LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

DEDICADO AL CINE PERUANO QUE AÚN NO EXISTE

Monday, December 08, 2008

KANT CON LYNCH: PRIMERA PARTE. PRÓLOGO.




Slavoj Žižek, la X siniestra que precede a la realidad
Nacido en 1949, en Eslovenia, doctor en Filosofía y Artes, Slavoj Žižek es uno de los pensadores más prestigiosos de nuestra época. La tarea que se ha impuesto, sin duda, justifica la atención que su obra recibe. Žižek busca viabilizar posturas de izquierda, en pleno posmodernismo. Esa rebeldía, por lo menos, tiene que despertarnos curiosidad.
Cuando el bloque comunista se hundía en la historia —en esa misma Historia, que el marxismo había creído entender por completo—, Slavoj Žižek participó activamente en la vida política de su país. Eran finales de los ochenta. Y el filósofo luchó “por la democracia”. Como todos sabemos, esa lucha tuvo éxito: la Cortina de Hierro se derrumbó. Y el capitalismo, sin enarbolar las banderas de ningún “universal positivo”, paradójicamente, enrumbó a la tan cacareada globalización, en otras palabras, a la más grande hegemonía de que se tiene memoria.
El intelectual de nuestra época se siente obligado a indignarse, si un discurso con afanes universalistas le sale al frente. Parece lógico: el totalitarismo se basó en discursos totalizadores, ergo, recusar la posibilidad misma de un discurso totalizador ha devenido una suerte de imperativo moral. Pero, ¿es congruente hablar de política, sin una visión del hombre? La política, ¿tiene sentido sin una dimensión ontológica, sin una teoría de la vida social? Habría que ser ingenuo para creer que el mundo va por buen camino y que un cambio radical, político, no es urgente. Digamos que el fin de la Historia no ha sido, en absoluto, un final feliz.
Para el filósofo clásico, el mundo “siempre había estado allí”, por lo que no representaba un problema. Fue el cristianismo quien incorporó el drama de la “creación” al horizonte del pensamiento occidental. A semejanza de todas las ideas, pues, “el mundo” es una construcción histórica. Pero, a diferencia de otros procesos —verbigracia, el desarrollo biológico de nuestra especie, que es la evolución por antonomasia—, todos los elementos confluyen ante nuestros ojos, sí, contamos con todas las piezas del rompecabezas. Sabemos en qué momento Occidente “desconfió” de su espacio vital. Según Heidegger, en el sistema de Kant, por primera vez, “el mundo” fue pensado como una instancia problemática, donde el logos y la inaprehensible “cosa en sí” trataban de acordarse, sin demasiado éxito. La genealogía de esta duda es finita, y su origen, no demasiado remoto.
Para un lector de Lacan —como lo es Žižek—, “la realidad” no precede al sujeto. Aquello que, en la tradición de Occidente, ha sido llamado “la realidad”, no es más que una actualización, o una performance, de un “principio de realidad”, por definición, anterior y más profundo: la subjetividad. El sustrato de lo “real concreto” solo puede ser racional; eso nos alivia, parece salvarnos del misticismo; lástima que la razón, de inmediato, dude, lástima que no esté tan segura de su propia racionalidad.
En efecto, el proyecto metafísico, la historia de la filosofía, son fracasos, grandes fracasos. En el juicio que la razón sigue contra sí misma —un juicio, literalmente, histórico—, la prima philosophia oficia como testigo: la borrosa Metafísica se presenta y se denuncia, como una farsa que, durante veinticinco centurias, ha consumido las energías de “tantos varones ilustres”, vale decir, como la pseudociencia que terminó, siempre, divagando acerca de la naturaleza (de la realidad o del vacío, no importa) de Dios. La odiosa, la delusoria metafísica. Una religión solapada. Una matriz totalitaria.
Para un lector de Lacan —como lo es Žižek—, lo imaginario es, también, una creación dialéctica de la razón. Entonces, ¿qué existe, antes (después) de que el sujeto piensa? ¿Qué existe, antes (después) de la irrupción en el mundo de ese frágil portador del portentoso ser? Antes (después) del logos, existe (¿existe?) una zona pantanosa, miasmática, donde maceran y se incuban la neurosis, la paranoia y la ideología. En un arrebato poético, el joven Hegel la llamó “la noche del mundo”; mucho antes, Teresa de Jesús la había llamado “la loca de la casa”. Acaso nosotros, diariamente, la llamamos “imaginación”, la madre de todas las psicosis.
Cuando Žižek quiere filosofar al respecto, cuando quiere pensar en lo que antecede a la subjetividad, entonces no acuden en su ayuda ni un remoto griego, de cuya pluma solo se conservan fragmentos, ni un idealista alemán, de perfil solemne y estilo abstruso. Quien mejor le conviene para pensar en esa “noche del mundo” hegeliana, es un realizador norteamericano, artista de vanguardia, en plena actividad, amante del rock´n´roll y de la cultura pop. Al rescate del filósofo llega, entonces, David Lynch.
Interrogar el vínculo entre “la idea del mundo” y la “zona ambigua universal”, en la que hunde sus raíces la obra del director de Inland Empire, es el objetivo del ensayo que, a continuación, reproducimos. El texto se encuentra en El Espinoso Sujeto, el Centro Ausente de la Ontología Política, libro que Slavoj Žižek publicó en 1999.[1] Si no nos equivocamos, Žižek ha escrito algunas de las mejores reflexiones acerca del cine de David Lynch, un creador que, de manera consistente, viene retando la capacidad de análisis de la crítica cinematográfica, como institución, en su conjunto y en todas partes. (Carlos Zevallos Bueno).

[1] El título original es The Ticklish Subject: The Absent Centre of Political Ontology. El subcapítulo que reproducimos, abarca de la página 63 a la 72 de la 3ra. reimpresión en español, ed. Paidós, 2007, traducción de Jorge Piatigorsky.
Segunda Parte:
Tercera Parte:
Cuarta Parte:
La Cinefilia No Es Patriota

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