LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

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Wednesday, April 23, 2008

DOGVILLE: EL SENSACIONAL SENSACIONALISTA


Nadie negará que el arte se inspira en los móviles más puros: Umberto Eco escribió El Nombre de la Rosa porque quería matar a un cura; Lars Von Trier por su parte quería contar la historia de una heroína que deviene vengativa, así que filmó Dogville.
La puesta en escena, modelo de astucia, presenta un pueblo destruido (o no construido), un pueblo plataforma escénica, un pueblo virtual, un pueblo fantasma, aún antes de que los hechos que lleven a ese final ocurran. Para decirlo de otra manera: un pueblo promedio de la fantasía estadística del mito, un pueblo todos y cualquiera, para que pase inocentemente por ser un pueblo ninguno, un pueblo imaginario; así la impunidad de la venganza simbólica sería total.
Pero no. La reacción natural en Estados Unidos no ha sido del todo "estética". La lectura política se convirtió, y con razón, en lectura obligada. Los hechos del 11 de Setiembre constituyeron también, entre otras cosas, una estremecedora venganza simbólica. Y ubicar el dichoso pueblito en las Montañas Rocosas, especie de corazón geográfico de Norteamérica, y que éste sea borrado del mapa con una violencia sumaria, alude a una "culpa estructural" o colectiva, en medio de la inocencia individual de las víctimas; como en los tiempos del Antiguo Testamento, para vengarse del enemigo se mataban también a mujeres, ancianos y niños. Como si la culpa manchara también, necesariamente, a los inocentes. Con su propia sangre.
Lo que la puesta en escena quita de escena es el decorado; y realmente, hay que decirlo, funciona. Y maravilla. La desnudez es un lujo. Hay, además, una cámara al hombro, nerviosa, cortes abruptos, cercanía inestable y escrutadora con los personajes; la pantalla en negro con una música meditativamente melancólica, y un breve texto indicativo de los hechos que se desarrollarán, al inicio de cada capítulo, un in crescendo primero de la bondad de la protagonista que disuelve las barreras de desconfianza con el pueblo, y poco a poco, luego del clímax de agradecimiento, la paulatina mutación. El juego con los extremos de bondad y maldad, maniqueísmo caro al melodrama, es aquí utilizado a fondo.

Von Trier administra con sabia malicia su irrefrenable sensacionalismo amén de su ya clásico -cual marca de fábrica- sadomasoquismo. Este director es de aquellos que jamás dudarían de que el espectáculo de la miseria humana (que otros, poco amigos de los animales, llaman animalidad) es enormemente representativo de nuestra condición. Algo, por lo demás, digno de verse. Let's do it.

Esa voz en off (de acento típicamente inglés), para la cual uno imagina una conveniente cara de palo, juega el rol de una falsa inocencia, de un burlón estar por encima, que nos instala de lleno en el clima insidiosamente envenenado que transmite la película, junto con la capacidad absolutamente innegable de Von Trier para generar emoción. (O tal vez, en último análisis, ambas cosas sean una y la misma.) Su imperturbabilidad es, qué duda cabe, una parodia de la conciencia que busca o intenta ser objetiva. Prepara esa otra voz, esta sí con cuerpo, de Thomas Alva Edison Jr. La sátira de la pequeñez que necesita de las grandes palabras encuentra en este personaje que lleva el nombre del santo patrono del espíritu práctico norteamericano, su portavoz ideal.

No creo que nadie piense que esta sea la mejor película del director danés, pero si algo ratifica aquí es su saludable vocación experimentadora. Y no sólo a nivel formal. Dogville funciona como si fuera una especie de novelón, que algunos espectadores no han tenido a bien el gusto de tragar, masticar y digerir; a mí me parece que su extensión (y no en vano recordaba yo el novelón de Eco al principio de este texto) no es más que la regla de su particular juego. La humillación a la que es sometida la protagonista necesita revolcarse generosamente en la redundancia que cada vez indigna más y más (y deprime, y nos pone escépticos, pero de eso hablaré luego) para que la venganza se vea como una lucecita al final del túnel. Una correntada de aire fresco. Una compensación psicológica acaso inesperada, posiblemente presentida, pero sin duda gratificante. Un hecho cuasi mecánico, simplemente inevitable. La venganza vista como "final feliz".

¿Eso somos? ¿Nuestra satisfacción y nuestro alivio por el desenlace no descubre en nosotros la entraña malsana? Lo peor, pero también lo mejor, está dentro de nosotros. El Arte nos devuelve a viejas verdades, que sólo podemos comprender a través de una experiencia emocional, de una vivencia estética, que no excluye el intelecto pero que sí le da su verdadero lugar. Y el malsano Von Trier se ha limitado entonces a explorar lo que habitaba en nuestro interior.
Mario Castro Cobos
La Cinefilia No Es Patriota


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