LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

DEDICADO AL CINE PERUANO QUE AÚN NO EXISTE

Friday, October 13, 2006

RESPUESTA DE MARIO CASTRO


"Mamá, hay un símbolo en mi sopa”

O Sobre dos recepciones críticas a Madeinusa

Emilio Bustamante y Ricardo Bedoya me recuerdan a pesar mío a esos psicoanalistas que ven falos por todas partes. Y una lluvia radioactiva de símbolos también, lo que debería provocar (eso siento, en el fondo) que todos nos hinquemos de rodillas contritos a los pies de Madeinusa, como mínimo. Madeinusa, por lo tanto, chicos y chicas, apunten en sus cuadernos, tiene que ser la gran película simbolista de la historia del cine peruano. No hay Mallarmé ni Verlaine ni Rimbaud ni Eguren (este último para ponernos patriotas) que valgan. El poder simbolizador de Claudia Llosa, según estas recepciones críticas, es simplemente aterrador.

Pero ocurre que uno saca al ojo que esta joven directora por su parte, y más Ciudad de Dios, humildemente, resulta que es tributaria de la estética publicitaria, se ve, y no solo en imágenes de fondo que resultan idílicas. Afirmación que debe ser entendida de modo completamente literal y para nada “simbólico”. Así, el potencial de “belleza” aquí, se acerca, por momentos, peligrosamente más bien a la cosmética que a una estética que quisiéramos más sólida y necesaria.

Es la coherencia integral de la película la que está en cuestión. Me parece que la partición entre lo ideológico y lo estético no se da en el acto perceptivo original. Mi respuesta no puede sino estar condicionada por lo que soy, y, como cualquier espectador, recibo todo en un solo paquete: la imagen digamos “bella” o mejor, “bonita” ya no lo resulta tanto si al mismo tiempo capto “mensajes” que me dan una lectura o visión que no puedo desatender, mensajes que me gritan los prejuicios de una parte de la sociedad peruana con respecto a la otra, sin importar que se trate de una película en clave de fábula. Y ya sabemos de sobra que hasta de Warhol, Snow o Brakhage, se puede extraer una “moraleja”.

No se sostiene, no es serio, es inaceptable, decir que una obra significa únicamente “belleza”, que ese es todo su “significado”.

La ficción impoluta, platónica, autista, autosuficiente, no existe: siempre una obra está pisando el barro de lo real, sin importar cuánto se eleve.

Madeinusa, a mi entender ni siquiera trata del ande, aunque suene extraño decirlo.
Madeinusa trata en el nivel más obvio no del ande sino de que lo mejor que puede hacer una chica del ande con el ande es borrarse del ande. Qué feo el ande, en el fondo. Aunque tiene su colorcito. La moraleja es que la promesa de libertad está en Lima. (Final ambiguo de por medio, por supuesto, al menos). Claro, Madeinusa está al final junto con su falo-trenza y su doble en muñeca. Responde las preguntas del personaje apodado el Mudo como si estuviera siendo entrevistada por RPP.

Aunque por ahí quieran ofrecerme veneno para ratas, debo repetir que con Madeinusa, yo no aprendí nada ni del ande ni de la ficción ni de la propia Madeinusa ni de nada. Y no niego sin embargo que vi rasgos de ingenio, creatividad y hasta imágenes bonitas y estimulantes. El Cristo yacente que a poco de ser besado por Madeinusa cierra los ojos y junta las pestañas. El Cristo que antes, en otro buen momento, en vertical, hace un clack al bajar la cabeza. Y si quieren otra escena se las daré. La escena de la virgen que parece estatua y símbolo y está viva y en procesión fue otra que de hecho me gustó. Parecía una pequeña diosa, en verdad.

Nada contra eso. Pero lo que sí aprendo hechas las cuentas es un punto de vista que aunque cercano en lo físico (geográfica y fisiológicamente) está lejano, ahí hay una barrera cultural, un hoyo negro apasionante, cuya importancia no se puede dejar de señalar. Ese es el tema para mí. Es mejor hablar de lo que conoces, o ir abierto y lleno de una inteligente ignorancia… Y por favor, no tapemos ese hoyo con Madeinusa. Quien haya visto hace poco en el cine-club de la Ventana Indiscreta las películas del turco Yilmaz Güney sabe perfectamente a qué me refiero con sentir que el director está cerca o lejos del mundo que describe. Hay en Güney un conocimiento de ese mundo, es parte de la atmósfera que se respira, es parte de la unidad, no puede separarse.

Globalmente, fue una experiencia que apenas me tocó, fue algo no trascendente, superficial. Pero leo a Emilio y a Ricardo, y casi me siento culpable por no sentir que estos aciertos bastan para defender a capa y espada una película que no pasa de regular. Qué será de mí. No tengo redención.

Que la cámara enfoque, por ejemplo, más o menos cerca una que otra rata patas arriba, no me parece que implique una simbología de profundidades sobrecogedoras. Eso sí, las ratas aluden la fealdad de ese universo y la necesidad de acabar con ellas. Lo mismo que el emblemático zumbido de una mosca, que define tal vez, de entrada, la animalidad “esencial” de ese mundo. O, cuando el insalvable Salvador patea la puerta de madera y la puerta cede… y entonces escapa… Salvador se salva muy fácil, ha sido salvado por el guión, la gente ríe y no hay símbolo, sólo la torpeza de la escena. Otro ejemplo: tanto en Madeinusa como en La Prueba, podemos saborear en sendas escenas el asco limeño por la recia comida provinciana. Esto que suena tan trivial debe significar algo más. Ojo, es un asco profundo… Léanme ese símbolo, please.

En cuanto al tiempo santo, que es la base sobre la cual se despliega la ficción, éste puede ser caracterizado con palabras menos grandes, aparatosas y solemnes; no es necesariamente la abolición de la ley, que suena tan importante y tan dramático, puede ser tan solo la excepción a la regla, o sea algo contemplado y previsto por la misma ley para garantizar su supervivencia y reproducción indefinidas. La ley no se rompe, sólo se estira, para volver luego a su tamaño normal. El desmadre está ya previsto en el reglamento. (Espacio-temporalmente delimitado si quieren.) Por eso la directora dice que en este contexto la libertad es una utopía. Ahí sí hay algo coherente. Pero tal como suena, en aquellos dos textos, la cosa es tremenda, olímpica, cósmica, inabarcable, tengo miedo.

Que el personaje del padre le dé una sobadita al personaje de Madeinusa no me dice ni pío sobre el tema del incesto. La enorme carga de este tema, la estimulante o lograda sordidez (más o menos) insinuada, la densidad significativa, no la veo. Asimismo, lo siento, pero la que se supone simbólicamente resonante, extraordinaria escena de la mutilación de las corbatas no me hizo juntar las piernas. Me parece discutible el simbolismo aquí: veo que el “clímax” y la función de dicha escena es bien simplemente la de amenazar con punta de tijera el cuello barbudo del limeño. Que sean poco después las mujeres indígenas las que elijan a su pareja es algo que no me parece tan insólito, lo he visto desde que tengo memoria en cualquier fiesta donde un chico saca a bailar a una chica, es ella es quien decide. Ante esto me choco contra la pared de la sobreintelectualización. ¿Es a esto a lo que llamarán empoderamiento fálico?

Madeinusa no es una película de aliento parricida o lo es menos de lo que parece a primera vista. Al contrario, es una película que garantiza que el padre no pierda su falo preciado. El falo se llama Lima en realidad. Una visión sobre el ande que transmite una sensación de falsedad que baña la película. Como dice Mario Lucioni, sin gran ilusión y con gran realismo, “primero se inventa una historia y luego se la ambienta en el Perú.” No importa que esté en clave de fábula. La película está construida desde ese punto de vista. El decorado es el ande, pero si miran bien, se darán cuenta que ahí no está el espíritu.

El padre y también el limeño quedan efectivamente patas arriba cual ratas. Mientras las dos flamantes huérfanas chillan la fórmula verbal perfecta como dos ratitas.

Sí hay logros en Madeinusa. Hay buenas ideas. Hay imágenes que incluso pueden considerarse bellas. Pero hay también cosas que generan reacciones opuestas (a varios les gustó lo que describiré en el próximo párrafo).

El indio reloj digital que hacía reír al educado público del Cineplanet Alcázar (no me sonaron cargadas de simpatía cálida o de complicidad solidaria) era en muchos puntos lo mismo que el patéticamente falso Montesinos de Mariposa Negra, algo que hizo reír hace un par de meses al público selecto del Cine Metro. Hasta ahorita oigo las risas de ambos públicos. La desconexión, el ridículo, el cortocircuito anticlimático, fueron evidentes en ambos casos.

En el caso del indio reloj digital entiendo la función que tenía que cumplir: puntuar el paso del tiempo… pero cuando lo veía lo que tenía ante mis ojos me pareció indignante, racista. Le vi más el lado humillante que el lado ingenioso. Mientras me molestaba la gente se reía, vaya sincronía. A otros, lo sé porque lo he preguntado, el personaje les pareció un encanto y sin malicia. Y a otros, como digo, les dio en la yema de su racismo. Y rieron.

A ver, qué más. Ah sí. Que tiempo y espacio se delimiten es la función natural del plano en el cine, así que no sé de qué me hablan cuando me dicen que la fábula está concentrada, delimitada, esa afirmación la entiendo mejor como mero énfasis. La idea del pueblo como universo autónomo, pudo ser traducida en la película de manera menos vaga. Greenaway, se acuerdan, en El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante, usa unas buenas cortinas que no dejan lugar a dudas, amén de ser sensoriales y elegantes.

La fábula Madeinusa me parece demasiado tonta y obvia para devenir oscura. A menos que al pensar en un paradigma de oscuridad pensemos en Darth Vader sin recordar que es un juguete o en el Joker sin recordar que es un payaso.

No veo ande idealizado ni tampoco demonizado, veo ande for export, eso sí. Ya lo dije, y lo repito: la visión que la película me da es una mixtura problemática de indio “sucio” en lo físico y en lo moral con lindas artesanías que tú o yo compraríamos. En esta línea, lo más interesante de Madeinusa es que revela tal vez mejor que nunca cómo funciona cierta mentalidad limeña, y ese es el escándalo o caja de Pandora al que aludí en otro artículo. No hay mirada libre de prejuicios, lo sabemos, pero la salud mental consiste justamente en percatarse de ellos y no en quedarse tan tranquilo como si nada pasara. Si la crítica de cine no es también crítica de la sociedad, crítica cultural, entonces yo no sé para qué sirve.

Me queda esto. La gente se ríe se ríe se ríe, y por qué será. No es un placer escucharlos. Se ríen, de la chica andina con la cabeza poblada de piojos, se ríen de Madeinusa clavándose en el pelo el peine piojoso, es que es divertido, así que se divierten, y se divierten hasta casi regurgitar el pop corn con la indiecita que se venga bien feo porque le quitaron sus aretes. Aretes, pero claro: símbolo fálico, y símbolo de la madre. De la libertad, de la otra vida, de Lima. Puedo entender la idea pero en los hechos el resultado es dudoso, se ve ridículo, no me lo creo.

Esto es real, lo viví. Simbolomaníacos: esto, ¿símbolo de qué será? ¿Debemos ignorar estos datos en nombre de la pureza de la vivencia estética?

Los símbolos, en las mejores y en las buenas películas -y eso es algo que podemos recordar y comprobar sin esfuerzo alguno-, son revelaciones, descubrimientos, verdaderas iluminaciones; son algo más que meras fabricaciones, señuelos regados, simples objetos que por su obviedad extrema se encuentran más cerca de las señales de tránsito que de lo que entendemos por símbolo. La intención y voluntad de simbolizar son en principio saludables, y en este caso en particular son harto transparentes, casi una manía, pero no encontramos una exacta correspondencia, en lugar de eso hay un vacío al experimentar lo concreto, en la puesta en escena, en cuanto a la eficacia e incluso presencia de dichos símbolos. Las ideas de estos críticos, que lucen tan espléndidamente cerebrales y tan abstractas, en su buceo decodificador de una hipotética complejidad, me suenan a sobreintelectualización, en otras palabras, no las veo hechas carne y sangre en la película que nos ocupa.

La de ignorar o minimizar el “contenido” o la ideología, me parece una actitud en último análisis cínica o frívola: uno construye imágenes, sí, pero eso no es todo. Hay que preguntarse también para qué.
Mario Castro Cobos

6 Comments:

  • At 11:42 AM, Blogger Unknown said…

    Creo que odiamos tanto al personaje / actor que hace de limeñito porque nos vemos retratados de la forma en que más nos disgusta. Esos limeñitos que dicen "el racismo es malo" y se ponen a renegar de la gente que lo es, cuando todos sabemos que pocos, muy pocos se salvan de ser racistas en este país. Pero estos "conchudos" al verse reflejados tal como en realidad son, se disgutan al ponerles un espejo enfrente. ¿Crees que el problema del racismo de la película sea más una falla en el público o en ella misma?

     
  • At 12:48 AM, Anonymous Anonymous said…

    En cuanto al cliché del limeñito. Lo mejor sería no mostrar un cliché sino algo más complejo y "real". Más abajo estaría mostrar un cliché para criticarlo. Y más abajo estaría simplemente mostrar un cliché bien, lo que en sí mismo sería una crítica. Y más abajo aún estaría el mostrar el cliché tan mal, que uno casi no sabe que es lo más detestable: el cliché en sí o lo mal mostrado que está. (Esto último fue lo que me pasó a mí.) Y ambas cosas juntas son tan insoportables que ni los defensores de la película se atrevieron a defender a ese personaje.

    Alguna vez tuve la oportunidad de entrevistar el extraordinario escritor mexicano Carlos Monsivais, que me comentó: "Voy a decir algo que, donde mi chauvinismo queda muy mal. Creo que la sociedad peruana es más racista que la mexicana. Y no estoy diciendo cualquier cosa, eh".

    De todas las películas latinoamericanas que vi en el festival este año (como 35) las más racistas eran las peruanas.
    Esa es nuestra realidad. Y hasta eso quieren negar...

    ¿Te has fijado que la película de Llosa es racista hasta con los limeños? ¡De risa!

    Mi testimonio es que al tiempo que yo pensaba los más racistas se van a reír de tal o cual escena eso era lo que sucedía...
    ¿Será que soy muy vivo o será mera casualidad?

     
  • At 12:37 PM, Anonymous Anonymous said…

    Estimado Carlos
    Has estado alguna vez en México o en Turquía? Puedes o sabes cúando en una película mexicana o turca hay un acercamiento más o menos cercano a su realidad? Yo he estado en México y me parece que la sociedad mexicana es mucho más racista que la peruana ( mira las telenovelas). Lo que pasa es que en México la clase media es mucho más grande y hay más poder adquisitivo. Pero claro es un punto de vista.
    Creo que el error de Llosa fue poner a un limeño ( dónde dice qué es limeño? viene de Lima pero podría ser iqueño) en el papel de extranjero. Lo mejor hubiera sido un alemán, un español o un suizo...
    Para ser una ópera prima ( una primera película! amiguito) Madeinusa ha desatado los demonios de unos cuantos; ha llevado a algunos críticos a perder la objetividad ( que no necesariamente debe implicar una crítica ojo) y dejarse llevar por la pasión: cómo puedes decir que al limeño no le gusta la comida serrana si lo que menos tiene el tipo es hambre porque está encerrado?
    Yo no he visto tantos símbolos en la película como tú y podría criticar la película por otras cosas pero eso no le restaría mérito pero te escribo porque me llama la atención y me impresiona lo lleno de prejuicios que estamos en la sociedad peruana.

    Saludos

    Juan

     
  • At 4:41 PM, Blogger La cinefilia no es patriota said…

    Hola Juan.
    El mejor documental sobre la Guerra Civil Española lo hizo Frédéric Rossif, un director francés de origen yugoslavo que vivió también en Grecia y que hizo esta película básicamente montando imágenes de archivo. El hecho que tú puedes comprobar al ver esta película, es que Rossif sabía de qué hablaba, que conocía ese "mundo".

    Si has visto El camino (Yol) o El rebaño, del turco (kurdo) Yilmaz Güney, sentirás lo mismo, sentirás que sabe de qué habla, que está comprometido con su pueblo, que no te engaña.

    Si has visto Mil nubes... del mexicano Julián Hernández, estarás de acuerdo conmigo en que hasta la voz de José José suena auténtica en esa película. El coraje de Hernández para mostrar su mundo, a su manera, se siente en cada fotograma.

    Bastará saber que estamos entre los primeros lugares de Latinoamérica en el campeonato mundial de racismo que se celebra cada segundo, para que se sostenga mi argumento.

    Limeño o finlandés no importa, lo esencial es que representa al "otro".

    Hay una escena, recordarás, donde el personaje del "limeño", cautivo y hambriento, se lleva a la boca comida, y enseguida la escupe, mascullando algo así como "esta huevada de mierda".

    Si lees mi texto "Mamá, hay un símbolo en mi sopa" verás que en él critico la sobreintelectualización de dos estimados y respetables críticos de cine peruanos sobre este asunto. Es casi como si quisieran legitimar la Madeinusa en razón de su presunta densidad simbólica.

    La sociedad peruana está llena de prejuicios, de acuerdo: en este blog los estamos examinando. las películas no son vistas por orobts sino por sere humanos.

    De más está decir que queremos ser fieles tanto a nuestra parte emotiva como a nuestro lado racional.

    Saludos, Juan. Gracias por el aporte. Ah, y mi nombre es Mario.

     
  • At 3:44 AM, Anonymous Anonymous said…

    Estimados colegas, quisiera hacer algunos comentarios sobre sus respuestas a mi nota anterior:

    1. La profecía.- La cita que hacen a un artículo mío, presentándola como una profecía se realiza fuera de contexto. Tal como se halla en el blog, la cita parece más una prescripción que una profecía. No es ni lo uno ni lo otro. Si se lee el párrafo en su contexto se comprenderá que me refería a lo que había sucedido en la cinematografía de los países andinos en los años noventa. Por supuesto, lo que describo puede seguir ocurriendo en la primera década del 2000; pero no se trataba de una profecía ni mucho menos de una prescripción.
    2. Tarkovski y la responsabilidad.- Creo que todos admiramos a Tarkovski, pero eso no quiere decir que necesariamente suscribamos todas sus opiniones. En realidad, varios de los pareceres expuestos en Esculpir en el tiempo, son discutibles. Un maestro no es un dios, ni su palabra santa. Concuerdo en que un artista debe actuar con responsabilidad, pero cuando se le añade (con comillas o no) el término “penal”, empiezo a desconfiar. ¿Quién determina la responsabilidad del artista?, ¿el Estado?, ¿los críticos convertidos en comisarios de la cultura? Recordemos que Heberto Padilla, Guillermo Cabrera Infante y Reinaldo Arenas, entre otros escritores y artistas cubanos, fueron considerados alguna vez irresponsables. Lo fue el propio Tarkovski en la URSS, donde sus censores pensaron, seguramente, que sus filmes podían ser “mal entendidos” por las masas y corromperlas. Padilla, Cabrera Infante, Arenas y Tarkovski, acabaron en el exilio. Otros murieron en campos de concentración o desaparecieron misteriosamente (como Meyerhold) por “irresponsables”. En realidad, pagaron por ser, precisamente lo contrario: responsables consigo mismos y sus obras, que es la única manera de ser responsables con sus destinatarios. ¿El artista debe ser fiel a la “ideología correcta” o a sus propias representaciones? ¿Cómo será más auténtico? ¿Tratando de complacer a los mandarines o siendo fiel a sí mismos, creando obras consistentes, por muy ideológicamente “erradas” que sean para otros? El mismo Tarkovski termina por reconocer que la “única comunicación adecuada con el espectador es ésta: permanecer fiel a sí mismo” (en el mismo capítulo “Sobre la responsabilidad del artista”). Si Claudia Llosa se representa a los Andes como las imágenes de Madeinusa lo indican, ¿no estará, acaso, siendo fiel a sí misma?; ¿no estaría, en cambio, traicionándose (y traicionando a sus receptores) si quisiera hacerles creer que se representa a los Andes como una devota indigenista?
    3. La falacia.- El señor Pacheco dice en su respuesta: “reconozco que su ‘temor’ de que bajo las críticas ideológicas subyazcan posturas paternalistas, autoritarias o censoras tiene una parcial justificación histórica y social (...), pero no lógica”. El señor Pacheco parece creer que yo he afirmado que todas las críticas ideológicas son paternalistas. Yo jamás he afirmado eso. Además, yo no me he remitido a las críticas ideológicas en general, sino a las críticas a Madeinusa, en particular. En el propio fragmento al que alude el señor Pacheco me refiero a “varios de los críticos de Madeinusa” (no a todos), y cuando menciono que hay objeciones ideológicas mal sustentadas respecto al filme, aclaro que son, en mi opinión, la mayoría (no todas). Constatar que varios peruanos son católicos, no me lleva a concluir que todos los peruanos son católicos; si digo que la mayoría lo son, estoy admitiendo que hay una minoría que no lo son. Eso es algo que debería ser obvio para el filósofo Pacheco.
    4. Los efectos del cine en el público.- Cuando yo me refería a críticas paternalistas que llevan implícitas una censura inquisitorial estaba pensando en las de Wilfredo Ardito (que “sugiere” a Claudia Llosa disculparse por haber hecho la película) y Pilar Roca (que plantea la posibilidad de recurrir a la Defensoría del Pueblo para que Conacine no premie a proyectos como el de Madeinusa). Los críticos de La cinefilia no es patriota, sin embargo, se sienten aludidos, y lo lamento, pues reconozco que hay suficiente distancia entre las posiciones de Ardito-Roca y las de ellos. Sin embargo, en las respuestas de los críticos Vílchez y Pacheco se insiste en el temor a que el espectador sea “engañado”. Al respecto quisiera hacer una reflexión. Creo que ha quedado claro que no considero que toda crítica ideológica sea paternalista; pero sí que el paternalismo conduce a la censura, y que el crítico que lo practica es, potencialmente, un comisario cultural. Si yo trato a los espectadores como menores de edad a los que hay que cuidar, puedo, como un padre, y, en determinadas circunstancias (una dictadura, por ejemplo), arrogarme la facultad de decidir qué pueden ver y qué no. Si, en cambio, asumo que los espectadores son personas iguales a mí, que carecen de cierta información, pero poseen otra que yo no tengo, buscaré establecer un diálogo con ellos, no desde una posición de autoridad y de velador de sus conciencias, sino desde la de un semejante que busca un intercambio enriquecedor. Obviamente, en ese caso, no me consideraré investido de ningún poder que me permita decidir qué se debe ver y qué no. Prejuzgar los efectos que una película pueda tener en el público es, también, aventurado. El estudio de los efectos del mensaje en el espectador, es una disciplina compleja. Un espectador no necesariamente queda inoculado con el virus ideológico de un filme, y el crítico no necesariamente tiene la vacuna con “la posición correcta” para salvarlo. Generalmente, el espectador usa el filme de múltiples maneras, no sólo decodificando sino resemantizando los mensajes de acuerdo al contexto, su experiencia, su información, sus sistemas de significados, valores, conocimientos y necesidades. Estoy de acuerdo (¿cómo no estarlo?) con que se debe brindar al espectador informaciones y puntos de vista variados respecto del filme para que él saque sus propias conclusiones; pero también creo que debemos tener en cuenta que el espectador tiene puntos de vista propios sobre el filme. El espectador no es un recipiente vacío. Habría que evitar que el eje informado-ignaro remita al de benefactor-víctima: “Yo te voy a ilustrar para que no te engañen”. Habría que guardarse de asumir la misma actitud que se critica en Madeinusa: la asunción de una representación del otro a partir de prejuicios.
    5. El pequeño desliz.- En su texto el señor Pacheco plantea la existencia de ideologías falsas, con lo que da a entender que existen también ideologías verdaderas (¿o una ideología verdadera?). Días después admite que ha cometido un desliz al equiparar idea con ideología, fruto, según él, de una “rara mezcla entre indignación y sueño”. (Por cierto, espero no ser yo el causante de ese estado; nada más lejano de mis intenciones que causarle indignación y darle -o quitarle- el sueño al señor Pacheco). El autor sugiere a continuación una “pequeña corrección” a su texto: “en vez de decir que ‘una ideología es considerada falsa’ habría que decir que ‘una idea o una serie de ideas centrales dentro de esa ideología son consideradas falsas’. Por lo demás –añade-, toda la argumentación de mi texto se sostiene a pesar de este pequeño cambio”. El cambio, sin embargo, no es pequeño; más aún, si se está hablando de autoritarismo y es históricamente común a los sistemas autoritarios considerar que existe sólo una ideología correcta y verdadera. Pero lo curioso es que esa no es la única parte del texto donde el señor Pacheco se refiere a una supuesta “ideología falsa”. Líneas arriba se puede leer: “Nos parece legítimo sentir el temor de que una película ideológicamente falsa pueda “engatusar” a los espectadores” (Ojo, dice: “ideológicamente falsa”; no “con ideas falsas”). Y también: “Considerar falsa una idea o una ideología conlleva necesariamente a no desear que esa idea o ideología sea aceptada por otros” (otra vez equipara idea e ideología). Esta evidente reiteración en el error me lleva a pensar, por un lado, que el señor Pacheco estuvo más cansado e indignado de lo que cree cuando escribió ese texto; pero también a preguntarme, por otro lado, si aquello que él considera un desliz no es acaso un síntoma.
    6. El racismo recargado.- Admito que es posible que Madeinusa refuerce prejuicios en algunos individuos, pero no sé si lo hace sustancialmente más que otras películas. El público del cine Alcázar al que el señor Pacheco alude no necesita reforzar sus prejuicios con Madeinusa. Lo puede hacer con Madeinusa, Jarjacha o Gregorio. Cuando vi Jarjacha de Palito Ortega Matute en una sala limeña, un grupo de jóvenes que bien podrían ser habitúes del cine Alcázar (aunque el local no fuera exactamente ese), se sentó detrás de mí. Durante casi toda la proyección los jóvenes se burlaron del modo de hablar de los pobladores andinos, de sus creencias y costumbres. ¿Podemos decir por eso, categóricamente, que Jarjacha refuerza el racismo? Repito, los receptores suelen dar distintos usos a los mensajes que consumen. A ustedes, por ejemplo, amigos de La cinefilia no es patriota, Madeinusa no les ha reforzado su racismo sino su antirracismo y su espíritu crítico; cosa que celebro.
    7. El conocimiento y el lenguaje.- Mario Castro dice en una respuesta a un lector del blog que Claudia Llosa tendría que adquirir más conocimiento del mundo andino si quiere hacer una película más eficaz que Madeinusa; y que Melinton Eusebio, por su parte, tendría que aprender más del lenguaje cinematográfico para “hablar también más eficazmente de un mundo que acaso sí conoce”. Yo insisto en algo evidente: tanto Madeinusa como Jarjacha: el demonio del incesto son ficciones, es decir, productos construidos en base a la imaginación y a referentes internos; el arte no es reflejo de la realidad (¿no está claro eso después de tanta discusión?). Admito (¿cómo no hacerlo?) que se puede emitir un juicio negativo sobre Madeinusa o cualquier filme, pero no me parece nada convincente que se haga sobre la base de la “incorrecta” correspondencia de la ficción con la realidad, o de la falta de conocimiento del cineasta de la “realidad”. No sé si Mario está de acuerdo con los “responsables” críticos cubanos que condenaron a Soy Cuba por no “reflejar” el país, y que acusaron a Kalatozov de haber visto La Habana sólo desde la ventanilla de un automóvil. Creo, además, que un mayor conocimiento del mundo andino no modificaría necesariamente, de manera sustancial, la representación de Claudia Llosa sobre los Andes. Existen antropólogos (algunos católicos conservadores entre ellos) que han estudiado durante años al mundo andino, y que tienen una representación semejante a la de Claudia Llosa (los Andes son el atraso, la barbarie, etc.). El conocimiento no es ajeno a la ideología. En cuanto al aprendizaje de lo que llamamos el lenguaje cinematográfico, tengo un par de interrogantes: ¿Se trata de aprender lo que llamamos “lenguaje cinematográfico” para hacer películas más “eficaces”, como parece sugerir Mario, o de crear un nuevo lenguaje que sea capaz de revelar universos aún desconocidos en el cine peruano? ¿O, quizá, de aprender eso que llamamos “lenguaje cinematográfico” para romper sus reglas y crear otras que se adecuen mejor a ciertas necesidades expresivas? Y así, volvemos a las preguntas finales de mi texto anterior, que han sido respondidas por el crítico Fernando Vílchez y, en parte, por las citas que La cinefilia no es patriota ha puesto en su última entrega. Creo, como Fernando, que sí es posible crear un nuevo lenguaje, y tengo, como él, la esperanza de que el cine peruano que aún no existe sea aquel capaz de crear ese nuevo lenguaje que exprese a peruanos que sí existen.
    8. Considero, por mi parte, cerrado el debate sobre Madeinusa (que ya ha cansado a varios). Pero estimo que el diálogo sigue abierto en lo que respecta a otras películas de reciente estreno, como La Prueba; o de próximo estreno, como Mariposa Negra.

    Gracias por sus respuestas y por permitirme emplear nuevamente este espacio.

    Emilio Bustamante

     
  • At 5:22 PM, Anonymous Anonymous said…

    oye, mario, divertido todo esto eh...
    saudade

    r.

     

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