Vidas de maestros y discípulos (a propósito de Primavera, verano, otoño, invierno… y otra vez primavera, de Kim Ki Duk)
Ya sea en la ciudad o en el bosque, los personajes de Kim Ki-Duk entablan alianzas secretas y se sacrifican en pos de una liberación espiritual casi autodestructiva. En Samaria, la pequeña prostituta, “Vasumitra”, se divierte y quiere a sus clientes, más allá del sexo, con una inocencia inaudita y que sin embargo es propia de su edad. Luego de su muerte, “Samaria”, su compañera del colegio, amante y cómplice, comprende a la desinteresada Vasumitra, quien no se entregaba a los hombres por dinero. Por eso devolverá cada moneda, acostándose a su vez con los antiguos clientes de su amiga. Samaria traspasa el umbral que la alejaba de su amante y empieza a creer, a sentir y vivir la vida de Vasumitra -que se entendía como un sacrificio alegre, sonriente-. El resultado: una especie de peligroso misticismo que termina enlazando al amado con el amante, al santo con el apóstol, al maestro con el discípulo.
En El espíritu de la pasión (mejor conocida como Hierro 3) el maestro es un joven que recorre los suburbios de Corea con una motocicleta. Aparentemente, trabaja colgando anuncios en la puerta de casas y departamentos, pero esa es solo una excusa para infiltrarse en aquellas estancias que han quedado vacías debido a que los ocupantes se han ido de vacaciones. El misterioso joven se alimenta, se da un baño, lee las revistas y examina cada objeto. Lava su ropa en una batea y repara los artefactos que hay que reparar. Y todo lo hace tranquilamente, con delicadeza y en secreto, como queriendo preservar todo sin dejar huella, sin que él suponga un deterioro de cada hogar que elige: él no quiere morir sino ser invisible, ser parte del mundo o amarlo sin imponer una presencia o un interés particular. Es una aspiración que comparte, de una manera u otra, con otros héroes como la niña prostituta de Samaria, que ofrece su amor a todos gratuitamente, por el simple deseo de hacerlos feliz; con el hombre misterioso de La Isla, recluido en su pequeño hogar flotante; o con el monje de Primavera, verano… cuya vida forma parte de la Naturaleza sin perturbarla.
En el fondo de Primavera… -y de toda la obra del autor- hay una mirada crítica que ve un impase en la opulenta cultura coreana. Los héroes de Kim Ki Duk son anomalías sociales pero muy espirituales, cruelmente espirituales, dolorosamente espirituales. Melancólicos e inflexibles, se imponen las pruebas más duras: hay que ver al antiguo niño cargando como un Cristo una piedra enorme atada al cuerpo. La misma piedra que él, en una antigua primavera, ataba a los animalitos del bosque. Apacible y desgarrado, vidente y desfalleciente, liberador y destructivo a la vez. Ese es el secreto que guarda la luz de Kim Ki Duk. Una luz clara y enferma. Una luz bella.
Sebastián Pimentel
La Cinefilia No Es Patriota
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