NO SEAS ¡TONTO! O Notas en torno a En la ciudad de Sylvia, de José Luis Guerín, o un ejemplo del cine distinto y fascinante que aburre a algunos
Pero, ¿y si partiendo de lo más increíblemente 'simple', se puede acceder a lo más complejo? ¿no lo hicieron tantos en el cine, como Ozu, Bresson, ahora Pedro Costa, los Straub, Portabella, el Erice de El sol del membrillo, Kiarostami en Five dedicated to Ozu, y hasta hace poco Robert Kramer? Entonces, me parece que si alguien siente respeto por el valor real de la palabra artista, nada más lógico y humilde, y ambicioso, que volver a empezar desde el principio, desde cero, o casi, desde el origen, así que, por ejemplo: por qué no filmar, simplemente, en una ciudad determinada, unas calles y unos rostros. Expresiones, gestos. Tan solo momentos. Embriones de historias, o, si quieres, sensaciones, en primer plano. ¿La historia es lo sustancial? Sensaciones que nos hacen flotar, soñar despiertos, somos estimulados a percibir especialmente matices gestuales, disposición de diferentes rostros y cuerpos en un espacio dado, y nos volvemos testigos de mensajes no verbales de seres desconocidos.
Esto es lo que, en buena medida, hace Guerín en su nueva película. ¿El documental de un platónico? –Si me permiten la chistosa expresión–. El encanto grácil, el aleteo de lo fugaz, lo sugerido, lo inacabado, está presente casi a cada instante. No tal vez una profundidad escondida y sí una rica superficie que depende de la propia participación activa y la capacidad de simple observación. Partir de un registro documental presuntamente objetivo, solo para poner en escena el ensueño delicado y poético de un soñador mirando rostros y fantaseando y haciendo bocetos y siguiendo al verla (al volver a verla de pronto) a la mujer soñada… Y claro. Hay una larga serie de temas.
La pintura ‘en’ el cine. O cómo la pintura ‘es’ cine. Cuando, filmar una cara, un gesto, un instante, es, definitiva e inevitablemente, pintura, algo que debes tener muy en cuenta; y también es, cómo no, en esencia, nada más y nada menos que cine. La historia del cine: vista como la historia de una serie de rostros revelando lo humano. En la película En la ciudad de Sylvia esta verdad palpita hermosamente. Y con aparente sencillez. Perdónenme, amantes y esclavos y adictos de la narratividad. No saben lo que se pierden. El mejor efecto especial de todos, el rostro humano. El más bello paisaje; la mejor trama.
En la ciudad de Sylvia y el arte del retrato. ¿Qué le dice un rostro a una mirada? O que le puede hacer decir una mirada a un rostro. (Y lo escribe alguien que acaba de pasar hace poco varias horas contemplando retratos de entre 1400 y 1600 y tantos, retratos que pueden superar de manera radical, qué curioso, la ‘exactitud’ y ‘objetividad’ de la fotografía. Y luego sales a la calle y cada rostro te impresiona como único. Pero, volvamos.) Y no olvido el arte del esbozo. Algo menos, pero algo más, que una historia. Y mirar y mirar, siempre mirar. ¿Sugerir no es a veces mejor, más satisfactorio que contar? ¿El misterio irreductible (y no soy un mistificador) acaso se puede contar? El arte del paladeo del instante, y, naturalmente, y en consecuencia, el arte de vivir en la colmena perceptiva de cada pequeño e inabarcable instante irrepetible. La opción tomada. Liberarse de una historia en el sentido más convencional del término. Liberar una estructura de telarañas. Necesitas no tener una historia para tener, para volver a tener, mejor, a ser una mirada. El arte de contar una mirada. La manera de mirar, maravillada de la maravilla que no maravilla a todos; que casi no haya una historia.
Para tenaces observadores de micro-acontecimientos, En la ciudad de Sylvia solo puede ser, o aproximarse, a la categoría feliz de delicia constante, casi sin interrupción. Mirar (incluso ‘documentalmente’) es soñar. Estamos fuera. Aunque, claro, esto es realista, siempre vemos a los otros desde fuera. Carecemos de datos, sobre él, sobre ella, sobre cada persona que vemos. Qué nos queda entonces. La perspectiva es otra. Cuentas con espacio para proyectar tu propia historia.
Alguien dirá. Vista como una película de superficies, qué me da esto, pues qué profundidad puede existir aquí. Pero nos mueve, nos conmueve, nos remueve. ¿Por qué? La profundidad o el aburrimiento se llama el espectador, en buena medida. ¿Por qué En la ciudad de Sylvia me dejó flotando (o seguí flotando en ella), casi en estado de beatitud, al terminar la proyección? ¿Cuál es, en qué consiste, el poder de esta película? ¿Por qué me embriaga?
El esquema chico busca chica, chico sigue chica, chico se equivoca (según parece) de chica; no puede ser más simple, y casi tonto ¿verdad? Y al mismo tiempo el tema es uno de los más ricos que existen en cuanto a posibilidades de desarrollo. La estrategia de Guerín consiste en crear un personaje masculino que nos sirva de ojos, y poco más.
Otro tema, naturalmente presente, qué es una ciudad. En este caso, Guerín eligió Estrasburgo por ser una ciudad tranquila y peatonal y no muy ‘idiosincrática’, que es amable para con los movimientos de los actores principales, y donde jugar con cierto azar parece ser más cómodo. Un lugar no tan poblado que te permita soñar (y filmar tu sueño sin perderte en un laberinto). Una ciudad. Un bosque, un territorio, un teatro, una colección de cuerpos que respiran cotidianidad y misterio, transparencia e impenetrabilidad a la vez, un bosque de cuerpos que se ofrece (y se niega) casual, amable, indiferente, ambiguo, inconsciente, fugaz. Y la ciudad es también una serie de sonidos que le dan forma… Y la ciudad es femenina…
Caras, gestos. ¿Puedes sentir a alguien, su vida, su esencia, solo al recorrer sus facciones? Un viejo deseo, y una posibilidad…
Exotica (1993), de Atom Egoyan
La incomprensión. El espectador, o cierta clase de espectador, a decir verdad, la mayor parte de espectadores, sienten el vacío cuando su mirada no es teledirigida, cuándo no se le dice expresamente qué mirar y qué sentir. Ejemplos sobran. Crash (1996) de David Cronenberg, o Exotica (1994) de Atom Egoyan vienen a mi mente como ejemplos de películas que en la subdesarrollada Lima provocaron enorme incomprensión. Como si ese dejar espacio libre para que uno pueda pensar, vagar, vivir en esos espacios, pasear su mirada por el plano, fuese una locura o una estupidez. ¡El cine también es una experiencia arquitectónica, pictórica, sensorial, plástica! ¡Cómo es que no lo saben! Incomprensión para películas, hablando del más reciente Festival de Lima, tan retadoras como La mujer sin cabeza de Lucrecia Martel o Liverpool de Lisandro Alonso, porque no cuentan una historia, o porque la historia que cuentan es muy pequeñita. Repito: el cine cuenta lugares, estados, atmósferas, climas, texturas, estados, colores, volúmenes, geometrías, resplandores, sombras, silencios, temblores, éxtasis, anonadamientos…
Detalles que pueden ser lo más delicioso y voluptuoso. Como uno de los momentos más gloriosos e inolvidables de En la ciudad de Sylvia, que se produce cuando se nota (y se imagina, también, más allá de lo que se puede ver) a Pilar López de Ayala empapada de sudor, en medio del viaje en tren, al lado del presunto acosador y de hecho mal disimulado perseguidor.
Pero, fieles por un momento al mito, deberemos decir que la mujer ideal (tal vez ‘renacentista’) por definición no puede ser nunca jamás encontrada. O el juego ha sido encontrarla y no encontrarla. La búsqueda potencial de una mujer es la búsqueda de todas las mujeres, un rostro buscado, mil encontrados, todos perdidos, o guardados en la memoria. La fantasía de la mujer ‘ideal’ pasa necesariamente por la más estricta poligamia…
Y no es para dar la contra a otros comentaristas, pero a mí me parece que la mujer más ‘animal’ (en el mejor sentido, aclaro) puede ser más incluso interesante que la angelical (o tal vez dependiendo del estado de ánimo). Es la otra cara de Sylvia (que tiene tres, como veremos). Las mutaciones del rostro de la chica más ‘animal’ en la discoteca… Ella merecería otra película (y no sería platónica). Ella es, sin duda, otra posibilidad de goces (y tormentos) que no tiene por qué ser descartada.
La Casa es negra (1962), de Forugh Farrokhzad
Dicho sin malicia, pero ¿la belleza de los protagonistas en la película de Guerín no contamina la película de irrealidad? En cierta medida, ¿no conspira contra su autenticidad? ¿No es todo, o casi todo, demasiado bonito aquí? Guerín responderá que no ha hecho una película naturalista y recurrirá a la palabra poesía, a la expresión ensueño poético para definir su película… Acaba siendo feo para varios, sin embargo, que demasiado en la película sea tan bonito. Y, en último término (y esto Guerín lo sabe bien), hay una necesidad ineludible de enfrentarse también a la fealdad, y no solo a la belleza.
La tercera cara. Hay una imagen de En la ciudad de Sylvia que puede pasar desapercibida en todo su valor, me refiero a la de la mujer con el rostro deforme y monstruoso, esperando el tren entre otras más, hacia el final. La imagen me recuerda de inmediato el 'documental' iraní La casa es negra (1962), de la poeta Forugh Farrokhzad. El punto en que la belleza no puede competir con la fealdad. El punto en que, a partir de la contemplación tenaz de la fealdad, emerge otra belleza… ¿Metafísica?
“Cuando veo una mujer hermosa no puedo dejar de pensar en su desgracia oculta” dice Baudelaire. Perversamente, el futuro de Sylvia podría ser esa imagen…
El Silencio antes de Bach (2007), de Pere Portabella
En suma: En la ciudad de Sylvia se ofrece al goce del espectador más activo en la contemplación, al observador sutil de micro acontecimientos; no es una obra al servicio de una historia que contar, sino a provocar, por encima de todo, una serie de sensaciones, ponerlas en primer plano, interrogarlas; ahí está su valor y su fuerza. Proyectar y llenar los espacios con tu propia fantasía en un campo de observación real (la ciudad, sus calles) es menos el mirar del deseo, que el deseo de mirar, el deseo de mirar como fin y no necesariamente como mero principio de una linda historia con principio, medio y final.
El cine moderno defiende ese ‘menos’ que es más. Tienes que vaciar un recipiente para llenarlo de otra cosa. (Como dicen los budistas: tienes que estar vacío para estar lleno.) Este es el cine que nos reconcilia con la vivencia de ese gran desconocido cotidiano: el tiempo. Es que acaso, no tenemos, ni tendremos nunca, nada más.
Mario Castro Cobos
5 Comments:
At 5:43 PM, Anonymous said…
Parece una película fascinante por el comentario, habrá qué verla, pone como ejemplos de este tipo de cine a "Liverpool" de Lisandro Alonso y a "La mujer sin cabeza" de Lucrecia Martel,¿por qué no agregar también a Luz Silenciosa??¿?
At 6:43 PM, Anonymous said…
Mario Castro Cobos: ¿ Qué tipo de música os gusta ?
At 5:09 PM, Anonymous said…
El título está mal planteado...
... un ejemplo del cine distinto y fascinante que aburre a muchos
un ejemplo del cine distinto y fascinante que gusta a algunos...
Quede fsacinado. Lo admito.
Crashito
At 9:13 PM, Ronald Díaz said…
En la Ciudad de Sylvia es una de las películas mas románticas que he visto en los últimos años. Del amor platónico por todas esas historias que nos rodean y que nunca llegamos a conocer.
Desde este punto, se codea con esa característica voyeur poco manifestado pero que el cine posee (me viene escenas de 'Escondido' de Haneke), que se comparte, salvando las grandes distancias, con los bloopers o camaras escondidas, donde se nos reta a recrear todo el universo de lo que no se muestra. Ese placer compartido en los dias de radio.
Tambien quede alucinado con la película.
At 12:50 PM, Cero por la boca said…
El problema no es que la película sea lenta o aburrida, sino es que es vacía, hueca, estúpida, es nada, ahora dicho esto las chicas son tan lindas, guapas como un comercial de perfumes.
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