SINFONÍA PARA EL FIN DEL ARTE, O: Y LA NAVE VA, DE FEDERICO FELLINI
Como no podía ser de otra manera, se trata del viaje de un grupo decadente. De cuando en cuando, y como en una crónica, los personajes y sucesos son comentados por un perspicaz narrador (alter ego de Fellini), quien se dirige al espectador frontalmente, mirando hacia la cámara. Con un regordete príncipe prusiano y un rinoceronte enfermo, músicos y cantantes se encuentran en la nave para esparcir, en el mar griego, las cenizas de una gloriosa diva de la ópera. Fellini contrasta, como siempre, la ridícula pomposidad de los personajes con situaciones cómicas, como en la célebre competencia operística de los maquinistas de las calderas. Sin embargo, la verdadera fiesta empieza cuando el barco es abordado por náufragos serbios y gitanos. El anárquico contingente encerrado en un mismo espacio –tema que Fellini encaró explícitamente en Ensayo de Orquesta- ahora se pone en escena con intenciones históricas y metafóricas. El ejemplo más ilustrativo es el estallido "accidental" del combate naval, cuando se hace entrega forzosa de los serbios a otro barco, príncipe prusiano de por medio (en alusión a la Primera Guerra Mundial). Habría que añadir que este tempestuoso combate se presenta como un término natural de la aventura, de la vida y de la película. La de Fellini es una mirada amorosa pero no menos desencantada del género humano y de su destino (con Y la nave va uno se ve tentado a preguntarse si también se trata de un desencanto con respecto al arte).
Fellini fue y será siempre el cineasta de Cinecittá, esa gran casa o universo de juguete que él podía armar y desarmar a su gusto. La esencia de su poética descansaba en la singular materialidad de sus escenarios -y su manera de filmarlos-, unos paisajes o entornos que casi siempre escondieron, o lucieron sin más, una artificialidad cómplice, ingenua y extrañamente onírica. Esto era algo que él comprendía muy bien, y que en esta película exhibe más enfáticamente que nunca con cielos, nubes y mares de plástico, con barcos como gigantescas maquetas de colores pálidos, tonos grises o superficies renegridas. Pero eso no es todo. Luego, al mostrar sus cámaras, reflectores y máquinas, Fellini hace evidente, de una manera especialmente impúdica, la condición ilusoria de lo que se agita ante nosotros. Esto sucede en la última y apocalíptica tormenta que vive el navío, en el clímax del filme. Allí, donde la verosimilitud tensa sus cuerdas y, a la vez, todo parece perder el control, el director de Amarcord echa una mirada a lo que está haciendo, como si se tratara del fin de su propio arte. Es una de esas últimas miradas, cargadas de distancia reflexiva y de un lánguido sentimiento, entre desencantado y melancólico. Es otra manera de ser lírico. Quizá la manera más soberbia de serlo.
Sebastián Pimentel
La Cinefilia No Es Patriota
Otro texto sobre la película:
http://lacinefilianoespatriota.blogspot.com/2007/10/y-la-nave-va-de-federico-fellini.html
0 Comments:
Post a Comment
<< Home