LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

DEDICADO AL CINE PERUANO QUE AÚN NO EXISTE

Monday, October 22, 2007

Y LA NAVE VA, DE FEDERICO FELLINI

El año 1983 (año de realización de la película) se disfraza genialmente de 1914 (año en que está situada la historia), sobre todo en la mágica -y dotada de una gracia poética inimitable-, secuencia inicial, y, jugando un poco con las palabras, diremos que resulta expresiva hasta lo inexpresable. Sí, Y la nave va empieza como una película muda (y transcurre y acaba como un comic) y el encanto absoluto de esos primeros hermosos minutos, harían empalidecer de envidia a muchas, muchísimas películas "a todo color".

Podríamos comentar el cartel solitario del principio, o el largo plano inmóvil del barco inmóvil, o la llegada de los tripulantes y del cortejo fúnebre pero, nos quedamos con la que tal vez sea la imagen más bella, entre las bellas escenas de esos minutos: a un costado del barco, gentes sencillas, niños, principalmente, se dedican a devorar con los ojos el ojo de la cámara, del que, hipnotizados rápidamente, dejamos de tener conciencia; nos miran sonrientes a nosotros como si supieran algo que definitivamente nosotros no sabemos: nos resultan tan convincentes que les correspondemos asombrados de sentirlos (como pocas veces en el cine) presencias tan increíblemente vivas; hubiera sido un acto imperdonable de mala educación no devolverles el saludo y la sonrisa. El hecho de que la fotografía no sea a color en eoss minutos, paradójicamente, otorga a la escena una frescura maravillosa e insuperable.


Sería tarea difícil y hasta inútil siquiera intentar enumerar las situaciones insólitas que atraviesan el inacabable zoológico carnavalesco de tan bizarros personajes: la más famosa soprano de su época, diva irreconstituible, de la cual solo en un cofrecito cenizas quedan; motivo del viaje: un último chapuzón frente a las costas de su querida isla natal; luego, un rinoceronte (contemplarlo es toda una delicia), cuya delicada figura, además, con secreciones diarreicas, que perfuman la nave y amenizan incontrovertiblemente el viaje; cantantes de ópera, engreídos insoportables, y, sin embargo, al igual que el público inesperado de los trabajadores de las calderas, uno tampoco puede resistirse a la emoción producida por la arrebatadora belleza de sus poderosas voces en medio de una improvisada competencia; dos hermanos, que además son príncipes... uno de ellos con una cara gorda de bebé gigante, embutido en su uniforme de cuento; la otra, una ciega con cara de bondadosa y también considerablemente astuta; un mentalista pelucón y barbudo que hace gala de sus poderes ¡hipnotizando a una gallina!; un par de venerables músicos ancianos que juegan seriamente, serenamente, como niños, a hacer que broten notas de la cristalería; el romántico admirador de la diva muerta que guarda discos, fotografías y hasta películas de ella; el simpático entrometido periodista-narrador libreta-en-mano de nombre Orlando, que nos acompaña comentándolo todo, entre otros...

"Si parece pintado" es lo que, en cierto momento, un personaje comenta a otro, refiriéndose al cielo que, desde la cubierta del barco, ambos contemplan (ya es de noche). El comentario, que por una fracción de segundo parecía inocente, "bien mirado" no puede ser más irónico. No negaré la diversión, pero la autorreferencia me parece tan feroz que esas palabras casi equivalen a asestarle sus buenos cuchillazos a la pobre tela pintada (que, por otra parte, no tiene la culpa de nada). En otro momento, si se trata de citar ejemplos, uno nota que el mar, cosa rara, no es de agua...


Y ahora con ustedes la escena-clave, un saludable strip-tease o salto mortal, justo antes del final. De pronto dejamos de ver el barco. Todo parece indicar que la historia simplemente se acabó. La cámara continúa en movimiento pero no sabemos hacia dónde se dirige. Asistimos ahora a un cambio de escenario: vemos el estudio, vemos a los técnicos, observamos el decorado, sin olvidar la luna de papel y el mar de celofán o terciopelo... Y solo por unos segundos vemos a Fellini, como si fuera un dios, que se deja filmar (serio y muy concentrado) después de haber creado el mundo... y lo más increíble, en vez de sentir que nos ha tenido engañados durante la mayor parte del tiempo lo único que logra es que lo admiremos más...

La magia al descubierto no ha dejado de ser magia...

¿Y el final de comic?

Entre el mar y el cielo, tenemos a dos conocidos nuestros en un bote luego del hundimiento del barco. Uno es periodista mientras que el otro es rinoceronte. El primero nos cuenta con entusiasmo que el segundo da una leche deliciosa.

Pero nunca explica cómo es que el bote no se hunde con semejante peso (y encoma el rinoceronte no se encuentra en el centro del bote sino a un extremo). A continuación, sigue remando y acaba la película. . . Y la sensación al encenderse las luces...


Mario Castro Cobos



LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

Nuevo texto sobre la película:

http://lacinefilianoespatriota.blogspot.com/2008/02/sinfona-para-el-fin-del-arte-o-y-la.html

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