LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

DEDICADO AL CINE PERUANO QUE AÚN NO EXISTE

Monday, March 10, 2008

HOY (6PM), EN LA CAYETANO HEREDIA: CÓDIGO DESCONOCIDO, DE MICHAEL HANEKE


Vemos muy poco del total y comprendemos aún menos. El mainstream, el cine comercial, nos hace creer que lo sabemos todo. Y eso es aburridísimo. En la literatura del siglo XX, al menos en la de la segunda mitad, no hay ningún escritor que se haya atrevido a dar la impresión de conocerlo todo. Es la fragmentación la única forma de abordar un tema con sinceridad. Al mostrar pequeñas piezas, la suma de esos fragmentos da al espectador la posibilidad de escoger trabajando a partir de sus propias experiencias. Es decir hay que provocar en el espectador que su maquinaria intelectual y emocional se ponga a trabajar. Michael Haneke.


Cine Club Universidad Cayetano Heredia / Ciclo IMÁGENES QUE PIENSAN / Av. Armendáriz 445 Miraflores / 6 de la tarde / Ingreso Libre

Lo que resta del ciclo:
http://lacinefilianoespatriota.blogspot.com/2008/01/ciclo-imgenes-que-piensan.html

CODE INCONNU: RÉCIT INCOMPLET DE DIVERS VOYAGES (2000, Francia-Alemania-Rumanía)


Código Desconocido -sugerente título de resonancias semánticas que alude a la inherente dificultad de traducir un mensaje de un lenguaje a otro sin tergiversarlo- no produce el malestar insufrible de la tortura, pero sí produce otro tipo de picores y urticarias, como de nuevo el abuso vejatorio contra los derechos vitales de la persona. Tras dejarnos acongojados con un experimento tan anti-mediático como Funny Games, Haneke presenta ahora su nueva incursión en el infierno del espectro cotidiano, aunque en esta ocasión abra la acción múltiple al marco referencial de toda una ciudad (París) e incluso de un continente geopolítico (Europa), insertando a sus respectivos personajes en el contexto preciso de su ciudadanía civil correspondiente. Y lo hace despeinándose pero sin cortarse un solo pelo, como debe ser.

La película arranca con uno de los mejores inicios que he presenciado en mi corta vida, de esos que le sumergen a uno en una visión tierna del mundo a la que en principio no se viene preparado al cine: unos niños sordomudos juegan a las adivinanzas gestuales en un clase mixta y multirracial. Sniff, amigos. Una vez más, desde el universo Haneke todo llega -insisto- desprovisto de discursos freudianos, recursos de laboratorio o parafernalias de ningún tipo. Las tabulas rasas de la inocencia y la honestidad son, pues, el punto de salida ascético del que parte nuestro realizador brahmánico para llegar hasta la mala conciencia de toda la sociedad occidental.

Si en su anterior obra afrontaba de cara la influencia nociva de los medios audiovisuales y la ola de violencia no bélica que sacude el centro de Europa, aquí adopta un tono de mayor universalidad al enfrentarse con el problema de la inmigración alienante, la ausencia de raíces culturales, el racismo étnico, el subdesarrollo de la posguerra y la miseria humana en general. Incluso a nuestro omnisciente artista le sale una película comprometida de tono más obrero, humilde y marginal, sin caer para nada en los tics recurrentes de quienes ya se imaginan todos. De este modo consigue mantener abiertas las dos vías ideológicas de su meditado concepto narrativo: por una parte el análisis casi sociológico, que no intelectualoide, de la violencia en las Realidades aparentemente más plácidas (familiar, amistosa, vecinal, laboral…) y, por otra, la experimentación continua sobre el lenguaje cinematográfico y sus múltiples posibilidades a explorar, sin paroxismos pantagruélicos ni complacencias a go-go.

Haneke decide abrir caminos de debate reflexivo en torno a estas dos cuestiones en detrimento incluso de la propia historia, por lo que el espectador acaba asistiendo a una película aparentemente inconexa, desgajada y turbia en su guión... pero que se revela atractiva según va avanzando en el transcurso del mismo. Lo que sospechábamos antes: a su aire, sin demasiados patrones preestablecidos y mucha invención propia. Código Desconocido: Relato Incompleto de Viajes Diversos acaba siendo una suerte de patchwork fílmico de tono coral -con el protagonismo repartido entre una decena de personajes de variado calibre- y donde el azar situacionista se convierte al fin en el único motor narrativo cohesionador.


No obstante, llegados a este punto determinante -auténtico centro de gravedad del arte de Haneke- no debemos confundir su patrón técnico con la mera estructura del sketch o “secuencia cerrada”, tan accesibles al gran público y que caracteriza a la práctica totalidad del cine comercial. Ni mucho menos debe identificarse, por otro lado, con los procedimientos habituales que conducen a esos cruces argumentales tan oportunos dignos de las novelas fílmicas de Altman, Lynch o tantos otros deconstructores de historias múltiples.
Juliette Binoche, en un significativo punto y aparte como de costumbre, es quizás el principal elemento humano fusionador del todo que actúa a su vez desde la aparente inconexión de las partes. Su personaje, ya maduro aunque todavía jovial, tiene para el espectador connotaciones holísticas en cuanto que es este nexo de unión integral y reflejo de todo lo diverso expuesto como fragmentado. Destila en cada ocasión un suave maternalismo, una frescura diurna y un aliento vital que se vuelven poco menos que intocables a medida que las atribulaciones de su vida la van agrediendo paso a paso (y perdonen aquí mi intromisión pesimista). Tanto como hermana o amante, como amiga y redentora, en todos los casos esa mujer frágil concentra en sí misma y proyecta hacia el exterior la mayor dosis de compasión sana que Haneke requería para el personaje femenino de su gran puzzle episódico.
La secuencia de plano fijo mientras está planchando una blusa en su piso, con el sonido del televisor en off y las voces de los vecinos discutiendo de fondo, deviene tan intensa y rutinaria como el famoso cuadro de Picasso. En la escena temblorosa del metro, con la pareja de gamberros inmigrantes arremetiendo contra los viajeros autóctonos, nos transmite con acierto todo el miedo y la humillación ambientales que se respiran en el vagón. La discusión con largo travelling del chaval negro que no tolera el desprecio de un pijo francés a una mendiga de los Balcanes es poco menos que sobrecogedora de tan visceral. Binoche resulta deliciosamente precisa tal como manda el canon, aureada por esa especie de santidad mística que casi siempre le honra; y con ese comentario de admiración pretendo aquí evocar antes la tristona Azul de la trilogía de Kieslowski que el pseudo realismo mágico de la bizarra Chocolat, por supuesto.
Técnicamente, el filme se articula en base a varios planos secuencia -algunos de ellos con largos seguimientos de cámara- de diversa duración y sin apenas cortes ni montaje, sólo precedidos a cada intervalo por un pantallazo en negro. Se insertan un par o tres de series fotográficas en unos pases de diapositivas con la voz de un narrador en off. Reina una ausencia total de música, excepto en las ocasiones en que se superpone la batucada percusiva que interpreta una banda de sordomudos (¡?) con imágenes simultáneas en el tiempo. La interacción del sonido con la imagen sigue la coherencia interna de las anteriores obras de Haneke, y es un aspecto de la obra tan sumamente integrado en la trama que resulta del todo imposible analizar aquí su relevancia.
Resultado sobrio, elegante y descontaminado, como únicamente saben fraguar los que separan la paja del grano y alejan el celuloide de la palomita. Haneke, en definitiva, simula dejar que los episodios importantes y decisivos sucedan por sí solos ante la cámara (p.e. una disputa callejera, una labor doméstica, una agresión en el metro, un conflicto en el aeropuerto...), como quien registra el nacimiento de una ave a tiempo real: mostrando con el mínimo movimiento la simple “verdad”, que acontece en su debido momento y según sus propias reglas.

Jordi Villegas


http://www.formatocine.com/Formato/modules.php?name=News&file=article&sid=249


La Cinefilia No Es Patriota

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