LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

DEDICADO AL CINE PERUANO QUE AÚN NO EXISTE

Sunday, June 21, 2009

FELIZ DÍA PAPÁ. O, EL CUENTO DE LA SEMANA: LA VERDAD Y CANDOR, POR TILSA.


He decidido narrar esta historia aunque algunos que la lean cuando esté escrita no crean que es real.

Es cerca de acá que ocurrió, un jueves en la mañana. El despertador chilló a las 7:05 a.m., tal como había sido programado, y el papá lo calló de un golpe inmediatamente, pues un minuto y treintaidós segundos antes había despertado. Le digo papá porque tenía una hija, también peces dorados.

Ella tenía diez años y no me acuerdo cómo se llamaba, tampoco recuerdo si llegué a saberlo ya que todos le llamábamos “Candor”.

El papá se duchó, se secó con su toalla roja a rayas verticales azules, luego se vistió. Ató los pasadores de sus zapatos elegantes con la mano izquierda y una destreza poco normal, mientras comía un pan con aceitunas verdes con la otra mano. Después escribió rápidamente una pequeña nota, la dejó sobre la mesa de la cocina y salió presuroso pero procurando cerrar la puerta cuidadosamente, provocando el menor ruido posible.

La casa era chiquita y además muy linda, contaba con dos habitaciones, un baño y una cocina muy acogedora. Esta daba a un patio realmente insignificante, aprovechado al máximo con dos cordeles para tender ropa. Era una vivienda sin muchos muebles, pero esos pocos estaban muy bien conservados y delataban buen gusto.

Candor despertó a las 11.30 (temprano si recuerdo que varios días no despertaba o lo hacía recién a eso de las 6 de la tarde), abrió los ojos despacio y se incorporó bruscamente, bajó de la cama y salió descalza de su cuarto a pesar de tener las pantuflas de cuero a la mano.

Entró al baño, se lavó la cara, se quitó el camisón de ositos, el calzón y salió desnuda hacia la cocina; en el camino cerró la ventana que miraba hacia la gran avenida. Abrió el refrigerador y extrajo de él un plátano helado que ella misma había colocado el día anterior. Se sentó en una silla y empezó a pelar su desayuno… era bonita… sus ojos profundos y distraídos, su cuerpo era delgado, su cabello negro negro negro y medianamente largo. Observó la nota y se estiró para alcanzarla, la leyó en voz alta: “Buenos días Candor, hay una tortilla de berduras (sic) en el horno para tu almuerzo, vuelvo en la noche. Te quiere, tu papá”. Ella lo sabía bien, cuando se despertó sintió algo en el aire que le decía que había una tortilla esperando por ella, pero eso de que la quería su papá era algo nuevo. Él se lo había dicho repetidas veces pero Candor no lo creía ni un poquito, siguiendo fielmente su decisión de no creer en nadie (determinación fruto de múltiples desengaños sufridos durante su vida). En esta ocasión lo sintió diferente, lo creyó: así escrito era más convincente, firmado por él, escrito con su puño y letra, era como más legal. Si alguien le decía que su padre no la quería, ella tenía una prueba concreta para demostrar lo contrario y ganar millones de juicios ante cualquier tribunal.

“Mi papá me quiere… suena bien”, pensó y sonrió.

Mientras tiraba la cáscara de plátano a la basura escuchó que golpeaban la puerta. Caminó a la entrada y preguntó con su vocecita aguda: ¿Quién es? Del otro lado una voz de niño respondió: Yo, Frito!!! Candor abrió la puerta y un pequeñín moreno entró alegremente sin limpiarse las zapatillas en el tapete, Candor se percató de ello pero lo ignoró: no era algo relevante en la vida de ambos.

Fueron a su cuarto y Frito notó entonces que su amiga estaba desnuda, no la miró para que ella no pensara que tenía la mente sucia, ya que él tenía todo muy limpio siempre –virtud que ella destacaba permanentemente–. Propuso él que vieran la televisión y ella estuvo de acuerdo. De la mano fueron juntos a la cocina. Candor exclamó con decepción: está desenchufada. Frito no dijo nada pues sabía bien que los dos se rehusaban a conectar aparatos eléctricos porque una vez salieron chispitas y fue aterrador.

Resignados regresaron al cuarto de Candor y pensaron en qué hacer para divertirse.

Ella reparó en que la carretera tenía señales de tránsito y que tenía una tortilla de verduras. Además no le temía a los insectos. Tocó el pecho de Frito con sus manitas suaves y le dijo al oído: “vamos a un lugar secreto en medio del cielo”. Él recorrió el cuerpo de Candor con la mirada y le contestó: “sí… sí”. Abrieron la puerta de la calle y salieron corriendo, Frito tropezó en plena avenida pero ningún carro lo aplastó o despedazó, se levantó y corrió más rápido para alcanzar a Candor que se le había adelantado.

Ella se detuvo al pie de un árbol, y él a los pies de ella.

Hubo un silencio en el planeta tierra y ellos lo quebraron con sus risas, jugando.

Jugaron a las chapadas pero se detuvieron porque ambos querían ser los chapados, corrían huyendo el uno del otro y se habían alejado una buena distancia.

Cansados de tanto jugar y cortar flores marchitas se dieron un beso sin tocarse los labios pues ambos deseaban ser besados por el otro. Candor estornudó y purificó el mundo con su universo bacterial; cuando le habló a Frito las cosas que quiso decir le salieron en latín y se carcajearon por horas porque ninguno entendió nada, no sabían latín ni conectarse a internet.

Candor dijo en castellano que iba al tocador cuando en realidad se había escondido tras unas gigantescas hojas de zapallo. Frito la esperó cantando bajito hasta que la canción se le acabó y decidió no esperar más, no era lo moralmente correcto ni lo que la tarde quería que hiciera. Cuando se arremangaba el pantalón y reflexionaba por qué le decían Frito, Candor apareció más desnuda que nunca frente a él y le sugirió regresar a la avenida; le dijo también: “ahora no te tropezarás y no te levantarás”. Él pensó que aquello era bastante sensato, quiso acariciar el rostro celestial de Candor pero al primer contacto salieron chispas. Frito tembló y se ahogó en el sudor de su miedo. A Candor le pareció encantador y quiso morir así también.

Tuvo que hacer ejercicios físicos como trotar o hacer planchas pues no sudaba tanto como su amigo muerto. Felizmente logró ahogarse horas después.

La puerta de la casa de Candor estaba abierta, las autoridades distritales asumieron que era una vivienda abandonada y la demolieron.

El papá llegó en la noche y encontró su hogar hecho escombros, lo único intacto era la tortilla de verduras. Él no era tonto y comprendió todo.

A Candor la enterraron vestida.
De: "mi niña veneno en el jardín de las baladas del recuerdo" (2004) por Tilsa Otta.
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