LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

DEDICADO AL CINE PERUANO QUE AÚN NO EXISTE

Sunday, May 13, 2007

- LOS MUERTOS -




PARALELO SPELUCINE: Los Muertos (2004)
Una película de Lisandro Alonso
"Verano en Argentina. Verano en el cine.
Verano en las pupilas. Verano en la mente.
Verano en las palabras. Verano en la muerte.
Verano en la selva. Verano en el mismo verano”.
El Verano
Una caminata borrosa, sedienta de inexplicables sucesos empaña la primera escena. El verde de la selva se mezcla y se “deja asomar una punta de verano”, como diría mi socio Martín Adán, entre las ramas de los árboles, mientras que la tierra fangosa hace más pesado el paseo intermitente entre lo oscuro y lo brillante.
Unos cuerpos en el suelo, extendidos en el suelo mojado y negro. Una mirada dubitativa, extraña, entendemos que el personaje está comprometido con eso y con todo, con el verano y con el sol y con las hojas y con todo. El aire es el cómplice y nosotros, los espectadores lo vemos como un espectáculo macabro, interior, permitido para ser distracción imperturbable, sin aliento para más. Luego, una mancha verde sobrepasa las fronteras entre el lente y la pantalla y nos volvemos verdes como la selva misma. La música de los insectos, el color de la naturaleza, escuchamos con nuestros ojos y sentimos la expansión de los sentidos. Todo acaba luego de unos largos minutos. Todo acaba.
Vargas, el pelucón Vargas
Un día antes de que Vargas saliera de la cárcel, el director de este filme, Lisandro Alonso, nos muestra cómo este personaje vive entre su pasado, entre otros convictos, entre cuatro paredes, entre sus actividades y entre el encierro. Pasar varios años en una cárcel carcome las profundidades de la carne y de la mente. Un encierro te hace perder el sentido del tiempo mientras que éste sigue su camino como si no le importara absolutamente nada.
Vargas tenía actividades simples pero importantes. Un taller de carpintería hacía trabajar sus músculos, que por cierto necesitan ser ejercitados para hacerle sentir vivo. Tomar mate con sus amigos y conversar mientras observan juntos el atardecer, momento en el cual ellos deben de regresar a su celda y esperar, echados en su cama, el día siguiente que viene con el mismo sol, con el mismo calor, con las mismas actividades, con la misma monotonía de una cárcel.
Pero este día para Vargas es diferente. Aunque parezca el mismo, es diferente. Y es diferente porque saldrá en unas pocas horas en libertad. Ya todos en el penal saben de su destino. Ya todos lo felicitan, suerte Vargas, que te vaya bien, gracias, gracias y todo parece hendirse en una naturaleza eternamente completa y feliz. Vargas no rebosa de felicidad pero quiere empezar a disfrutar cada segundo que le resta en aquél lugar.
Vargas se afeita, se corta el cabello, recoge sus pocas pertenencias, se tiñe de regocijo interior, claro que sí, claro que está contento, claro que quisiera bailar y beber y ser como siempre lo fue porque va a salir, será libre por fin y todo será como lo fue antes. Podrá sentir la naturaleza con sus manos, podrá escuchar el agua del río y el calor de la tierra seca. Vargas saldrá muy pronto. Él sabe que se siente bien y sabe también que todo será como antes.
Vargas, el ser humano


Antes de ser puesto en libertad, Vargas es llevado por un guardia de seguridad a la oficina en donde firmará un oficio, burocráticos papeleos que siempre hay en la vida. Cuando llega, el oficial le lee el oficio. Me firmás aquí. Bueno. Y también me firmás aquí. Bueno. (El oficial le da el peculio correspondiente por ley, Vargas agradece.) Quedas en libertad. Bueno. Vargas es imperfectamente perfecto. Su calidez de hombre común y corriente, su sincero arrepentimiento lo retrata en sus pocas palabras. Su madurez y resentimiento se ha esfumado para converger en una especie de ser estupefacto por la sentencia del destino.

Su libertad lo asombra. Mientras espera la camioneta que lo llevará al paradero más cercano, su mirada no puede contenerse al dirigirla afuera, a la calle, al “aire libre”. Cada acción y cada movimiento es ingenioso, su naturaleza lo atrae a lo consecuente y extrae de sí mismo una coraza empleando resignación y calor interno.

Vargas, simplemente Vargas



Al llegar al pequeño pueblo, Vargas va en busca de elementos perdidos en el tiempo. El hecho de comprar en una bodega le significa algo intenso no sólo al personaje sino al espectador al escuchar su voz. Su voz ronca, escueta y parca. Sus palabras empleadas las escuchamos como si salieran desde el fondo de su pecho, como si el oxígeno utilizado para pronunciarlas hubiese pedido permiso al corazón. El vendedor es tan natural que pareciera que fuera un documental y no una película de ficción. Luego, se dirige a comprar ropa para su hija.

¡Qué genio eres Lisandro! Colocas pureza y magia en sus palabras. Te has puesto en las venas de su respuesta y has mirado con inteligencia. ¿Qué talla es su hija? Es chica, es grande, es mediana. Y la verdad que no tengo idea cómo puede estar ahora… ¿Y le digo los precios? Ah, sí dígame, Ésta vale quince pesos, ésta vale doce y esa vale nueve pesos, Ésta déme… ¿Algo más señor? No, eso no más, es que ando corto de plata, Ah, tiene poco dinero. ¡Maestro Vargas! no sólo tienes la intención, sino que eres humano como todos nosotros. Has padecido infiernos, seguro que sí, pero eres padre y eres tú con tu honestidad, tu poco dinero, tu cabello corto y eres tú con tus inmensas ganas de incurrir en el deseo de todo ser humano: seguir viviendo.
Después de tener un encuentro fugaz y antiestrés con una prostituta y de conversar con algún viejo amigo o conocido, que además le hizo recordar su pasado y él velozmente responde: ya lo olvidé, ya me olvidé de todo eso, se sube a la balsa, una balsa “musardina” como decía mi bisabuelo Alcides, con agujeros, despintada, maltratada por la vida. Los dos, se unen en un viaje, un interminable viaje.
Vargas y el camino interminable


Un par de remos, un poco de vino, un maletín pequeño, esperanza a borbotones, fe en la continuación, libertad en las partículas de oxígeno que tocan su piel arrugada, y una naturaleza que lo acompaña. Estos elementos dispares y comunes encienden la mecha de la tranquilidad. La película se vuelve contemplativa aún más que al principio. Estos minutos que restan se la dedica exclusivamente a Vargas, este señor arrepentido y viejo que observamos mientras que la balsa lo arrastra por la corriente del río manso y la claridad subyugante.

Vargas, señor, usted que es libre y sosegado, vaya a ver a su hija, sí, tranquilo, no desespere, yo sé que ha esperado muchos años y ahora que tiene la oportunidad, camine lentamente por el tiempo. Vargas no se detiene ni un instante y continúa. Lo único que quiere es ver a su hija. Llevarle algo. No ir con las manos vacías. Sentirse como en casa. Imaginarse despertando en la selva junto a sus nietos. Bañarse en el río, enseñar el arte de sobre vivencia a sus nietos y contarles algunas cosas del pasado. Vargas, señor, continúe ese trayecto que todos esperamos algún día hacer. Vivir sin remordimientos, vivir tranquilos, vivir en paz.


Paco Pulido Spelucin

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3 Comments:

  • At 4:53 PM, Anonymous Anonymous said…

    Tanto floro para la película más sobrevalorada de ese año. Un auténtico bluff y uno de los bodrios más aburridos q he visto en mi vida. Tarea pendiente para todos aquellos a los q sí les gusta: ¡aprendan a ver el verdadero buen cine, monses!

     
  • At 12:33 PM, Anonymous Anonymous said…

    QUE MISIO TU COMMENT compadre... si al menos sustentaras en algo todo tu lloriqueo yo-soy-intelectual-oide tus ideas podrían generar algo de interes... como diría un misio cómico nacional... ECHATE AGUA!!!

     
  • At 8:09 AM, Blogger Rafael Arévalo said…

    Cada quien comenta como quiere, ¿no? Yo no necesito sustentar nada para afirmar que los muertos fue el gran bluff del 2005. Todavía reniego de haber gastado plata y tiempo en una pela que me aburrió y adormeció como hacía tiempo no me pasaba en un cine. Un bodrio total. Cineastas como lisandro alonso sólo sobreviven por los cohetes que les revientan los críticos más telas.

     

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