Me río pero no me río
No me río de ti. Me río contigo. Resumo mucho de mi experiencia con La Teta Asustada en este diálogo de Happiness, de Todd Solondz. En la película de Solondz, la hermana bonita y exitosa le habla así a su hermana que no es tan bonita y que no es tan exitosa. Pero, recordarán, en verdad sí se estaba riendo de ella. Trataba de no hacerlo. Pero no lo lograba. Si es que trataba.
En Happiness, te reías de ellos, de las víctimas, pero la cosa no quedaba ahí: casi al mismo tiempo te empezabas a sentir culpable por haberte reído, ese era el chiste: tu risa se volvía contra ti; tu risa se hacía conciencia, interrogación, problema. Era una risa difícil. Por eso surgía el malestar. Si no te diste cuenta hasta ahora, te cuento que el director se reía de ti. En el buen sentido. Te cuestionaba sin piedad. En cambio Claudia Llosa tiende a hacerle caricias a los prejuicios de los espectadores, les hace cosquillas, en vez de golpearlos.
Al ver La Teta Asustada, sentí ‘lo otro’, a las personas indígenas, tratadas de esa ‘manera’, ‘risueña’. Alegre blanco del humor, blanco, o no tan blanco, blanco de la ironía, de las burlas (burlas ‘suaves nomás’ en cierta forma, o sea, muy limeñas), generando una risa fácil. Pintados cual frikis, y en desfile, sentí que eran tratados con una actitud tipo ya pues riámonos un poco de ellos –porque, son un toque ridículos, ¿verdad?-; son feítos, son huachafos: Yes. Son pobres, claro; e ignorantes, se nota; no hablan bien el castellano, obvio. Todo esto es para reírse. Ajá. ‘Lo otro’ es así, aquí, en el Perú: miren, miren, miren. Qué simple resulta la cultura dominada, vaya. Claudia Llosa te alivia, no hay problema en comprender al otro. Porque no hay nada o hay muy poco que comprender. El cine era una fiesta de risas (en algún otro cine, más caro, habían, más bien, risitas, pero es igual). Y risas o no, la intención me queda clara. No encontré gracioso reírme de esas personas, a diferencia de otros, y me siento bien por eso. Lo sé, hay una rendija, dos: Fausta, la protagonista, y Noé, el personaje del jardinero. Personajes complejos. No es suficiente.
Y por favor, no me vengan a decir que lo estético y lo ideológico no tienen nada que ver entre sí, que son mundos distintos y separados o separables, pues lo estético está al servicio de lo ideológico. Lo estético es ideológico. De Bresson a John Waters. Así que no es ‘lo uno sin lo otro’, sino más bien ‘lo uno más lo otro’.
¿De qué se están riendo?
1. De una chica con una papa en la vagina. -Más o menos la mujer barbuda-. OK. Lo que podría haberse tratado con delicadeza, fascinación, elípticamente, de modo sutil, elegante, atendiendo la lectura metafórica, mítica, no; es tratado de manera gruesa. Resultado: los espectadores ríen cuando no deberían. Directora y espectadores, ¿se ríen con ella, o de ella?
2. De una novia que quiere casi con desesperación que la cola de su vestido sea más larga. Se arma un cirquito, con el hermano jugando pelota, el perro corriendo, etc. Sus deseos ‘arribistas’ parecen ser el motivo de la burla. Es una chica que quiere ‘más’ y como no lo consigue, es una huachafa. En una escena posterior, como que ella quería que el vestido volara, pues alguien le puso globos rosados… Directora y espectadores, ¿se ríen con ella, o de ella?
3. Representan lo sucio: oh qué mal gusto ¡esos novios! al darse un beso con lengua, ves: el novio es más chiquito que la novia, es otro número de circo, pequeña ‘monstruosidad’ que se pretende ‘graciosa’, ‘pintoresca’ (la idea además es la de provocar cierto asco ante la manera de darse ese beso). Directora y espectadores, ¿se ríen con ellos, o de ellos?
4. Y ahora un ejemplo de mentalidad sutil (de parte de un personaje al que le gusta Fausta). Claro, para conquistar a una chica tímida, nada mejor que soltarle esto: ‘si rojo es el color de la pasión, yo quiero bañarme en tu menstruación’. Misión cumplida.
Hay más ejemplos...
¿Y ese respeto y ternura hacia los ‘pobres’; como por ejemplo en el español Luis Buñuel para con los mejicanos de Los Olvidados y de Nazarín; o en el italiano Federico Fellini, en El Jeque Blanco y en La Strada; o en el bosnio Emir Kusturica (aquí la cosa es levemente más dudosa) con el pueblo gitano; o en el iraní Jafar Panahi en El Círculo; o en el argentino Israel Adrián Caetano para con su protagonista el boliviano, en Bolivia? Me pregunto con brutalidad (es que me contagio de la película): ¿Será que hay una clase social aquí en el Perú incapaz de sentir ese respeto? ¿No será precisamente ésta (o al menos en parte) la misma clase social ‘más culta’ que lloriquea lateralmente por el destino enjaulado de Fujimori y que no recuerda el sufrimiento de tantos y tantos inocentes, en su enorme mayoría indígenas? En un país como el Perú este tipo de caricaturas son peligrosas. ¿De qué se ríen?
No hay toma de conciencia, no hay un dispositivo crítico más fuerte en el personaje de la señora pianista ladrona de canciones, parece que la película la respeta cuando podría burlarse de ella, como sí hace con las personas indígenas; ahí habría un bonito sentido de examen crítico de la miseria real de quienes no viven en la estrechez material, ¿verdad? (Clase social que su directora sí conoce). Pero su manera de criticarla resulta insuficiente. ¿Por qué será que no se les trata con la misma ironía, a ella, y al personaje del hijo? ¿Acaso no lo merecen? ¿Será que vale más ser elegante que tener razón?
Por cierto, una valiosa lección de la Nouvelle Vague, era, es, y será: hablar de lo que conocían. Conciencia de sus límites, realismo, humildad, en gente como Godard, Resnais, Chabrol, Rivette, Truffaut, Rohmer...
Aplaudo la búsqueda estética, pero reclamo conciencia crítica para con sus propios prejuicios ideológicos. Y tengo pesadillas despierto con la gente que se ríe, se burla, de una chica con una papa en la vagina (qué directora tan ingeniosa, eso nunca (se) nos ocurriría a nosotros), y claro: ellos, los otros (y dale con los otros, pero es que lo son) representan el mal gusto, la ignorancia, la cultura ‘justamente’ dominada, ¡bravo! y eso permite a los espectadores sentirse barata y falsamente superiores. Ellos son así. Nosotros no.
Ya otros encomiaron esta película, pero estas líneas no tratan de los méritos de Claudia Llosa. Esa mirada desde arriba, que a mí me parece obvia, y a muchos no, es el defecto más grave de la película; es, incluso, un peligro. ¿Cómo acercarse al otro, a lo otro, cómo? Jean Rouch, Chris Marker, Johan Van der Keuken, Robert Kramer, Agnès Varda, los Dardenne, Bruno Dumont, Abbas Kiarostami. Vean sus películas, si les importa profundizar, y comparen.
Licuado Kitsch, con una protagonista que se las trae y que da una impresión de realidad fortísima, más un mundo de colorido cartón que toma elementos de la realidad pero que se encierra en sí mismo, en sus prejuicios, que celebra, que apenas cuestiona. Yo quiero ver películas que me enseñen algo sobre mundos que no conozco, y no a la vieja mentalidad miedosa y corta de alcances que nos ha hecho tanto daño durante tanto tiempo. Y, aunque se disfrace con habilidad, no me da nada de risa su pintoresca superficialidad. Y en cuanto a la redención, ésta pasa necesariamente por el conocimiento, y no por la simplificación tristemente caricaturesca de los problemas.
Mario Castro Cobos
La Cinefilia no es patriota