LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

DEDICADO AL CINE PERUANO QUE AÚN NO EXISTE

Saturday, February 09, 2008

"C" DE CINEFILIA. UN ABECEDARIO DEL CINE, POR PETER WOLLEN

Vertigo, de Alfred Hitchcock

La C, por lo tanto, es de cinefilia. Recientemente he leído un artículo de Susan Sontag en el que sostiene que la cinefilia ha muerto, incluso en París. Espero que no. No me convence. Por “cinefilia” quiero decir una obsesiva fascinación por el cine, hasta el punto de permitirle dominar tu vida.


Citizen Kane, de Orson Welles

A Serge Daney, volviendo atrás, la cinefilia le parecía una “enfermedad”, un mal que se convertía en un deber, casi un deber religioso, una forma de autoinmolación clandestina en la oscuridad, una exclusión voluntaria de la vida social. Al mismo tiempo, una enfermedad que producía un inmenso placer, momentos que, mucho después, uno reconocía que le habían cambiado la vida.


Rebel without a cause, de Nicholas Ray

Yo lo veo de manera diferente, no como una enfermedad, sino como el síntoma de un deseo de permanecer dentro de la visión infantil del mundo, siempre fuera, siempre fascinado por un misterioso drama paterno, siempre buscando dominar la propia ansiedad mediante la repetición compulsiva. Mucho más que otra simple actividad de ocio.

Laura, de Otto Preminger

Durante años vi entre diez y veinte películas semanales, semana tras semana. Compraba What’s on, en aquel momento la revista de ocio de Londres, y marcaba todas las películas que no había visto aún; no los nuevos estrenos, sino las películas incluidas en el repertorio de los cines condenados como el Electric, el Essoldo, el Tolmer, el Ben Hur, el Starlight Club. Los equivalentes en París fueron el Cinéphone, el Cyrano, el Lux, el Magic, el Artistic. Cuando estos decrépitos y ajados cines cerraron, el cine clásico se acabó con ellos.

Cinderfella, de Frank Tashlin

Subrayaba cada película después de verla, en mi gastada copia de Twenty Years of American Cinema, el compendio de Coursodon y Bousset sobre el cine de Hollywood en el que se enumeraban las películas por director, desde Aldrich a Zinnemann, con un pequeño resumen introductorio de las mismas.


The big sleep, de Howard Hawks

Esto no fue mucho después de la época en que en París se formulara la “teoría de autor”, la teoría de que la personalidad artística dominante en el cine era la del director, al menos en cualquier película digna de ser vista.


You only live once, de Fritz Lang

Cada semana, por lo tanto, yo trazaba con mis amigos la trayectoria que seguiríamos por Londres, calculando el tiempo que nos llevaría ir de un cine al otro, sin perdernos el final de una película, Yuma, quizás, en el Electric, ni el comienzo de la siguiente, The Tall T, en el Ben Hur, al otro lado de la ciudad. A menudo conducíamos el Citroen de DS de Oswald Stack. Más tarde yo publiqué su libro de entrevistas sobre Pasolini.


Seven men for now, de Budd Boetticher

Esta opción de cinefilia obsesiva se importó a Londres desde París, de la cultura cinematográfica de los críticos franceses, de la cultura de Serge Daney. Justo en ese momento, los críticos se convirtieron en cineastas: Truffaut, Godard, Rohmer, Rivette.

Shock Corridor, de Sam Fuller

La cinefilia nos devuelve, una vez más, a la guerra, porque las películas estadounidenses estuvieron prohibidas durante la ocupación alemana. Los primeros cinéfilos se reunían en la clandestinidad, en cineclubes secretos, para ver películas prohibidas de la época de preguerra.


Imitation of life, de Douglas Sirk

Después, tras la liberación, se produjo una repentina afluencia de películas de Hollywood, no vistas desde la caída de Francia; un trabajo atrasado que generó una reverencia entusiasta por Ciudadano Kane y el cine negro, considerado el cine de la liberación, y que pronto habría de ser seguido por una nueva generación de cineastas –Nicholas Ray, Otto Preminger, Frank Tashlin– y las últimas películas de los “viejos maestros”, Hawks, Hitchcocok, Lang.


The Philadelphia Story, de George Cukor

En Francia, el cine estadounidense siguió siendo un placer culpable, mantenido de manera desafiante. En Inglaterra, era la teoría francesa la que era un placer culpable: las películas de Hollywood se refractaban a través de la cultura francesa. La revista Movie mantenía desafiante la línea de MacMahon, la misma que Daney. A mi círculo le interesaba más Boetticher, Fuller, y entre los clásicos, Douglas Sirk.


An affair to remember, de Leo McCarey

De hecho, fue Serge Daney quien primero llamó nuestra atención sobre Sirk, cuando lo entrevistó a su vuelta a Munich en 1964. Pero Sirk nunca figuró de manera sobresaliente en el propio canon de Daney; era simplemente otro director veterano que había que captar en grabadora, junto con Cukor, McCarey o Von Sternberg, una inversión en el pasado convertida en una inversión en el futuro.


Scarlett Empress, de Josef Von Sternberg



LA CINEFILIA NO ES PATRIOTA

1 Comments:

  • At 11:36 PM, Anonymous Anonymous said…

    las fotos que has escogido están salvajes!!!

     

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