LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

DEDICADO AL CINE PERUANO QUE AÚN NO EXISTE

Wednesday, January 16, 2008

DOGVILLE, O CUANDO UN PUEBLO CABE EN UN PERRO



La venganza será doble: la de la protagonista, a nivel de la trama, contra el pueblo; y la de la puesta en escena, contra cierta idea de cómo debe ser un decorado. No hay decorados. O casi no los hay. El pueblo es una idea. La idea del decorado es la idea de lo que siempre cambia (la variable) aunque, en el fondo, nada cambie. La historia, en cambio, se presume mítica, atemporal y universal (la constante: el egoísmo, la maldad, el prejuicio, la miseria humana). Por tanto, el decorado deviene prescindible, superfluo. Casi despreciable. El decorado es adjetivo, secundario; pero es primario demostrarlo, precisamente: mostrándolo. Desnudándolo.

La semblanza, el boceto, la sombra, el fantasma, el simulacro de un decorado, más que un decorado propiamente dicho; tal desnudez -el artificio de la desnudez- puede ser leída como un recurso pleno de sofisticación, una muy pertinente operación por sustracción que añade algo que sin duda refresca y revitaliza nuestra experiencia perceptiva. No será inútil recordar una de las definiciones más agudas para describir la esencia del trabajo de un artista: guía de la percepción.

La puesta en escena prueba de manera soberbia, fascinante, que basta, que sobra, esa suerte de gran pizarra, de plataforma escénica, de plano o mapa con el nombre de una calle y de quienes viven en las casas, y las separaciones entre éstas, y la silueta de un árbol o de un perro trazadas con pintura blanca, y paredes, techos y puertas que no están ni estarán, para crear vida. Eso es Dogville.


Hay una sensación de lo majestuoso transmitida por planos cenitales que hacen que sintamos la imagen global de lo que se nos ofrece, como un tablero, con piezas que necesariamente se moverán de una cierta forma, y, al mismo tiempo, este podría ser un juego de monopolio en el que la protagonista como dado arrojado del cubilete de su circunstancia va de propiedad en propiedad para pagar su deuda con el pueblo...su precario derecho de ciudadanía en el infierno grande que pronto se revelará como tal. (Y como sabemos quienes vivimos en países pobres, la deuda jamás termina de pagarse... esa es su gracia, Grace... su condición... Fassbinder dirá simplemente que esa es La Ley del más fuerte...) La película, a la vez que un laboratorio de formas, mira las relaciones de poder que quedan al descubierto, prendida del cuello de las pulsiones donde el comentario sobre el triunfo de la inhumanidad es vergonzante e inescapable. Se aprecia con crudeza, en los hechos, lo que yace bajo la costra de las palabras.

Dogville fascina de manera irresistible, todopoderosa e instantáneamente... por la forma, por la simple y pura forma... Pero no olvidemos que, a fin de cuentas, la forma nunca es sólo forma. (¡Sin forma no hay nada!). El decorado realista en el brillante juego de esta película, brilla por su ausencia. El artificio naturalista, la sensación o ilusión de realidad (tan cara al cine) en su acepción más inmediata, y también más superficial, el lindo decorado que te llena los ojos por bonito o por vistoso o por interesante o porque se parece tanto pero tanto al original (imperativo de la verosimilitud), es descartado de un plumazo. Paradójicamente: por teatral.


No te distraigas con un decorado que no importa nada, así que nos la podemos arreglar muy bien sin él. O, el hecho de reducirlo a su mínima expresión, no es más que una forma astuta de darle la mayor expresividad. Menos es más. Porque más, es sólo lo necesario, lo esencial.

No hay tampoco nada del estatismo teatral donde uno podría cerrar los ojos tranquilamente y sin remordimientos para escuchar las solas palabras o quedarse con el guión en vez de con la película; la cámara movediza, un encuadre inestable, una abundancia de primeros planos de rostros, crean una proximidad física, no hay nada similar a una representación teatral filmada, lo que vemos es puro cine... en un escenario, ciertamente, teatral...

El casting es en sí mismo un fastuoso decorado, cómo negarlo. Los actores rodeados de aire y no de paredes y objetos, ellos son por encima de todo lo que la cámara desea ver...

Pero lo que le quita al decorado se lo añade a las palabras. Ironía más o menos disimulada en el lenguaje vestido, muy vestido, que frasean los personajes (y la voz en off) en contraste con la desnudez escénica -aprovechando de que se trata de un pueblo tan pobre-. Un lenguaje que disfraza así como el decorado minimalista desnudaba. Un raro equilibrio.


El personaje protagonista realiza una suerte de trabajo de campo, actúa como un reactivo químico en el tubo de prueba de la trama, extrayendo lo mejor y lo peor de sus habitantes. Al final, sólo lo peor.

Pero la posibilidad psicológica y fáctica de la venganza marca una diferencia con otras heroínas martirizadas de Von Trier. De extraña que inspira indiferencia, desconfianza, a bendición absoluta, a ángel transformador, y de ahí a puta y esclava, a víctima absoluta (qué talento para las escenas de humillación), y de ahí, a vengadora. Una Juana de Arco soportando su particular vía crucis versión genital. Cuál es la novedad.

Y ese hallazgo, luego de la aniquilación colectiva, el hallazgo del perro, símbolo que se deja vivito y coleando.Y que aparece en persona, ya no en silueta: momento mágico. El chiste de que se llame Moisés (en hebreo: salvado de las aguas). Como si sólo el perro, o el nombre del pueblo (del perro, del pueblo perro), es decir, su historia, que ahora cabe en un perro, merecieran vivir.


Uno tiene la imagen de un Von Trier que se divierte muchísimo, provocando grandes reacciones emocionales en los espectadores, torturándolos. (Tal como lo hace con sus heroínas generosas y cándidas.Tienen que ser así. Para torturarlas mejor.) Hacerlo debe ser ya un fin en sí mismo. Al menos para él. Pero naturalmente hay una cosa más.

La evidencia del mal, y esas últimas imágenes documentales, con el contrapunto brutal de la canción de Bowie, We are young americans, es simplemente, casi insoportable. Tanto es así, que convierte el final de Dr. Strangelove... de Stanley Kubrick (otra irónica requisitoria contra la humanidad), al menos a nuestros ojos... en un episodio de Sesame Street.

Mario Castro Cobos


LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

(Otro texto sobre Dogville: http://lacinefilianoespatriota.blogspot.com/2008/04/dogville-el-sensacional-sensacionalista.html)



1 Comments:

  • At 1:24 PM, Blogger daniel.nakasone said…

    Hace poco vi Dogville, y entre las 4 que ya he visto de él. (Dancer in the Dark, Breaking the waves y The Idiots) esta me parece la más débil del conjunto.

    Es una pelícla renovadora, que crea su propio lenguaje y usa métodos realmente creativos para transmitir la idea del pueblo, de la desnudez y de lo que es el corazón de una comunidad, tan oscuro com oel corazón del hombre. Pero veo también que estos efectos como que han expuesto varias debilidades del director que en otras de sus peliculas, a lo mejor, estaban mejor disfrazadas.

    La impresión, pues, que me dió el conjunto de la película es, más que de instrospección, de autoidulgencia del director. Una historia contada para enfatizar una tésis pero de forma muy grandilocuente. La forma, en este caso, me pareció que quería exaltar el contenido y en ese fin, no hizo más que volverse algo virtuoso, recurrente y vacío.

    Cuando me pongo a pensar en la similitud que tiene esta película con Breaking the waves, creo que quizá a Lars von Trier le dio temor contar una historia tan similar así que trató de hacer dos cosas. Enfocarse no solo en el el problema de la heroina sino tambíen, un poco más, en el contexto pueblerino. Y dos, renovar la forma estética de contarlo. A mí al menos, me parece que no le salió tan bien el tiro. Gran director Lars von Trier, espero que al ver Anticristo y Manderlay, pueda verlo más eficaz, como antaño.

    Saludos.

     

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