ESPECIAL DE AÑO NUEVO: ENTRE AVATAR Y SECTOR 9.
ENTRE “AVATAR” Y “SECTOR NUEVE”
Desde que en Mesopotamia se compuso el poema de la creación “Ahura Mazda”, que más tarde se recogió en los libros sagrados judíos y de allí pasó en “El Génesis” a nuestra biblia, o desde la época en que Hesíodo cantaba “Los Trabajos y los Días”, el hombre tiene documentada su ansia por una convivencia armónica con la naturaleza que ha recibido aportes de la talla de Rousseau[i] o, más contemporáneamente, Claude Lévi Strauss, por mencionar sólo a dos de los más serios, y estimulantes intelectualmente, pensadores que se han referido al tema.
La idea predominante es que la civilización que hemos organizado, sus instituciones y modo de desarrollo, nos han separado groseramente del mundo puro e inocente, pleno de sabiduría y sobre todo feliz, que está “allí” a la vista de quien quiera verlo; el mundo natural.
Ciertamente, aunque no tengamos la lucidez de los pensadores mencionados, la importante cantidad de personas que hemos suscrito estas ansias a lo largo de tanto tiempo es, ya de por sí, una crítica seria a un sistema que ha dado prioridad a la explotación y transformación del planeta hasta llevarlo a límites que ponen en riesgo la vida en él, por lo menos en términos en los que ese mismo sistema funciona y se supone debería impulsar.
Pero no sólo se percibe que se está depredando la naturaleza sin ninguna conciencia ni escrúpulo, también, no poca gente siente que el ser humano, embutido en un modelo de desarrollo tal, pierde lo más valioso que tiene, aquello que lo distingue de los animales; su esencia o sustancia trascendente, su ser inmortal. Es decir, esas personas sienten que la especie se degrada y se deshumaniza.
Por supuesto hay mucho que decir todavía respecto a que nuestra especie tenga una esencia o sustancia que la singularice respecto de las otras, ya que de ser así habría que admitir que tenemos una naturaleza distinta a la que queremos defender y de la que creemos que tenemos tanto que aprender. Tendríamos que caer en la paradoja de querer vivir de acuerdo a una naturaleza ajena a la nuestra.
Sin embargo, lo importante es el presupuesto implícito en ese discurso; que el hombre no se satisface, por el momento, con un modelo que suprima lo que ha dado en llamar su espiritualidad, ya sea que un concepto como ése se corresponda con otro ideal que habita en un infinito trascendente, o que los mismos hombres lo hayamos inventado (lo que no lo haría menos real). Un número importante de personas siente que se le escamotea algo en el mundo puramente material y ansía volver a la vida acorde con la naturaleza para reencontrarse con las cosas verdaderamente importantes, las que definen nuestra esencia perdida.
Y sin embargo, a pesar de un propósito tan alto, hasta el momento no ha sido nada fácil definir qué es vivir de acuerdo a la naturaleza. Friedrich Nietzche ya se encargaba de incomodar a los estoicos cuando les decía: filósofos de la puerta que quieren vivir de acuerdo a la naturaleza, más bien ¿cómo no vivir de acuerdo a ella?[ii] Con lo que, a mi parecer, quería decir que cualquier cosa que haga el hombre (en realidad cualquier ser vivo) tendría que estar necesariamente en su naturaleza, de lo contrario no sería posible que lo hiciera. Ya Thomas Hobbes[iii] había ido más allá. Para él el estado natural es sólo fuente de brutalidades y abusos entre los hombres e imposibilita el desarrollo y progreso y la vida civilizada, único espacio en donde es posible el crecimiento espiritual.
En todo caso, y a pesar de estas observaciones, parece claro para la mayoría que lo mejor es mantenerse apartados del interminable debate filosófico, que busca definir con precisión algo que basta con intuir o sentir. Por lo menos por aquí (el mundo occidental), vivir de acuerdo a la naturaleza es más o menos vivir como se nos ha ocurrido que lo hacían algunas culturas antiguas ajenas a la occidental, otorgándoles, sin ningún cuidado o atención por los estudios especializados, todo aquello que nos hace falta y que sentimos ha suprimido la forma en que hemos organizado el mundo.
Los indios de la pradera norteamericana gozan de especial prestigio. La mayoría no conocía aún la agricultura cuando ocurrió su colisión con occidente y eran nómadas cazadores que seguían a pie el camino del bisonte y del clima masacrándose entre tribus, pues eran valientes, temibles e implacables guerreros… Además de espantosamente machistas, si los revisamos considerando la actual forma de organizarnos. A propósito de valentía, consideraban que las aves carroñeras y los coyotes eran cobardes pues no cazaban para comer. Por tanto no creían que esos animales sólo atendían a su naturaleza para sostener sus regímenes alimenticios y esperaban de ellos que vivieran como los depredadores, léase, como vivían ellos.
En realidad existe la impresión de que vivían, más o menos, como ahora esperamos que sea un fin de semana de campamento con los amigos y la familia: un lugar hermoso lejos del bullicio y estrés de la ciudad, carpas cómodas, comida saludable, buena compañía, amistad y algún hecho simpático, pero algo adrenalínico, que podamos considerar una aventura (normalmente bastaría con olvidar el abrelatas para ello).
El mundo precolombino andino también merece una nueva revaloración, aunque con el mismo criterio. Se evita señalar su predilección por los sacrificios de animales y de humanos a sus dioses, la ubicación de la mujer (que hasta ahora se mantiene), y su organización vertical que impedía cualquier despiste del individualismo. La idea de “el buen salvaje” con que se criticó el texto de Rousseau pervive en las ensoñaciones de muchos de los occidentales de a pie, como prueba de las insatisfacciones que a la mayoría nos propina el sistema vigente. Esto, no podía ser de otra manera, ha sido rápida y eficientemente aprovechado por los industriales del sistema, que han surtido al mercado con una ingente oferta irresistible de modelos supuestamente acordes con la naturaleza y que tienen como principal característica, parafraseando a Peter Elmore, que “suprimen todo lo que hay de proceso y de agonía” en cualquier construcción cultural, y enfatizan lo que las masas inconformes extrañamos. No son los únicos, pero principalmente subliteratura y mal cine son los productos encargados de atender al mercado. “Avatar” es un film que lo ha hecho bastante bien, situando al buen salvaje en otro planeta, con los resultados ampliamente conocidos no sólo en dinero, sino en emoción y lágrimas de sus espectadores.
Lamentablemente viene “Sector Nueve” a malograrnos la película. Aquí, los alienígenas, lejos de seres de cuerpos estilizados, ágiles, mamíferos humanoides zoomorfizados sutilmente, hermosos, sabios, que corren semi desnudos y libres con la larga cabellera al viento entre las flores y los árboles, y que piden permiso para comerse algo a la misma comida, son nauseabundos como bichos gigantes, brutales, ignorantes, sucios, creen que el alimento para gatos es un manjar pero a falta de él se contentan con cualquier porquería, y andan calatos por ahí agitando sus antenas entre la basura.
Este “Sector…” nos hace sospechar que el mundo bucólico y pastoral, que nosotros vemos en otras propuestas culturales, no sea sino una proyección que suple nuestras carencias, o una vía de escape que nos ubica, aunque sea por un instante, en el lugar que nosotros ansiamos habitar y que no hemos sido capaces de construir. Tal vez si quisiéramos acercarnos lo suficiente tendríamos que aceptar que hay rasgos también, en cualquier modo civilizatorio que revisemos, que afean sus costumbres y que cohabitan con los más gratos para nosotros. Tendríamos que reconocer que la convivencia se construye por medio de procesos difíciles y que no siempre el peligro viene, como en “Avatar”, de fuera, sino que normalmente se encuentra entre nosotros junto con la respuesta para conjurarlo. No existen mundos idílicos y perfectos amenazados por otros malvados, químicamente puros, sino que la bondad y la maldad son conceptos que vamos construyendo entre todos los miembros de una forma cultural y variando según nuestras circunstancias comunes.
Tanto en “Avatar” como en “Sector Nueve” los protagonistas se convierten en el alien. Este ejercicio de empatía es feliz en un caso y atroz en el otro. Es feliz porque el escape se ha logrado en todos sus alcances para alcanzar la (supuesta) civilización perfecta donde nadie piensa mal, ni desea lo del prójimo, ni actúa con torpeza o egoísmo o mala fe, y en donde por el solo hecho de convertirse en el otro uno se cura el tabaquismo. Tiene la maravillosa felicidad de las drogas fuertes, que nos ayudan a reconstruir el mundo horroroso en que vivimos y nos trasladan a uno más amable sin que hagamos nada para ello, excepto drogarnos, y se expresa en la adquisición de lo supuestamente menos trascendente, lo externo, el cuerpo físico del otro.
En “Sector Nueve” es, por el contrario, el drama y la tragedia. Y, sin embargo, bajo ese cuerpo repugnante que nos horroriza, palpita viva y terca la esencia humana que se suponía perdida y que buscábamos fuera de nosotros, en el mundo de los Avatars. Esencia que se expresa no sólo en la espera urgente y terrible por recuperar nuestra fundamental y revalorada forma física, sino en la necesidad de seguir conectados con un sentimiento que, probablemente, en el mundo occidental siga siendo uno de los más sustanciales, como el amor.
Y, quién lo diría, lejos de lo natural, manifestado por un viejo, viejísimo, artificio: una flor de papel.
Manuel Siles.
2 Comments:
At 6:16 AM, Javier said…
Estimado Manuel:
Has bordado un articulo interesante y ameno. Voy a ver estas dos peliculas solo por comprobar lo que dices sobre ellas.
Esa mirada soñadora de un mundo natural ensalza las vidas ajenas a lo occidental: los indios, los aborígenes australianos -o cualquier otro grupo de hombres que no vivan de acuerdo las normas de la civilización occidental- como sabias y que aun tienen mucho que enseñarnos. Debe ser así -como tu dices- debido a esa insatisfacción humana para con el sistema dominante y, por otra parte, por la falta de conocimiento de esas sociedades. Muchos de los que ansían ese retorno a la vida sencilla y "natural" posiblemente no durarían mucho en tales condiciones físicas y morales.
Aparentemente nos gustaría vivir en una sociedad mas “natural”, donde se respete la vida de todo y de todos, donde la valentía y heroicidad fueran actitudes frecuentes, la sabiduría de los ancianos, la ayuda a los mas débiles y el honor de los guerreros fuera una presencia constante; pero ese avatar -esa proyección, representación de nosotros- adolece de falsedad por inviable en una sociedad montada sobre la competitividad y el éxito, el darwinismo social que proclama la adaptación al medio de los mas fuertes, una sociedad, en fin, mas cerca a la descripción de la granja de Orwell en su cuento largo “Rebelión en la granja” que de los protagonistas del film de Cameron.
Entiendo que no solo el cine saca provecho de este endiosamiento de lo natural: empresas de "medicina natural" hasta shamanes que licuan sapos con Maca cogen su porción de mercado, su numero de incautos. Espero que se siga diciendo lo que tu tan claramente dices en tu articulo: que todo aquello es una falacia y una proyección de nuestras inquietudes.
Recibe un abrazoy gracias!
At 5:46 AM, Roger said…
Interesante comentario, importante el hacer notar la retórica del buen salvaje en Avatar y el muy superior enfoque de Distrito 9. Aunque creo que lo más interesante de estas películas es la forma de gobernar al "otro" a través del biopoder. He analizado soméramente algunas películas desde la perspective foucaultiana en un reciente comentario: http://comparacioncritica.blogspot.com/2012/01/humano-demasiado-humano-los-ilegales-y.html Felicitaciones por el post. Saludos.
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