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*Película vista en el XIII Festival de Lima*
Al principio, la cara más rictus de-bruja-mala (amargada, reprimida, traumada) de la protagonista, es algo tan enfático, tan vulgarmente subrayado, tan irresistiblemente tonto, que pienso que ese solo hecho ya me da una clave -y que no augura nada bueno-. Sé que me quieren llevar, a tontas y a malas, a un extremo; a un cliché, y de los grandes: me pregunto por qué. La respuesta la iré descubriendo a medida que la trama avance: lo que pasa es que me quieren llevar de un extremo hasta el otro, al de la suavecita y bonita, tranquilizadora e increíble redención mentirosa de la figurita en caricatura. Pero poner el cliché de cabeza un rato no es, en modo alguno -ni de broma- la superación del cliché.
Lo que seguirá lo puede adivinar cualquiera: la nana parecerá un misterio y una amenaza, la nana será tolerada por la dueña por causas no del todo claras, la nana luego crecerá en poder y a la vez correrá peligro de ser expectorada de la familia. Y, como, en cierto momento, la nana hace agua, hay que ponerle una ayudante. A estas bajas alturas, uno ya sabe que sus colegas nanas, impajaritablemente, van a sufrir.
La película no está mal llevada, pero la simplificación hace que la gente ría, desinflando al toque aristas más problemáticas y críticas. Es un frívolo divertimento. Hay cierta solvencia en el manejo de los personajes y situaciones, destacándose la irrupción de la tercera colega nana, que es toda espontaneidad y buen corazón. Entonces hay que ser ingenuo para creer en la magia o el milagro cuando nada más se aplicó una fórmula. Así, la cara de bruja mala se reinventa y se redime, la miramos al final haciendo footing y disfrutando de las bondades de un i-pod. La aceitada emocional que deja como saldo este vagamente monstruoso final feliz, me hace pensar en que hay que tratar mejor a las nanas... para que no peligren sus empleadores, sobre todo. La moraleja, como verán, aterra por profunda.
Y si sigues pensando, la conclusión es obvia: la cosa huele más bien a terapia barata, para la muy real y muy soslayada culpa y agujero negro que insinúa la película: la culpa social de esclavizar a una persona (¿es que no lo saben? ¿es que no lo sienten? ¿es que no lo han visto? ¿es que no lo vivieron o lo viven?), lo cual me sugiere que la lucha de clases debe ser tal vez un espantoso e inelegante invento de la prensa de izquierdas. Y La Ceremonia, de Claude Chabrol, una película, por supuesto, tan olvidable y tan inútil como un pedo al aire.
Lo que seguirá lo puede adivinar cualquiera: la nana parecerá un misterio y una amenaza, la nana será tolerada por la dueña por causas no del todo claras, la nana luego crecerá en poder y a la vez correrá peligro de ser expectorada de la familia. Y, como, en cierto momento, la nana hace agua, hay que ponerle una ayudante. A estas bajas alturas, uno ya sabe que sus colegas nanas, impajaritablemente, van a sufrir.
La película no está mal llevada, pero la simplificación hace que la gente ría, desinflando al toque aristas más problemáticas y críticas. Es un frívolo divertimento. Hay cierta solvencia en el manejo de los personajes y situaciones, destacándose la irrupción de la tercera colega nana, que es toda espontaneidad y buen corazón. Entonces hay que ser ingenuo para creer en la magia o el milagro cuando nada más se aplicó una fórmula. Así, la cara de bruja mala se reinventa y se redime, la miramos al final haciendo footing y disfrutando de las bondades de un i-pod. La aceitada emocional que deja como saldo este vagamente monstruoso final feliz, me hace pensar en que hay que tratar mejor a las nanas... para que no peligren sus empleadores, sobre todo. La moraleja, como verán, aterra por profunda.
Y si sigues pensando, la conclusión es obvia: la cosa huele más bien a terapia barata, para la muy real y muy soslayada culpa y agujero negro que insinúa la película: la culpa social de esclavizar a una persona (¿es que no lo saben? ¿es que no lo sienten? ¿es que no lo han visto? ¿es que no lo vivieron o lo viven?), lo cual me sugiere que la lucha de clases debe ser tal vez un espantoso e inelegante invento de la prensa de izquierdas. Y La Ceremonia, de Claude Chabrol, una película, por supuesto, tan olvidable y tan inútil como un pedo al aire.
(M.C.)
La Cinefilia no es patriota
No es Abencia Mesa la de la foto?
ReplyDeleteLa cinefilia es humalista...
ReplyDeleteNo veo porqué tiene que ser esta opinión humalista, yo soy chileno y detesté otra película de este mismo director (La Vida me Mata), principalmente algo que también se mencionó aquí: el cliché barato, y en aquella ocasión en clave de comedia, por lo que se me tornaba agresivamente aún más tediosa.
ReplyDeleteYo imaginaba que La Nana sería distinto, pero gracias a lo que acabo de leer, puedo suponer que es el intento de hacer algo "serio" y que en el fondo es lo mismo pero que logró mucha mayor promoción.