LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

DEDICADO AL CINE PERUANO QUE AÚN NO EXISTE

Sunday, February 24, 2008

ACOSTARSE CON LA REINA. CUENTO DE ROLAND TOPOR

Pero antes, una secuencia del primer episodio de la película de Woody Allen de 1972, Everything You Always Wanted to Know About Sex *But Were Afraid to Ask ( Do aphrodisiacs work?), donde hay una Reina y Alguien (adivinen quién) que desea acostarse con ella:

ACOSTARSE CON LA REINA, de Roland Topor


Había una vez un niñito. Cuando la gente le preguntaba qué le gustaría hacer cuando creciera, siempre respondía: «Cuando sea grande, yo tendré a la Reina.»
Es sencillo imaginar la consternación de las personas cuando se enfrentaban a dicha fijación, la cual resultaba aún más absurda debido a la escasez de reinas. Eran eternas las horas en que papá y mamá se esforzaban por hacerlo entrar en razón, pero el crío era obstinado como una mula y permanecía sordo tanto a los consejos como a las amenazas.
Y Gaspard, porque así se llamaba el pequeño obseso, creció encantado por su disparate, sin advertir la angustia de sus padres. Fue a la escuela primaria, luego a la escuela secundaria. Era un alumno promedio, a quien aprender le parecía fácil y para ello hacía el menor esfuerzo posible.
Un día el psicólogo de la escuela citó a los padres para que fueran a verlo. Luego de toser en numerosas oportunidades, comenzó:
–Sin duda, ustedes son concientes de que mi trabajo es hacer que los jóvenes pasen por una serie de pruebas vocacionales. Ahora bien, y este es el motivo de nuestra reunión, Gaspard parece un caso de lo más inusual. Ocurre que el muchacho no tiene aptitud para nada...
–Pero es un buen alumno –protestó la madre–. Él...
–Déjeme terminar –el psicólogo la animó a permanecer callada–. No tiene aptitud para nada excepto…
–¿Excepto?
–Excepto para acostarse con la Reina. Sé que puede sonar ridículo, pero es un hecho. Me parece mejor no oponernos a su vocación. Quizá luego él mismo se dé por vencido.
El padre movió la cabeza con escepticismo.
–No, señor, él no se dará por vencido. Desde muy pequeño no hablaba de otra cosa.
Los padres de Gaspard regresaron a su casa invadidos por la tristeza.
Gaspard se convirtió en un joven robusto, no demasiado atractivo ni muy alto, pero agradable y lleno de vida. Pasó sus exámenes con tranquilidad y luego anunció su intención de viajar alrededor del mundo.
Su madre lloró desconsolada.
–¡Te vas en busca de una reina! ¡Mi pobre hijo, te enfrentarás a una infinidad de peligros!
Su padre fue más realista.
–Muy bien –suspiró–, si es eso lo que deseas. Pero no te hagas demasiadas ilusiones. No puedes tener a ninguna reina solo porque así lo quieres.
Gaspard caminó kilómetros. Muchísimos. Sus pies estaban en carne viva cuando finalmente alcanzó el último reino existente. De inmediato se dirigió a la Reina.
–¿Qué se le ofrece? –preguntó.
–Quiero follarte.
La Reina no respondió, pero Gaspard podía ver que la idea no le disgustaba. Luego se acercó a ella y colocó la mano sobre su seno izquierdo. La Reina sonrió nerviosa y ordenó salir a sus mujeres.
Cuando quedaron solos, ella se levantó para ir hacia un trono aún más cómodo. Invitó a Gaspard a sentarse a su lado. Naturalmente, él no necesitaba persuasión.
Trató de juntar sus brazos alrededor de su cintura, pero ella lo detuvo.
–No ahora –murmuró ella.
–¿Por qué?

–Si tan fácil consigues lo que anhelas, vas a decepcionarte –respondió sonrojándose.

–Tontita, no tienes que preocuparte por mí.
Gaspard acercó el rostro de ella hacia el suyo para besarla en los labios. Rozó el paladar de la Reina con su lengua.

Cuando se separaron la Reina respiraba profundo.
–Déjame volver a mi sitio –suplicó.
–No hay motivo para detenernos, en verdad no lo hay.
Levantó el pesado vestido brocado. La Reina tenía piernas hermosas, de bellas curvas, cubiertas por unas medias de seda celeste. Gaspard estiró el portaligas y acarició sus muslos con la palma de la mano. La Reina intentaba con toda voluntad mantener sus rodillas juntas, pero los dedos de Gaspard se movían suavemente entre las piernas. Mientras iba subiendo, la resistencia iba cediendo. Poco después había suficiente espacio para dos manos justo debajo de sus bragas, y Gaspard las puso ahí con firmeza.

Luego la Reina se volvió impaciente. Jadeaba como un sabueso. Se recostó en el trono para que a Gaspard le sea más fácil arrancarle el calzón.

–Siéntate en mi rodilla –sugirió él con los pantalones caídos.

La Reina obedeció sumisa. Gaspard la cogió por la cintura, la levantó suavemente y se la puso encima. La Reina se estremecía y blanqueaba sus ojos. Convulsionaba con violencia cuando, luego de varios intentos sin éxito, logró por fin sentirse penetrada.

–Acaríciame las tetas, mi cetro… –gimió–. ¿Cuál es tu nombre?

–Gaspard.

–Y el mío es… su Majestad. ¡Oh!

La Reina se echó para atrás y empezó a correrse. Gaspard tenía miedo de soltarla, pero logró sostenerla de nuevo.

Más tarde, mientras se ponía el vestido, la Reina le preguntó esperanzada:
–Y ahora, ¿qué haremos?
–Nada. Me regreso a casa, volveré pronto. Te amo.
Ella suspiró.
–Sí, todos quieren acostarse con la Reina, pero nadie quiere casarse con ella.


(Traducción: Gabriel Meseth)
La Cinefilia No Es Patriota

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