LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

DEDICADO AL CINE PERUANO QUE AÚN NO EXISTE

Saturday, November 05, 2011

EXHIBIDORES Y “… MALAS INTENCIONES”. POR MANUEL SILES.



A propósito de la carta enviada a la Asociación de Exhibidores de Cine por parte de la Dirección de Industrias Culturales del Ministerio de Cultura, “demandando” un trato igual al que recibe el cine extranjero para la película peruana “Las Malas Intenciones”, ha habido un nutrido pronunciamiento de parte, no sólo de los cineastas, sino también de mucha gente que no tiene relación con la realización del cine peruano.

Previsiblemente la mayoría de quienes estamos del lado de la realización hemos recibido con entusiasmo la posición comprometida de esa oficina, que no ha agotado sus fuerzas en el discurso solidario, sino que ha tomado una acción precisa y firme, cuyos resultados ya se han hecho notar. La misma Ministra en una conferencia de prensa mostró su preferente atención al respecto y se pronunció sin eufemismos a favor del trato igualitario para el cine peruano.

Yo no lo sé con certeza, pero hasta donde puedo recordar debe ser la primera vez que vemos una actitud así de comprometida y valiente desde que se promulgó la actual ley de cine Nº 26370 que, a lo largo de su vida, se ha caracterizado porque quienes estaban encargados de su cumplimiento se preocuparan, precisamente, de que no se cumpla, especialmente en cuanto a lo que podía irritar a los representantes de los poderosos intereses económicos que existen alrededor del cine.

En cambio, si no la mayoría, no pocos espectadores han hecho saber sin lugar a dudas, en blogs y ediciones electrónicas de diarios importantes, que esa intervención de la mencionada oficina es un atropello a la libertad de empresa y una imposición inaceptable, cuando no ilegal.

Las razones son variadas y los realizadores no deberíamos tomar el camino fácil de descalificarlas arguyendo que provienen de los enemigos del cine peruano, sin hacer un análisis desapasionado de las más recurrentes, a pesar de que (por lo menos a mí) me parece que algunas de ellas obedecen a falta de conocimiento de algunos tópicos más técnicos o especializados, que sólo manejan (y ni siquiera todos) quienes se hallan involucrados en el quehacer del cine nacional, verbigracia, la misma ley vigente. Pero aún así, insisto, deberíamos atenderlas, porque además de referirse al hecho concreto que afecta a esa película, muestran el divorcio que existe entre el público peruano y su cine, que es una brecha que a todos los que pensamos que éste, antes que un negocio y más allá de los clisés, es un vehículo de inclusión y de difusión cultural, nos debería interesar reducir.

En esta ocasión voy a referirme a dos de esas razones porque he visto que muchas de las otras son reformulaciones de ellas o las tienen como sustento o base lógica. Ojalá alguien más se anime a abordar el tema y así lo complete.

La primera tiene que ver con la formulación de la siguiente pregunta: ¿por qué en un modelo económico liberal, como el peruano, el estado debe intervenir regalando dinero del erario público, para la elaboración de un producto como cualquier otro que se ofrece al mercado y, por añadidura, obligar a su consumo?

La segunda es la declaración contundente de que el cine peruano es en su totalidad un mamarracho impresentable (sic), que no merece el obsequio del dinero de los contribuyentes y mucho menos que a los espectadores se les obligue a sufrirlo. Se citan los infaltables desnudos usados como carnada, los temas escandalosos y frívolos o, con el mismo pavor, los temas sesudos, supuestamente trascendentes, cuando no crípticos, que obedecen al solipsista interés del autor.

Sobre el primer punto no podría estar más de acuerdo en que, en efecto, el Estado no tiene por qué disponer de la recaudación fiscal para obsequiarla graciosamente a quienes participan del negocio cinematográfico, tanto en la producción como en la exhibición. Los hombres y mujeres de negocios deberían arriesgar sus capitales y no el difícil dinero del pueblo.

En cuanto a la intervención del Estado en el mercado, en efecto, es inaceptable que en un sistema liberal se entrometa en éste a favor o en contra de cualquier empresa. Sin embargo hay que señalar que el debate sobre qué tipo de modelo de desarrollo queremos todavía no ha concluido, de manera que aceptar como un principio sagrado que debe ser el liberal es un exceso.

En todo el mundo se cuestiona ahora, incluso por algunos de sus hasta ayer principales defensores, la validez del sistema liberal y su sostenimiento sin ningún análisis crítico, y se achacan las consecuencias del derrumbe de las principales economías del mundo al modelo en sí mismo, por lo que indudablemente sobre el tema aun hay mucho qué decir, felizmente.

Pero incluso aceptando que el modelo a seguir tuviera que ser el liberal sin ningún matiz, uno de los requisitos sine qua non para su correcto funcionamiento es que el mercado sea igual para todos brindando las mismas oportunidades a quienes participan de la producción y venta de cualquier producto. No es verdad que El Estado esté impedido de intervenir, es más, precisamente su principal función es la de intervenir cuando el mercado presente alguna anomalía, como por ejemplo prácticas monopólicas o acoso o competencia ilegal o desleal a cualquier empresa. Para eso existen organismos especializados pensados especialmente para detectar y corregir, “interviniendo”, tan luego aparezcan dichas prácticas. En el Perú, por ejemplo, el INDECOPI. Por eso se dio una ley de cine y por eso ahora se busca dictar otra más acorde a los cambios tecnológicos así como atendiendo al análisis del mercado tal cual se encuentra actualmente.

El primer elemento a tener en cuenta es que en el Perú hay un monopolio controlado por los productos de Hollywood que cuentan con la exclusividad de la cadena de distribución, impidiendo o dificultando hasta hacer inviable la exhibición comercial de cualquier otra película ajena a la producción de las llamadas Majors. Luego hay que señalar que, como El Estado protege la igualdad de trato para las películas peruanas respecto a las extranjeras, las exhibidoras acosan a estas últimas suprimiendo sus horarios estelares, cancelando sin ningún aviso funciones, censurando sin ningún criterio y por sí y ante sí el acceso de determinado sector del público por su edad a las películas, comparando sus ingresos (magros) a los de los mundialmente más promocionados blockbusters, ocultando sus publicidades y, por último, retirándolos de la cartelera una vez cumplida la primera semana que les permita argumentar que se le dio un trato igual al de cualquier película.

Incluso se ha dado el caso de películas peruanas que han conseguido más público que muchas extranjeras e igual se les ha retirado de la cartelera. Un ejemplo emblemático fue la producción “Peloteros” que durante su exhibición en Trujillo consiguió más público que un poderoso block buster (si no estoy mal informado nada menos que Harry Potter, aunque en realidad no es importante cuál) y aun así (o, tal vez, precisamente por eso) fue retirada de la cartelera, lo que motivó la queja formal de parte de sus realizadores ante el CONACINE, en donde están representados los exhibidores, los directores y el INDECOPI, entre otros actores más del que hacer cinematográfico nacional.

Hasta la fecha el CONACINE no se ha pronunciado, es más, no se ha reunido para tocar ese tema, ya que cada vez que se le convocó con esa agenda no asistieron ni los representantes de los exhibidores y distribuidores ni el de INDECOPI. Han pasado varios años desde ese flagrante atropello y ya nadie espera que se pronuncien, ni siquiera respecto a lo recientemente ocurrido con “Las Malas Intenciones” o, en realidad, a lo que sea.

En cuanto al segundo punto, lamentando lo exhaustivo de esa expresión, debo decir que es una verdad a medias. A pesar de que reconozco que se pueda disentir sobre la proporción, tal vez generosa, que yo uso, sí estoy convencido de que toda generalización angosta el debate. No es verdad que todo el cine peruano sea un mamarracho, también hay propuestas valiosas, aunque pocas. Sin embargo, la pobreza de nuestro cine podría ser, contrario sensu, una de las razones para su ayuda.

No por hallar consuelo sino para señalar un hecho relevante, añadiré que esa orfandad de bondad en las propuestas de nuestros cineastas es, en realidad, una característica de cualquier expresión artística y que trasciende lo nacional.

Tanto aquí como en cualquier parte del mundo son mucho menos frecuentes las obras que poseen verdadero valor en relación con la cantidad de ellas que quisieran lograr convertirse en obras de arte.

De otro lado, es inevitable referirse a la apreciación subjetiva de quien se acerca a una propuesta artística; lo que para unos es despreciable, es para otros digno del mayor encomio. De hecho entre los mismos cineastas existe ese parecer y ahora mismo se ve un escenario dividido en el que desde cada orilla se acusa a la otra parte de hacer cualquier cosa menos cine, vindicando las propuestas propias y descalificando las contrarias. No debería sorprendernos que los espectadores también tomen diferentes partidos.

Pero lo fundamental respecto a la objeción de que el cine peruano es malo a mi parecer va más allá, puesto que no solo el cine peruano lo es, sino casi todo lo que se exhibe, y la responsabilidad de esa situación no corresponde a los realizadores peruanos, que casi no participan de la exhibición, sino a los extranjeros, que dominan la cartelera. De manera que en el Perú se pasa pésimo cine en abundancia y (he aquí lo sorprendente) con excelentes resultados en la taquilla. Así es, misteriosamente, que en una película abunde la pacotilla no significa en lo absoluto que no logre atraer al público de modo masivo.

Tal vez el problema de las películas peruanas no es que sean malas, sino que tienen una forma particular de ser malas. Digámoslo así: un modo peruano de maldad. De la misma manera, cuando son buenas (ese fenómeno extraordinario se presenta alguna vez) conservan esa particularidad peruana en su bondad. Puesto de otro modo, el público aprecia mucho más propuestas, no del extranjero en general, sino de Hollywood en particular, entre muchas razones, porque es el tipo de cine que está habituado a ver desde que nació. Y es que el cine, como se sabe, es un lenguaje y, por consiguiente, para que consiga interlocutores requiere de una alfabetización de los hablantes, que solo es posible cuando se frecuenta dicho lenguaje.

Por supuesto hay más, y sólo alguien con conocimientos sociológicos podría aventurarse en un tema tan arduo y resolverlo con solvencia, por lo que yo, mucho más modesto, únicamente intentaré señalar alguna hipótesis que puedan servir para que alguien mejor preparado intente una verdadera respuesta.

Y es que nuestro país, que tiene un cine muy incipiente, ha recibido con la producción hollywoodense no solo un lenguaje, por lo general espectacular y abundante en recursos retóricos, sino también un modelo cultural enorme y abarcador al que hoy día parece casi imposible presentar una alternativa.

La cultura del éxito entendido no como la realización plena del ser humano en cuanto a su desarrollo cultural y emocional, sino como la acumulación de bienes y su disfrute inmediato para ser reemplazados por otros, manteniendo e impulsando la cadena productiva y de consumo; la importación de una estética que no se reduce a la artística sino que incluye la imposición de un fenotipo que inconscientemente nos hace rechazarnos como somos y nos impele a parecernos física y psíquicamente a modelos de mujer u hombre con un color de piel, un color de cabello, un color de ojos, con un tono muscular, que bebe cierto tipo de licores, que viste de una manera específica, que come de una manera y en lugares que cumplen características especiales, que habla de una cierta manera, que aborda ciertos temas y que se educa de cierta forma, entre otras cosas, ha reducido las propuestas culturales propias hasta tal punto que muchas personas necesitan hacer verdaderos milagros, a veces con riesgo de la propia vida, para corregir algunos “errores de fábrica” y parecerse al modelo importado, olvidándose de quiénes somos verdaderamente lo que, por el contrario, se convierte en motivo de bochorno.

Increíblemente en Lima podría haber más mujeres rubias que en algunas ciudades de Estados Unidos. Por supuesto, la mayoría de esa rubiedad no superaría una prueba antidoping.

Si esta hipótesis fuera cierta, no es difícil imaginar cuan poco interés puede despertar una película que, no sólo no representa lo que quisiéramos ser, si no que, para escándalo de buena parte del público, nos recuerda quiénes somos.

Al margen de las áridas consideraciones filosóficas respecto a la libertad real o supuesta del público para elegir las películas que ve, dicho lo anterior, parece claro que el Estado sí tiene una responsabilidad frente a la producción, fomento, difusión y conservación del patrimonio cultural de la nación, concepto que no tiene nada que ver con los negocios. En tal sentido, la carta enviada a la Asociación de Exhibidores no sólo ha sido oportuna sino, sobre todo, inevitable, siempre que aspiremos a construir un país de ciudadanos que encuentren valor y motivo de orgullo en las cosas que hacemos y en quiénes somos; que sean capaces de identificarse con una idea de nación propia, genuina, originaria, que logre confrontarse con otras consideraciones culturales en términos, no de aislamiento y prejuicio, sino de igualdad tal que permita el enriquecimiento de nuestro horizonte cultural, en vez de su reemplazo, sin más, por uno que se nos impone.

Manuel Siles.




5 Comments:

  • At 9:56 PM, Anonymous Anonymous said…

    Si el estado tuviera que ver todo como negocio deberia cerrar los museos, ya que cuestan mas de lo que recaudan.

     
  • At 1:23 PM, Anonymous Anonymous said…

    Si pues, si alguien quiere hacer su bisnes que meta su plata, el estado deberia apoyar solo las peliculas que no tienen posibilidades comerciales pero si artisticas y sociales y a las exhibidoras que las pasen. ¿Por que tenemos que pagarles sus vacilones a Duran, Tamayo, Lombardi y sus hijitos, Perez garland, Aguilar y el resto?. naa que ver, que se juegen la suya.

     
  • At 6:05 PM, Anonymous Cualquiera. said…

    Pregunta: ¿como se hace una industria de cine en el Peru? ¿Con Detras del Mar de Raul del Busto, o con El Guachiman?

     
  • At 8:09 PM, Anonymous Anonymous said…

    en todo caso, por què tendrìamos que pagarle la película a algún cineasta mediocre que posee acciones en cierta mina... así no juega Perú...

     
  • At 3:48 PM, Anonymous Anonymous said…

    No va a ser facil que el estado diferencie entre cine comercial y de autor, cualquier cineasta puede decir que es independiente aqui, de hecho chicho Durant jura que es cineasta independiente, si a mi tambien me da risa pero eso dice y lo apoya gente como Leon Frias que aunque aca no gusta no es cualquiera, ahora en el concurso de post estan chicho y Raul del Busto ¿los dos son independientes? ¿ninguno piensa en el negocio? Seguro que tambien Raul quiere que su pelicula gana plata, lo que no tienen nada de malo ni lo saca de la lista de independientes. Creo que no es tan facil Siles, para ustedes los criticos y realizadores tal vez, pero para el estado no.

     

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