítica admirativa y poco crítica, estructuras convencionales como la de Eastern Promises no pueden ofrecer visiones más complejas, o innovadoras, o intensas que, para citar un solo ejemplo (hay varios) de la propia obra de Cronenberg, la inusual estructura de una película tan atrevida y traviesamente exploradora y rica en enigmas como Crash. ¿Alguien puede decir que, en Eastern Promises, la metáfora del tatuaje ha sido explorada en todo su poder? Y en cuanto a las consabidas dualidades made in Cronenberg, creo que éstas funcionan menos eficazmente bajo la camisa de fuerza (acentuada en Eastern Promises) del género y del estereotipo.


Si A History of Violence me pareció deudora de convenciones, Eastern Promises me impresiona, porque el espacio generalmente ocupado por la extrañeza que lleva a la exploración está ocupado por el melodrama (más o menos disimulado tras el noir o el thriller). ¿Un Cronenberg más tibio y más tierno? Aunque haya un buen par de gargantas cortadas o un ojo vaciado. La fusión genética de director y guionista no me resulta del todo satisfactoria. La culpa por la blandura se la podemos echar siempre al guionista Steven Knight, más que a Cronenberg. La voz en off, lacrimosa, realmente de telenovela (o de telefilme, que viene a ser lo mismo), la voz de la chica rusa muerta, cual fantasma de nuestra mala conciencia ante una víctima inocente de la globalización etc., es un recurso que me choca. Es un subrayado. Es muy obvio. Es fácil y simple.

Hay un par de imágenes que a mí me dicen mucho aunque no sean centrales dentro de esta película: 1) el bebé ensangrentado, recién nacido, viscoso, como muerto, silencioso, de ojos cerrados, al que le suministran aire para evitar que muera; y 2) Naomi Watts en moto, a la mañana siguiente, con casco y lentes de motociclista, en medio de la pista, desplazándose por la city: se ve como una especie de insecto y como un ente único configurado por ella y la máquina. Claro, The Fly y Crash. Por su parte, el bebé me recuerda al bebé de The Brood… Dentro de esas imágenes hay mucho ¡es puro Cronenberg! y me hubiera gustado que se explore. La imagen determina la historia y no la historia la imagen, como dice el gran Raúl Ruiz.

A diferencia del protagonista de A History of Violence, no hay lugar adonde regresar, no hay hogar a la vista, la voluntad radical de combatir el mal incluye una indeterminada temporada en el infierno. La coreografía acrobática nudista tan alabada me parece, en parte, virtuosismo vacío. Sorry. No sentí la iluminación. Uno siente que el final es abrupto (con doble happy end de tapón) y que varios de los personajes merecían más minutos de desarrollo.

El estilo de Cronenberg luce, a mi entender, tatuado de sí mismo, para ser menos él mismo. Veo a Eastern Promises, en suma, como un espejo simplificado y disminuido de las posibilidades desplegadas en A History of Violence. ¿Hay otra película atrapada dentro, que reclama otras formas para expresarse? Los créditos finales, con su desfile de tatuajes, lo insinúa. ¡A mí me parecieron los créditos iniciales! El tema para mí es: cómo uno de los cineastas más libres de las últimas décadas se confina (temporalmente, espero) en estructuras más blandamente confortables y previsibles.

Pero, por favor, que nadie de dude del gran nivel de Cronenberg, y que éste es uno de los estrenos del año en la terminal cartelera limeña...

Mario Castro Cobos

La Cinefilia No Es Patriota

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